Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(96)



El rostro de Hawke se suavizó, atemperando de forma inesperada aquellos duros rasgos masculinos. Cubrió la distancia que los separaba y ahuecó la mano sobre la mejilla de Brenna.

—Es quien es, es lo que es, Brenna. Si quieres otra cosa, no deberías estar con él.

—Es el único con quien deseo estar.

—Entonces acepta a su bestia igual que lo haces con la tuya.

Las palabras de Hawke continuaron dándole vueltas en la cabeza a lo largo de todo el día. Era perturbador pensar que podría estar pidiéndole a Judd que cambiara cuando decía quererle tal como era.

—Pero pedirle que rompa el Silencio es distinto —farfulló para sí mientras echaba un vistazo a los detalles de otra de las ofertas de trabajo que el doctor Shah le había enviado.

Si Judd no desactivaba el condicionamiento, continuaría sufriendo cada vez que se tocaran, cada vez que sintiera algo por ella. ?Cómo iba a sobrevivir una relación sometida a esa clase de presión?

—No, Brenna, sé sincera.

Exhaló un suspiro y pasó a la siguiente oferta. Pese a que todo lo que había pensado hasta el momento era cierto, había otra verdad: deseaba que Judd la abrazara, que le ofreciera su afecto… que la amara. Una necesidad egoísta.

?Y si aceptar a la bestia de Judd significaba renunciar a sus propias necesidades?

Aquello hizo que le entrara jaqueca, sobre todo cuando sumó el hecho de que su bestia no reconocía a Judd como a su compa?ero. El vínculo de pareja brillaba por su ausencia.

—Basta.

Devanarse los sesos hasta llegar a un callejón sin salida no iba a servir de nada. Y si no dejaba de pensar en Judd, comenzaría a especular sobre lo que él estaba haciendo ese día.

Trabajo sucio encubierto.

Se le encogió el estómago. Si Judd iba a ella con las manos manchadas de sangre, ?le aceptaría? Los dedos le temblaban. No tenía una respuesta sencilla a esa pregunta y eso la afectaba enormemente. Inspiró hondo y se obligó a concentrarse en la siguiente oferta de trabajo de la lista. Se trataba de una corporación llamada Sierra Tech.

Sabía mucho acerca de ST: los SnowDancer eran los accionistas mayoritarios con un sesenta por ciento de las acciones. Los DarkRiver poseían el veinte y un conglomerado humano llamado Dekell tenía el otro veinte por ciento. No todos los empleados de ST eran lobos. Los científicos y los técnicos de todo el planeta la consideraban una empresa magnífica para la que trabajar. La única razón de que ST no empleara a ningún psi era que competía directamente con varios laboratorios que contaban con el respaldo del Consejo.

Sierra Tech subió al primer puesto de su lista, pero no había tomado una decisión. Su actual estado de ánimo no se prestaba precisamente a la tarea. Su mente continuó sumida en el caos incluso después de que terminase de estudiar las ofertas y se pusiera a reparar los peque?os fallos de algunas consolas de sus compa?eros del clan. Pasaron la hora del almuerzo y de la cena, pero Brenna seguía sin tener una respuesta a la embarazosa cuestión que ella misma se había planteado.

?Aceptaría a Judd si iba a verla después de utilizar sus dotes de sicario?

Se fue a dormir exhausta a nivel mental, pero despertó al cabo de unas pocas horas de sue?o poco profundo… porque captó el olor de Judd en su apartamento. Se levantó de la cama todavía adormilada y vio que eran las cuatro de la madrugada. Salió descalza y ataviada con el picardías de satén que utilizaba como camisón.

—?Judd? —Durante un instante fue incapaz de localizarle. Luego su visión nocturna se adaptó y lo encontró sentado en una butaca próxima a la mesita de café.

La estaba observando completamente inmóvil. No se le ocurrió pensar que debería estar asustada o mostrar cierta cautela. Bostezando, se acercó a él y se sentó sobre su regazo acurrucándose en la butaca. él la rodeó con los brazos sin dudar, pasándole la mano sobre los hombros en tanto que deslizaba la otra para asir la piel desnuda de la parte superior del muslo.

Aquel contacto sensual despabiló a Brenna, que le rodeó el cuello y lo acarició con la nariz.

—?Estás bien?

él movió la mano para introducirla entre sus muslos arrancándole un femenino gritito de sorpresa.

—?Judd? ?Cielo?

Algo no iba bien. Si se tratara de un macho cambiante, Brenna habría dejado que su cuerpo le sosegara, habría utilizado el contacto para conectar con él. Pero Judd era un psi… y era suyo. En aquel momento supo la respuesta a la pregunta que la había estado atormentando durante todo el día: le aceptaría, le abrazaría, pasara lo que pasase.

Eso era lo que los compa?eros hacían.

No le importaba que no hubiera un vínculo entre ellos; nadie iba a decirle que no estaba hecha para aquel hombre.

—?Qué es lo que quieres? —le preguntó, pero él siguió callado. Decidió dejarse guiar por el instinto y se relajó para él.

Judd enredó la otra mano en su cabello para inclinarle la cabeza hacia atrás con brusquedad. Ella se dejó hacer sin oponer resistencia. Una mujer que amaba a un macho dominante tenía que saber cuándo ceder… y cuándo morder. El aplastó los labios sobre los suyos al tiempo que apretaba la parte interna de su muslo. No esperó a que le diera permiso, sino que la asaltó con una furia sensual que la llevó a apretarse aún más a él.

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