Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(84)



Brenna se sintió como si la hubieran abofeteado. Pero en lugar de dolor, la emoción que la dominaba era la cólera.

—Así que ?vas a dejar que el miedo rija tu vida? ?Eliges el aislamiento del Silencio como tu cárcel personal! ?Cómo puedes hacernos eso a los dos?

Aquellos ojos sobrenaturales estaban tan cerca de los suyos que pudo ver su colérica expresión reflejada en sus profundidades.

—Preferiría verte tomar un amante que verte morir a mis manos.

Brenna sabía cuánto debían de haberle torturado aquellas palabras. El ambiente seguía cargado de una ira sanguinaria.

—?Y dejarías que ese hombre viviera? —susurró.

No hubo respuesta. Aquello le dio esperanzas aun cuando la esperanza parecía imposible.

—Entonces lucharemos, Judd. —Se atrevió a posar la mano suavemente sobre su torso. Judd se estremeció, pero no se apartó—. Lucharemos hasta agotar todas las posibilidades y entonces buscaremos incluso debajo de las piedras. Porque no pienso renunciar a lo que hay entre nosotros. —A pesar de la convicción que reflejaban sus palabras, Brenna estaba temblando. Judd podía destruirla con unos pocos comentarios imprudentes.

—Eres la mujer más fuerte y decidida que conozco. —Sus dedos danzaron a lo largo de los mechones del cabello de Brenna—. Harías picadillo a un hombre menos capaz. Es una suerte que me pertenezcas a mí.

El alivio casi hizo que sus rodillas cedieran.

—No bromees.

—Hablo en serio. —Algo muy masculino afloró a su rostro—. Si ahora dices que sí, no dejaré que te vayas si en algún momento decides que no soy lo que quieres. Si dices que sí, dices que sí para siempre. Tienes que estar segura.

Durante un mero segundo cargado de tensión, Brenna temió el matiz posesivo que traslucía su voz, la expresión implacable de sus ojos. Judd no era un lobo amaestrado que haría lo que ella quisiera. Era complicado, dominante y más que peligroso.

Y era suyo a pesar de que no existiera entre ellos un vínculo de pareja. No necesitaba de esa confirmación. No con su ángel oscuro.

—Si algún día quiero libertad, la tendré. —Los hombres como Judd tenían que saber que sus mujeres tenían agallas.

—?Es una amenaza? —dijo con fría arrogancia psi cuando se acercó lo bastante a ella como para que sus pechos le rozaran cada vez que respiraba. Sus ojos recuperaron su aspecto normal.

Brenna tenía ganas de gemir después de haberse visto privada de su contacto durante tanto tiempo.

—?Cómo andas de autocontrol?

—No demasiado bien. —Sus palabras eran puro hielo.

La mayoría de la gente habría entendido aquello como un rechazo, pero Brenna sabía que era una se?al de cuántos sentimientos le inspiraba. Con un nudo en la garganta, le levantó la camisa para desnudar los duros planos de un abdomen que conseguía que la boca se le hiciese agua.

—Quiero echar un vistazo a tus heridas.

—Están bien… puedo mover las cosas dentro de mi propio cuerpo, desplazar sangre, reparar los da?os. —Pero se desabotonó la camisa y la dejó caer al suelo. Los vendajes se unieron a esta un segundo después.

Fácil, muy fácil. Porque él también deseaba aquello.

—Estás curado. —Recorrió con los ojos cada uno de sus musculosos contornos, cada centímetro de dorada piel masculina—. Hermoso —susurró en un cálido suspiro.

Los músculos pectorales de Judd se contrajeron.

—Sí. Ninguna cicatriz.

—Sí. —Pero no era esa la razón de que le hubiera dicho aquello—. Tu cuerpo me hace desear realizar cosas sudorosas, calientes y atléticas en la cama. Quiero besarte, lamerte, saborearte.

Los bíceps de Judd se marcaron cuando cerró las manos en dos pu?os.

—Basta. —Se inclinó y recogió la camisa—. No puedo arriesgarme a hacerte da?o activando mis habilidades de forma involuntaria.

Brenna alargó el brazo y le arrancó la prenda de las manos.

—Me gusta contemplarte medio desnudo. Y si puedes darme órdenes, es que sigues manteniendo el control.

El calor ardía en su abdomen acompa?ado de agudas punzadas de dolor. Ella le estaba presionando a propósito y sabía con exactitud lo que debía decir para hacerlo.

—Brenna —le advirtió.

La respuesta de ella fue depositar un beso en el centro de su pecho.

—No te hagas el machito conmigo. Puede que se me haya ocurrido cómo sortear tu habilidad. —Sus dedos descendieron sobre la piel desnuda de Judd, que de pronto era la parte más sensible de su cuerpo.

—No puedo evitar ser un macho.

Su erección era un palpitante recordatorio de su sexo. Por supuesto que aquella reacción era una violación del Protocolo, pero Judd deseaba más. El cuerpo de Brenna se rozó contra él cuando sus labios se deslizaron por su piel, y tuvo que contenerse para no ordenarle de manera autoritaria que continuara descendiendo.

Brenna sacó la lengua y le saboreó.

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