Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(99)



Una grieta apareció en la carcasa del teléfono que sujetaba en la mano.

—?Dónde está tu consola? Llamaré a alguien para que se quede de guardia… no estás a salvo del asesino de Timothy.

—No. —Brenna se pasó una mano por el cabello, los dedos le temblaban a causa de una necesidad como nunca antes había sentido. Sí, los cambiantes anhelaban el contacto físico. Pero aquello era algo tan primario que era como una garra dentro de ella—. Estoy despierta. Puedo llamarte si algo sucede.

—Alguien está intentando hacerte da?o. —Algo completamente diabólico centelleó en sus ojos.

Brenna ya había decidido que no iba a huir de lo que él era, pero eso no significaba que fuera a someterse a todos sus deseos.

—No necesito ni?era mientras tenga los ojos bien abiertos. —Notó que se le formaba un nudo en la garganta—. Vete. Mirarte hace que te desee.

Durante un infinito segundo pareció que él no iba a hacerle caso. Luego dio media vuelta y se marchó en el momento en que Brenna alargaba el brazo para tocar la extra?a mancha rojo oscuro que creyó ver en un lado de su cara.

—Oh, Dios.

Luchó contra la necesidad de derrumbarse, de rugir furiosa por lo injusto de la situación. En vez de eso, se remangó la camiseta, fue a por un robot aspirador y comenzó a limpiar el polvo que Judd no había logrado recoger.

Judd palpó la humedad próxima a su mandíbula y luego se miró los dedos. Los tenía manchados de un color rojo claro. Su primera suposición fue que se había cortado con una astilla de los trozos de madera que habían volado por la habitación, pero cuando se acercó hasta el espejo del ba?o, descubrió su error.

La sangre había goteado de su oído.

Una disonancia extrema.

Su cuerpo estaba luchando literalmente contra sí mismo, el condicionamiento y las respuestas dolorosas asociadas al mismo chocaban contra las emociones que no debería haber estado sintiendo. Se limpió la sangre e hizo un examen interno. El desgarro ya había sanado, su cuerpo había utilizado de forma automática la misma técnica que hacía desaparecer sus cicatrices.

Pero sabía que no podía seguir el ritmo de lo que estaba sucediendo dentro de él. Antes de que se diera cuenta tendría que bloquear cada faceta de las emociones, cada atisbo de pasión. Porque, de lo contrario, su cerebro se parecería al de los ni?os hiena que había visto.

Una masa sanguinolenta, maltrecha e irremisiblemente quebrada.

Varias horas después de haber sucumbido a la fiebre por la limpieza, Brenna se encontraba de mal humor por la falta de sue?o, la falta de contacto y una necesidad sensual que se negaba a abandonarla. Probablemente no fuera el mejor momento para ponerse a planear un ataque pirata, pero había hecho una promesa. De modo que allí estaba, con Dorian, en el segundo nivel subterráneo de las oficinas de los DarkRiver.

El rubio centinela le había gru?ido varias veces, aunque ella no se había quedado atrás.

—Lo estás haciendo como el culo —dijo por cuarta vez en una hora.

Brenna entrecerró los ojos.

—El plan es colarse dentro, no entrar como si fueras un elefante en una cacharrería, armando tanto jaleo que todo el mundo pueda oírte, desde el Consejo hasta tu tío el de Poughkeepsie.

—?Dónde co?o esta Poughkeepsie? —Dorian invadió su espacio personal, de pie, apoyando la mano en la silla mientras se inclinaba sobre su hombro para mirar la pantalla.

Brenna tenía ganas de pelea después de la noche llena de frustración que había tenido. Pero había algo de lo que quería hablar con Dorian.

—?Puedo preguntarte una cosa?

—?El qué? —El centinela frunció el ce?o dando un toque en la pantalla con el dedo y amenazó con cambiar la ruta que ella había trazado—. Deberías haber ido…

—Dorian.

Su tono de voz debió de captar su atención, porque este se dio la vuelta para sentarse en la silla giratoria junto a ella y mirarla de perfil.

—?Qué sucede, ni?a?

El centinela era el único al que le permitía llamarla así; había supuesto que Dorian, que había perdido a su hermana a manos de Enrique, la veía como a otra hermana peque?a. Ese era el motivo por el que actuaba como un déspota con ella. A Brenna no le importaba en absoluto, porque a pesar de que Dorian era inescrutable, si en algo se parecía a Drew y a Riley, el asesinato de su hermana tenía que haberle destrozado, que haber aniquilado su profundo lado protector.

—Antes de nada, Judd lo sabe, pero solo él. No se lo cuentes a nadie más, ?de acuerdo?

Los ojos azules del leopardo se tornaron penetrantes.

—No puedo prometerte eso hasta que sepa si va a afectar a cualquiera de nuestros clanes.

—No lo hará. —Mirando por encima del hombro para cerciorarse de que nadie les escuchaba, se volvió hacia el centinela de los DarkRiver y, sin más, le preguntó lo que necesitaba saber—: ?Cómo sobrellevas el no ser capaz de transformarte en animal?

El rostro de Dorian reflejó su sorpresa.

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