Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(97)



Su cuerpo ansiaba el de Judd. No tenía el menor deseo de apartarse, quizá porque no había tenido tiempo de sentir temor, o quizá porque podía sentir el hambre que le embargaba, un hambre que solo ella podía saciar.

Judd le mordió el labio inferior, y ella le devolvió el mordisco.

Los músculos de la espalda de Judd eran duros como una roca bajo sus palmas cuando extendió las manos y se deleitó con aquella desmedida tibieza masculina.

—No —protestó cuando él puso fin al beso para deslizar los labios por su mandíbula y su cuello. Le tiró del pelo y Judd le mordisqueó la garganta a modo de reproche. Algo entre sus piernas se derritió y cuando los dedos ascendieron aún más, Brenna deseó apremiarle para que fuera más rápido.

Judd ahuecó la mano sobre su sexo. Fuerte, audaz. Posesivo.

Brenna notó que sus garras pugnaban por salir. Tenía los ojos cerrados con tanta fuerza que veía chiribitas. Y entonces él comenzó a masajearla de aquella forma, en tanto que su cuerpo se retorcía intentando acercarse y apartarse a un mismo tiempo. Se le subió el picardías y su trasero entró en contacto con la dura protuberancia de su erección.

Un leve temor se agitó en su vientre.

Sus braguitas habían desaparecido hechas trizas… ?Oh, santo Dios!, Judd la estaba tocando piel contra piel, sus dedos frotaban la entrada a su cuerpo y… Dejó escapar un grito al llegar al orgasmo mientras sus músculos internos se contraían casi de forma dolorosa a causa del tiempo que había pasado sin sexo. Sepultó el rostro contra el cuello de Judd y él la retuvo así asiéndole la nuca mientras seguía prodigando placer a su cuerpo.

El olor de Judd le anegó la lengua cuando le lamió, tomando su sabor a sal, a hielo, a hombre, dentro de ella. El orgasmo se fue apagando poco a poco hasta dar paso a un cálido y sensual hormigueo que la dejó saciada. Entre murmullos de placer, se relajó de nuevo acurrucándose contra él y abrió los ojos. Al principio no se percató de lo que estaba viendo. ?Por qué había astillas de madera por todas partes? Y ?se equivocaba o la mesa de la cocina parecía estar desnivelada?

Judd hundió los dientes en su hombro, como si supiera que ya no contaba con toda su atención. Brenna se irguió bruscamente.

—Judd. ?Judd! —Le tiró del cabello.

Su respuesta fue una explosión de diminutas descargas telequinésicas en lugares muy sensibles. Todo su cuerpo se arqueó de placer provocando un cortocircuito en sus terminaciones nerviosas. Con el rabillo del ojo vio que la encimera de la cocina se derrumbaba emitiendo un último crujido. Después lo único que pudo escuchar fueron sus propios resuellos.

Para cuando se serenó de nuevo, estaba tendida sobre su regazo, con los tirantes rotos y el picardías arremolinado alrededor de la cintura. Judd no tocaba su carne descubierta, tan solo miraba sus pechos con un hambre que rayaba en la locura.

Profiriendo un sollozo, le rodeó fuertemente otra vez, observando con los ojos como platos la violencia que tenía lugar por encima de su hombro.

—Para. Por favor, cielo, para. —Peque?os trozos de muebles rotos giraban en un salvaje remolino en la habitación—. Judd, cari?o.





30


Judd temblaba como una hoja.

—Brenna. —Su voz era un sonido desgarrado carente de su habitual control.

—Sí. —Le abrazó con más fuerza, sus pechos se aplastaron contra la fría suavidad de su chaqueta de piel sintética—. Estoy aquí.

—?Te he hecho da?o?

?Hacerle da?o?

—Me has dado placer. —Aquel exquisito calor continuaba recorriendo su cuerpo.

Judd retiró la mano de entre sus piernas y Brenna tuvo que esforzarse para no gemir.

—Cielo, los muebles… —Los trozos habían dejado de volar por los aires.

El brazo de Judd la aferraba aún de la cintura cuando levantó la cabeza.

—Una brecha crítica. —Judd comenzaba a sonar casi normal—. La energía salió hacia fuera en lugar de focalizarse en ti.

—No me has hecho da?o —repitió—. No me lo has hecho ni siquiera estando fuera de control.

—No esta vez. —Los pedazos de madera comenzaron a caer al suelo.

Brenna se echó hacia atrás, pues quería mirarle a los ojos. Estaban oscuros, desprovistos de aquellas motas doradas.

—?Qué ha pasado? —él nunca iba a creer que no le haría da?o; Brenna tenía que confiar en que el tiempo lo remediase—. Cuéntamelo. —Le retiró el cabello de la frente con una mano en tanto que con la otra se subía el picardías.

Los ojos de Judd se posaron allí donde Brenna aferraba el resbaladizo material por encima de la elevación de sus pechos.

—Primero debes vestirte.

Ella habría discutido con él si los pedazos de la mesa de la cocina no hubieran elegido ese instante para prensarse emitiendo un crujido al tiempo que levantaban una nube de polvo que podía mascarse.

—No tardaré. —Se revolvió para bajarse de su regazo y se sonrojó—. Todavía estás…

Nalini Singh's Books