Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(100)



—La mayoría de la gente evita la cuestión. Como si temieran herir mis sentimientos. —Su voz decía que aquella era una preocupación ridícula.

—Por favor, dímelo. —Le sostuvo la mirada—. Por favor, Dorian.

El comprendió de pronto.

—Ah, maldita sea, cielo. Ese bastardo te jodió, ?verdad? —Alzó el brazo y le acarició el cabello—. ?Mucho?

La ternura de Dorian hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas.

—Puedo utilizar los dientes y las zarpas, pero no puedo realizar la transformación completa. No he perdido ni fuerza, ni rapidez ni flexibilidad.

Dorian apartó la mano y la apoyó en el respaldo de la silla.

—Yo crecí siendo latente; no he perdido nada, porque no tenía nada que perder —declaró con toda naturalidad—. Pero tú eres diferente. ?Estás segura de que es algo permanente?

—Qué sé yo. Pero quiero prepararme para lo peor. —De esa forma no se le rompería el corazón otra vez.

—De acuerdo. —Los apuestos rasgos de Dorian adquirieron una expresión resuelta—. Lo primero que tienes que hacer es dejar de compadecerte de ti misma.

Brenna notó que se le formaba un nudo en la garganta, pero no se defendió por albergar aquellos sentimientos. Por eso le había preguntado a él. Tal vez Dorian la viera como a una hermana, pero era la clase de hermano que le diría las cosas sin pelos en la lengua.

—Has sobrevivido —dijo— y no eres un caso perdido. Deberías estar muy orgullosa de ti misma. El intentó mutilarte, pero no lo consiguió.

—No, pero me robó algo precioso para mí… me robó a mi lobo.

El profundo dolor que transmitían esas palabras hizo que Judd se detuviera de golpe. Había bajado corriendo hasta allí después de descubrir la ausencia de Brenna en la guarida, dispuesto a afrontar las consecuencias de la crisis de la noche anterior. Pero no estaba preparado para aquello. Para ver a Brenna con las manos temblorosas ni para oírla hablar con apenas un hilo de voz.

Se apartó de la entrada sin hacer ruido, se apoyó contra la pared y esperó que estuvieran demasiado distraídos como para captar su olor. Sabía que debería marcharse, que debería respetar su intimidad. Pero no podía. Brenna no debería estar pidiendo su opinión a Dorian mientras Judd estuviera con ella… pero así era. Porque Judd era un psi y no podía proporcionarle consuelo.

No solo no había comprendido de verdad la escalofriante profundidad de su pérdida al no ser capaz de transformarse, sino que la había abandonado esa madrugada cuando tanto le necesitaba. ?Cómo podía culparla por acudir a otro hombre en busca de apoyo? Pero la culpaba por ello.

—Enrique te robó muchas cosas. —La voz de Dorian cortó el aire—. Pero puedes recuperar algunas.

—?Cómo?

—Potencia tus virtudes, Brenna. Sé tan buena en todo lo que se te da bien que nadie se atreva a reprocharte tus defectos.

Buen consejo, pensó Judd cerrando los pu?os.

—Vale, Muy bien. —Brenna parecía estar dando un buen uso a su fuerza de voluntad.

—Llámame siempre que lo necesites. ?De acuerdo, ni?a?

Judd tenía los pu?os tan apretados que corría el peligro de fracturarse los huesos. Entendía por qué Brenna necesitaba hablar con Dorian. Incluso entendía que el leopardo la veía como a una hermana peque?a, no como a una posible amante. Nada de eso cambiaba las cosas. Judd deseaba ser el único a quien ella acudiera cuando lo necesitara.

Agujas de hielo atravesaron su cráneo, la disonancia era tan violenta que estuvo a punto de dejarle inconsciente. La cuenta atrás se acercaba inexorablemente al final. Relajó los dedos a base de pura fuerza de voluntad y observó que la sangre retrocedía con rapidez. La noche anterior quedó claro que había cruzado demasiados límites, que había quebrantado demasiadas reglas. Pronto sería demasiado tarde para dar marcha atrás.

—Gracias, Dorian.

No, no daría marcha atrás. Brenna era suya. Suya para darle placer, para proporcionarle consuelo. Judd cuadró los hombros y entró en la habitación.





31


Dorian y Brenna alzaron la vista. Judd había esperado sorpresa y quizá cierto nerviosismo, pero el rostro de ella mostraba una expresión que solo pudo definir como de alivio. Se levantó de la silla y se apretó contra su cuerpo sepultando la cara contra su pecho.

—Tienes que abrazarme.

Judd era capaz de acatar órdenes, sobre todo cuando se las daba aquella familiar voz femenina que disimulaba su temblor. La estrechó contra él y a Brenna no pareció importarle que la aplastara, pues le abrazó con más fuerza.

Dorian se enfrentó a la mirada de Judd. El rostro del leopardo era inescrutable, pero cuando Judd inclinó la cabeza para darle las gracias, Dorian hizo lo mismo.

Después de acompa?ar a Brenna de regreso a la guarida alrededor de las tres de la tarde, Judd fue a ayudar a Sascha con los ciervos. Brenna había decidido quedarse porque tenía un problema viral que solucionar, pero era obvio que su lealtad estaba dividida.

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