La noche del jaguar (Psy-Changeling #2)(31)
—No. —Sus ojos se estaban volviendo negros otra vez y el efecto era inquietante—. Es como si se comunicara conmigo y me retuviera. No pude salir de la visión hasta que me tocaste.
—Ven a sentarte aquí —le ordenó, agotada ya su paciencia.
Faith negó con la cabeza.
—No mantendrás la distancia.
—Eso es justamente lo que necesitas.
—?Quién eres tú para juzgarlo?
—Esta ma?ana he visto algo en tu cuarto. Ven aquí y te lo contaré.
Los ojos de Faith eran ahora del todo negros y desbordaban desconfianza. Se tomó unos segundos para pensar en ello antes de acercarse y tomar asiento en el columpio… tan lejos de él como le fue físicamente posible. El felino deseaba proferir un gru?ido, pero el hombre sabía cuándo debía exigir y cuándo debía dejar estar las cosas.
—?Qué es lo que viste? —preguntó—. No eres un psi… ?qué puedes haber visto?
—Había algo rodeándote cuando despertaste. Una negrura física tan real que parecía tangible.
—Vaughn, ?estás seguro? —Sascha se inclinó hacia delante.
—Era como una sombra que se pegaba a ella.
Faith había empezado a balancear el columpio sin darse cuenta.
—No lo entiendo. Ninguna de mis visiones se ha manifestado de esa forma, y me han estado monitorizando desde que tenía tres a?os.
—Pero nunca habías tenido esta clase de visiones —se?aló Vaughn cautivado por su delicado perfil. Era tan frágil. Jamás le haría un solo ara?azo, pero otros no tenían tanto cuidado y el Consejo de los Psi estaba formado por monstruos.
—No. Por eso acudí a vosotros. Necesito saber cómo detenerlas.
Vaughn levantó la mirada y vio la expresión pesarosa de Sascha cuando respondió:
—Faith, lo siento, pero no creo que puedas.
Faith se agarró al borde del asiento.
—He de encontrar el modo. De lo contrario no seré capaz de funcionar a un nivel aceptable.
—No has acudido a nosotros porque quisieras detener las visiones. —Vaughn esperó hasta que ella le miró—. Lo que quieres es la facultad para controlarlas… y así poder ver lo que tu mente intenta mostrarte.
Faith meneó la cabeza.
—No. Carezco de la capacidad para poder soportar las visiones. ?Por qué iba a querer que continuasen?
Clavando la mirada en aquellos ojos negros como el ébano, puso fin a la distancia que los separaba.
—Porque entonces dejarás de sentirte culpable por la muerte de tu hermana.
El cuerpo de Faith se convirtió en hielo y volvió la vista al frente.
—Soy una psi. No siento culpabilidad.
—No podías hacer nada. —Apretó el muslo contra el de ella, obligándola a prestarle toda su atención—. No te entrenaron para enfrentarte a la clase de cosas que ahora estás viendo.
—No debería estar viéndolas.
—?Por qué?
8
Faith abrió la boca para responder y se dio cuenta de que en realidad no tenía una respuesta. Le habían ense?ado que gracias al Protocolo las visiones siempre estarían enfocadas al limitado campo de las finanzas. Pero también le habían inculcado que los cambiantes depredadores eran criaturas violentas sin excepción a las que había que evitar a toda costa. Y le habían ense?ado que Sascha Duncan era una psi defectuosa, en tanto que el poder de los demás cardinales era una llama vibrante.
—Faith —le dijo Sascha con la voz colmada de dulzura y una expresión aún más tierna—. Quizá sea esto lo que estabas destinada a ver.
Faith había atado cabos de forma lógica, pero le sorprendió su propia reticencia a sacar una conclusión.
—?Por qué iban a mentirme sobre eso?
—Porque impedir un asesinato no reporta dinero. —La voz áspera de Lucas cortó el silencio.
—No. —Detuvo el columpio de golpe—. Nadie podría reprimir en mi mente ese tipo de visiones mediante el condicionamiento.
—Y no lo han hecho. Las estás teniendo —le recordó Vaughn.
—Tengo veinticuatro a?os. ?Por qué estoy sufriendo ahora esas siniestras visiones?
—Quizá esa sea la edad a partir de la cual el condicionamiento comienza a fallar en ciertos psi —murmuró Sascha—. Yo solo tengo dos a?os más que tú.
Faith miró fijamente a la cardinal.
—?Qué fue lo que reprimieron en ti?
—Todo. —Sascha buscó consuelo en la mano de su compa?ero, que no dejaba de acariciarla—. Me incapacitaron, me dijeron que no era una cardinal. Estuvieron a punto de volverme loca.
Locura. El demonio que había acosado a Faith cada minuto que pasaba despierta, que le susurraba al oído y la esperaba al final de sus días.
—?Es eso lo que crees que va a pasarme?
—Si no aceptas tu don, sí.
—No es un don. Es una maldición. —No deseaba ver horror ni sufrimiento, ni terror ni maldad. No deseaba sentir—. Podría perder el juicio.
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