Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(91)



El hecho de que le ocultara algo solo porque podría disgustarla, de que la tratara como a una inválida bastaba para ponerla furiosa. Pero no era eso lo que le destrozaba… sino darse cuenta de que él la había visto quebrada, humillada. Había estado atada de pies y manos a una cama en la cámara de tortura del carnicero. Desnuda. Sangrando.

No quería que Judd tuviera esa imagen de ella en su cabeza. El la había visto durante las sesiones curativas, pero allí había luchado, orgullosa de sí misma por haber sobrevivido. Sin embargo, en la guarida de Enrique había estado a punto de claudicar, de permitir que aplastaran su voluntad. En las horas finales, antes de replegarse por completo dentro de su mente, había suplicado. Si el carnicero le hubiera prometido dejarla libre, se habría arrastrado, habría cooperado con sus enfermizos juegos, le habría lamido los pies… habría hecho lo que fuera con tal de que el dolor cesara.

Las lágrimas caían por su rostro por segunda vez aquel día, pero esta vez no eran quedas y silenciosas. Esta vez dolían y le quemaban la piel como si fueran ácido. Se mordió los labios para amortiguar los sollozos. El llanto no cesó. Se sentía humillada, dolida, furiosa y sola; las emociones formaban un nudo cáustico que no la dejaba respirar.

Notó unas manos sobre sus hombros.

Aquello la sobresaltó tanto que permitió que él le diera la vuelta antes de levantar los pu?os para mantener la distancia que los separaba. Judd la estrechó con fuerza.

—Chist. No llores.

Eso solo hizo que llorase con más fuerza. Cuando el cuerpo de Judd se amoldó de forma protectora al de ella y frotó la mejilla contra su cabello, a Brenna estuvo a punto de partírsele el corazón. Sabía el precio que el Silencio debía de estar exigiéndole. Y a pesar de todo él la estaba abrazando.

—?Por qué? —Trató de empujarle del pecho, pero él no la soltó—. ?Por qué?

Una de sus manos le asió la nuca de esa forma dominante a la que había llegado a acostumbrarse, algo que consentía porque confiaba en él.

—Sé lo orgullosa y lo fuerte que eres. Así es como yo te veo y eso es lo único que importa.

Brenna sentía la garganta irritada.

—?Me viste? —Tendida en la cama, reducida al nivel de un objeto, sin ninguna conexión entre su mente y su cuerpo.

—No.

—No vuelvas a mentirme. No puedo soportarlo.

—No te vi. Tus hermanos se negaron a dejar entrar a nadie.

Pero Judd había entrado en la habitación después. Había visto dónde la habían tenido retenida, había visto las ligaduras que había manchado de sangre en sus intentos por liberarse, los instrumentos de tortura que Enrique había preferido por encima de sus habilidades de psi.

El llanto de Brenna se suavizó, pero no dejó de llorar hasta varios minutos después. Judd deseaba no volver a oír jamás aquellos sollozos desgarrados. El silencio posterior de ella laceró partes de él a las que nadie debería haber sido capaz de llegar. Sintió deseos de obligarla a hablar.

La llamarada azul alrededor de sus ojos pareció centellear cuando por fin levantó la cabeza.

—Hice que Drew y Sascha me contaran los detalles del rescate. No mencionaron nada sobre ti, aparte de que te habías encargado de proporcionar una escaramuza de distracción en un momento determinado de la operación.

—Sascha nunca estuvo al corriente de mi participación —le dijo—. Fui un agregado de última hora cuando Hawke se dio cuenta de a quién se estaban enfrentando. Supuso que no vendría mal contar con un psi, sobre todo con un soldado entrenado. Mi labor era encargarme de cualquier ofensiva psíquica.

—?Hawke confió en ti?

—No. —Judd no se hacía ilusiones al respecto—. Pero sabía que no haría nada, no con los ni?os en la guarida. —Al ver que ella no respondía, prosiguió—: Supongo que Andrew no lo mencionó porque sus recuerdos de aquel día son, a lo sumo, confusos. La cólera le dominaba. Puede que ni siquiera me viera. Entré con el equipo que iba a encargarse de ejecutar a Enrique, mientras que Riley y él fueron a rescatarte.

La habían tenido retenida en una amplia habitación insonorizada en el apartamento de Enrique, a solo unos metros de donde dormía su secuestrador.

—Enrique estaba cansado por la batalla que había librado con Sascha en la PsiNet… —La otra psi que había logrado debilitar al antiguo consejero, además de confirmar su identidad como secuestrador de Brenna— pero no acabado.

Judd había bloqueado la andanada de objetos arrojados por el antiguo consejero cuando lobos y gatos entraron en tropel, incapaz de utilizar sus habilidades de tq-cel para detener el corazón de Enrique, ya que su oponente era demasiado experto desviando y devolviendo la energía telequinésica. Pero también lo era Judd. Mientras Enrique centraba sus esfuerzos en Judd, juzgándole de forma errónea como la mayor amenaza, los leopardos de los DarkRiver y los lobos de los SnowDancer le rodearon.

En cuanto estuvieron en posición, Judd atacó con toda su energía al otro psi-tq, abriendo un agujero en los escudos físicos de Enrique. Eso fue todo cuanto necesitaron los cambiantes. Le hicieron pedazos en cuestión de minutos. La roja sangre salpicó a chorros las paredes, un colofón adecuado a la vida de un asesino. En la refriega, nadie se dio cuenta de qué era exactamente lo que habían visto hacer a Judd, conservando intacto el secreto de sus habilidades telequinésicas.

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