Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(98)



—Ve.

Ella se marchó. A veces, ser discreto era realmente el mejor modo de demostrar valentía. Dejar que el picardías cayera al suelo y ponerse unos pantalones de chándal y una camiseta le llevó unos dos minutos. Luego salió apresuradamente.

—?Oh!

Judd había encendido la luz y ya había limpiado casi todo el desaguisado empleando sus dotes telequinésicas. Mientras observaba, los últimos trozos rotos se apilaron en un ordenado montón junto a la puerta.

—Lo repondré todo.

—Eso me trae sin cuidado. —Se acercó y luchó contra el impulso de tocarle. Judd era todo músculos e intensidad. Oscuro. Peligroso.

?Acéptalo tal como es.?

Brenna enderezó la espalda.

—Bueno, cuéntame lo que ha pasado.

El tono de Judd carecía de inflexión al hablarle sobre el clan de los PineWood.

—Entramos y limpiamos la guarida. Un cierto número de ellos estaba comprometido… tuve que desprogramarlos.

Aliviada porque no se hubiera visto obligado a utilizar sus habilidades más secretas, exhaló un suspiro.

—No hay necesidad de que te castigues a ti mismo por ello. Has hecho algo bueno.

—No es eso. —Una gota de sudor resbaló por su sien y Brenna se acordó del dolor. La disonancia. Pero antes de que pudiera decir algo al respecto, él le contó el resto—: Lo que nuestro contacto ignoraba era que los psi habían intentado introducir órdenes también en mentes inmaduras.

—?En ni?os? —Le tembló la voz—. ?Trataron de hacerle eso a los peque?os? —Deseó meter la cabeza en un agujero y no tener que escuchar lo demás; ella había estado a punto de morir después de que violaran su mente. Y los ni?os eran mucho más débiles—. ?Cuántos?

—Uno murió antes de que llegáramos a su guarida. —Sus pómulos se marcaban como cuchillas contra su piel—. Logré desprogramar a los demás, pero dos han sufrido da?os. Sus cerebros no pudieron soportar la presión y se golpearon a sí mismos hasta acabar sangrando mientras intentaban escapar.

—Oh, Judd. —Podía sentir su dolor dentro de ella—. No había nada que pudieras haber hecho.

Otra gota de sudor descendió por su piel, la única se?al del sufrimiento que debía de estar soportando.

—No había razón para que manipularan las mentes de los ni?os. Ninguna razón. Eran demasiado jóvenes y débiles para servirles de alguna ayuda en sus planes. Lo hicieron para enviar un mensaje.

Dentro de Brenna explotó una cólera visceral.

—Han traspasado la línea. Pero… —Le miró a los ojos— tú no.

—Lo sé.

Sobresaltada, cerró la boca de golpe.

—Entonces, ?por qué…? —Agitó los brazos se?alando los destrozos de la sala de estar y la cocina.

—?No reconoces la cólera cuando la ves?

—Oh. —No sabía qué decir ante esa brusca admisión—. ?Has roto el Silencio? —Algo en su interior le decía que no podía ser algo tan sencillo.

Las siguientes palabras de Judd así lo demostraron:

—De haberlo hecho, tú no habrías podido hacerme volver. —Sus ojos recorrieron el cuerpo de Brenna y, aunque estaba tapada con recato, sintió que sus pezones se ponían erectos y apretó los muslos—. Aún llevo tu sabor en mis labios.

Brenna apoyó la mano en la pared para sujetarse, segura de que sus rodillas estaban a punto de fallarle.

—Volcaste tu ira en el sexo. —Desfogándose sin causarle da?o alguno a otro ser vivo.

—No lo planeé. —Judd parecía incapaz de apartar la vista de sus labios—. Estaba a punto de marcharme de tu casa cuando saliste. Jamás debería haber venido aquí.

—No me ha molestado. —El aire estaba impregnado de un calor tan denso que casi podía palparlo. Desvió la mirada hasta su erección, dura y pesada contra los vaqueros. Deseaba sentirle en sus manos, experimentar la pasión animal que Judd le había mostrado esa noche.

Algo se estrelló contra el suelo sacándola de su fantasía erótica. Brenna abrió los ojos de forma desmesurada al darse cuenta de que él había golpeado la butaca contra el suelo, una de las pocas piezas intactas del mobiliario que quedaban en la habitación.

—Tengo que irme. —Sacó un teléfono, con las facciones tensas.

Aquello hizo que se preguntara si su piel mostraría esa misma tersura en otros lugares.

—Brenna.

—?Por qué no? —Le miró a los ojos. Terca, necesitada. Desafiando a su psi—. Me importa un comino que destruyas todo el apartamento.

La mano de Judd apretó el teléfono.

—Tal como demuestra el estado de este cuarto, la disonancia ya no me sirve de nada. Ya no me mantiene a raya. Un solo error en el calor de la pasión bastaría para matarte. Solo uno.

La tensa contención en su voz la hirió.

—Judd, te necesito. —Tenían que hallar un modo de superarlo. Estaba tan hambrienta que casi había alcanzado el punto en que deseaba ponerse a gritar—. Necesito que me toques y poder tocarte yo a ti.

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