Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(90)
Judd no la apartó.
—Para asustarle, ?para qué si no?
Una vez hubo terminado de abotonarle la camisa, apartó las manos y alzó la mirada.
—?Qué se supone que significa eso?
Los ojos de Judd habían vuelto a la normalidad.
—Todos los miembros del clan tienen un rango. Tú eres una técnico, Riley es un soldado y Lara, una sanadora. ?Alguna vez te has parado a pensar en qué soy yo?
—Un soldado, como mis hermanos —dijo; un doloroso nudo comenzó a formársele en la boca del estómago.
—La clase de soldado al que llaman para que se ocupe del trabajo sucio.
28
—Hawke no te utilizaría de esa forma. —Su alfa no le exigiría ese precio a cambio de proporcionarle el cobijo que Judd había pedido por el bien de los ni?os.
—Hawke hará lo que sea necesario para que los SnowDancer sigan en la cúspide de la cadena alimentaria. —Una respuesta franca—. Pero tienes razón… a los cambiantes no les agrada demasiado utilizar sicarios.
Un ataque frontal. Era una cuestión de orgullo. De honor.
—Pero —prosiguió con voz gélida— hay un montón de cosas que puedo hacer sin matar… sin tan siquiera dejar un ara?azo… para conseguir que alguien hable.
Brenna sabía que él esperaba que eso la hiciera huir. Pero se había criado en una familia de hombres duros. No era una jovencita ingenua que ignoraba las cosas que los SnowDancer habían tenido que hacer para consolidar su poder.
—Eso no me asusta, Judd. —Aunque mentiría si dijera que no se preocupaba… por él. ?Qué efecto causaba en un hombre ser el miembro más siniestro de las fuerzas del orden?
—Bien, porque ya te lo he dicho… no hay vuelta atrás. —Se volvió hacia la puerta.
—?Que te den! —espetó frustrada por su terquedad, por su negativa a considerar siquiera el buscar un modo de escapar del Silencio. En la tensa quietud que siguió, Brenna por fin dispuso del tiempo necesario para que sus propios instintos comprendieran algo que había sabido de forma inconsciente desde el día en que Judd le había hablado de sus habilidades telequinésicas. La frustración se transformó en ira, que fluyó a través de ella como un reguero de fuego—. ?Sabes lo que de verdad me cabrea?
Judd se detuvo con la mano en el pomo de la puerta.
—No tengo tiempo para juegos, Brenna.
—Lo que de verdad me cabrea —continuó como si él no hubiera hablado— es que tú te atrevas a comportarte de forma posesiva y protectora cuando me has estado mintiendo durante meses.
El se quedó inmóvil.
—Eso es un insulto peligroso.
—Eres un tq. Enrique era un tq. Tú puedes arrojar a hombres contra las paredes y aplastarles los huesos. Así que él también podía. ?Cómo voy hasta ahora?
—Ve al grano.
A Brenna le hirvió la sangre ante su fría respuesta.
—Si los tq poderosos son tan jodidamente letales, ?cómo es que los SnowDancer y los DarkRiver consiguieron ejecutar a Enrique sin que hubiera una sola baja ni se produjeran heridas graves entre los cambiantes? —Cruzó la habitación y se detuvo frente a él—. Estuviste allí la noche en que me rescataron y ejecutaron a ese monstruo. —Tenía una fe ciega en la capacidad de su clan para enfrentarse a un mortífero psi, pero Santano Enrique había sido un tq cardinal que luchaba por su vida—. ?No es cierto?
—?Y qué importa si así fue?
A Brenna se le encogió el corazón; hubiera deseado que su repentina revelación no fuera más que pura paranoia.
—?Importa porque no me lo dijiste! ?Por qué co?o no lo hiciste?
El teléfono de Judd sonó de nuevo. Los dos lo ignoraron.
—Porque no tenías por qué saberlo. —Su mandíbula estaba tan rígida como si fuera piedra—. No significaba nada.
—Y una mierda. —Le golpeó el pecho con el pu?o haciéndole retroceder—. ?Significa que me has estado mintiendo desde el principio! Si puedes mentirme en eso, ?en qué más podrías estar mintiendo?
Judd la agarró de la mu?eca cuando ella se disponía a dar media vuelta.
—Estás actuando de un modo extremadamente irracional. Esto no tiene nada que ver con lo que estábamos hablando.
Brenna se soltó de su mano, pues no quería que sus defensas cayeran víctimas del calor de su contacto. Le deseaba tanto que podría convertirse en su esclava sensual con suma facilidad. Una única y provocativa caricia, y se derretiría. Menos mal que Judd no era dado a las caricias.
—?Sabes qué? Fuera de la PsiNet, a esto se llama estar furioso. Y, para tu información, tengo planeado seguir cabreada durante un tiempo. —Abrió la puerta de golpe, abandonó la habitación y se dirigió a la salida.
No cedió a los temblores hasta que estuvo oculta en el perímetro interior, rodeada por la densa negrura del bosque. Apoyó la mano en el tronco de un árbol y trató de inspirar un poco de aire frío, pero lo único que pudo hacer fue resollar. Judd tenía razón. Su reacción había sido en apariencia irracional, como si estuviera provocando una lucha sin sentido. él no lo entendía.
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