Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(94)
—Averiguarlo es tu trabajo. —Judd se dispuso a volver a la caba?a—. El mío es limpiar la mente de Kevin.
—?Espera! —índigo corrió hasta él—. Podemos utilizarle para que sea nuestros ojos y nuestros oídos.
Judd la miró de frente.
—No. —Eso estaba al otro lado de la línea entre la humanidad y la corrosiva oscuridad que constantemente susurraba en lo más recóndito de su mente—. No voy a cambiar una forma de esclavitud por otra.
El rostro de índigo palideció.
—Haces que me sienta como un monstruo.
Judd, que ya estaba ante la puerta, se limitó a abrir y a entrar sin responder. Kevin estaba en la misma posición, pero el terror parecía haber dado paso a una sombría resignación. Creía que iba a morir.
Se detuvo delante del hombre.
—Voy a eliminar lo que ellos te metieron en la mente. Las decisiones que tomes de ahora en adelante serán responsabilidad tuya.
La hiena levantó la cabeza de golpe moviéndola hacia donde provenía la voz de Judd.
—?No vas a matarme?
—Hoy no. —Judd se colocó detrás del cambiante—. Baja los escudos —le dijo telepáticamente.
Esa fue la primera de una larga lista de comandos que los programadores podrían haber utilizado. Pero no tuvo que ir mucho más lejos; los escudos de Kevin, típicos de los cambiantes, desaparecieron como por arte de magia. La crueldad de quienquiera que hubiese hecho aquello superaba todo cuanto Judd había visto en su vida. Había dejado al cambiante expuesto a cualquier psi que supiera o pudiera adivinar las contrase?as.
Una vez hubo entrado, Judd comenzó a comprobar el código de la programación. La tarea no le exigió el menor esfuerzo; no solo era un poderoso telépata, sino que había sido entrenado en las técnicas que habían utilizado con Kevin. Esas habilidades le indicaron que se trataba de una conexión hecha de manera tosca y apresurada. Era evidente que al Consejo no le preocupaba el fracaso. Pero, claro, ?por qué motivo iba a preocuparle? Aunque otros psi pudieran meterse en la mente de Kevin, solo un psi con una habilidad muy concreta podría desprogramarle.
Al cabo de unos minutos, cuando estaba a punto de reiniciar las redes neuronales comprometidas, lo vio. Una clave de encriptación. Un minúsculo comando psíquico que se activaría en cuanto él pusiera en marcha el reinicio. Kevin moriría a causa de un aneurisma masivo en menos de un minuto. Judd retrocedió antes de desandar con sumo cuidado sus pasos. Satisfecho al cerciorarse de que la clave de encriptación era el único imprevisto, dedicó diez minutos a desactivarla y a suprimirla. Luego eliminó lo que no resultaba útil.
—Kevin.
—Sí. —Su voz sonó distante; la hiena permanecía en el trance iniciado por la contrase?a.
—Tu mente ya es libre. Desde este instante, no responderás cuando se te diga ?bajar escudos?. ?Lo entiendes?
—Sí.
Consciente de que los lobos seguían observando, divertido por lo que a ellos les parecía una conversación unilateral, Judd buscó cualquier otra frase de activación, y después repitió su orden varias veces para asegurarse de que era comprendida antes de ordenarle a Kevin que despertara recordando todo lo que había tenido lugar.
La hiena se dobló en dos inmediatamente, presa de las arcadas. Judd miró al soldado que tenía más cerca.
—Tráele un vaso de agua.
D'Arn obedeció sin buscar a índigo con la mirada. Cuando el soldado regresó y fue a bajarle la venda a Kevin, volvió la vista hacia Judd. Este comprendió y se internó de nuevo entre las sombras.
índigo esperó hasta que la hiena dejó de temblar para pedirle que les contara todo cuanto sabía.
Kevin fue capaz de compartir detalles de otros tres ataques planeados. Para la mente militar de Judd era obvio que el líder de los PineWood no se había molestado en ocultar los pormenores. Sabía y confiaba en que la programación garantizaría el silencio.
—Creo que podría haber más. —Kevin parecía hundido, perdido—. Veré si puedo descubrir alguna cosa.
Judd no era un cambiante, pero comprendía por qué la hiena estaba tan destrozada. La jerarquía era importante en los clanes de los cambiantes y esa jerarquía se basaba en la confianza. Lo que había hecho Parrish era destruir por completo el sistema según el cual Kevin entendía el funcionamiento del mundo. Era el mismo trauma psicológico que había destruido a tantos chicos en los albores del Silencio. A los ni?os en el período de transición, aquellos por debajo de los siete a?os cuando se instauró el Protocolo, se les había ense?ado a menospreciar el amor, el afecto, el contacto, todo lo que les hacía sentir a salvo. Habían muerto más de los que habían sobrevivido.
—No te arriesgues —le dijo índigo a Kevin—. Con lo que nos has dado podemos cerrar esta operación. ?Cuántos sois en tu clan?
—Un centenar, pero eso incluye a los ancianos y a los más peque?os. —Tosió un par de veces—. Hay unos cuarenta miembros capacitados. Los psi no se molestaron en hablar con los demás.
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