Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(80)
—Y… —admitió Brenna con voz suave— lo que le hicieron a Tim requería un montón de energía y de fuerza. No se tumbó tan tranquilo y se dejó hacer…, tenía magulladuras.
—Yo diría que hubo forcejeo. La mayoría de los psi habrían utilizado métodos mentales contra un oponente cambiante más fuerte. —Se obligó a decir las siguientes palabras, aunque sabía que con ello solo establecería otra semejanza entre Enrique y él—. Por supuesto, utilizar la telequinesia para arrojar a alguien contra una pared también causaría magulladuras.
Brenna se llevó la mano al cuello y luego la dejó caer, su vista se desenfocó.
—El no utilizó la telequinesia para hacerme eso —susurró—. Utilizó las manos para estrangularme mientras me mantenía inmovilizada con sus poderes.
Otra pieza de la pesadilla.
—Brenna. —Aquella única palabra emergió de su parte más primitiva. La parte que deseaba ba?arse en la sangre del consejero muerto, indiferente al coste de una reacción emocional tan extrema.
Brenna abrió los ojos desmesuradamente. Levantó la mano y le retiró el pelo de la frente con ternura.
—?Por qué no dejo de contarte cosas que he jurado llevarme conmigo a la tumba?
El contacto fue como una descarga eléctrica.
—Porque sabes que yo siempre seré tu escudo contra las pesadillas.
A Brenna se le iluminó el rostro.
—Sí. Eres lo bastante fuerte para enfrentarte a mis demonios. —Inspiró trémulamente y le pasó los dedos por la mejilla y a lo largo de la mandíbula, pero Judd sintió aquella caricia en otros lugares más necesitados—. Bueno, ?por qué estamos hablando de Tim en lugar de hacerlo sobre tu agresor?
Mantener su necesidad a raya se estaba volviendo cada vez más difícil.
—Creo —dijo a pesar de que su cuerpo le urgía a hacer otra cosa que no era hablar— que la muerte de Tim es la causa de que alguien intente aislarte; estadísticamente, es el motivo más probable de que te convirtieras en el blanco de otro lobo. Y estoy seguro de que tú eres el blanco. Los dedos errantes de Brenna dejaron de moverse.
—?Qué razón podría haber…? Los sue?os —repuso con voz entrecortada—. Pero ?cómo es posible que supiera que había visto el asesinato en un sue?o?
25
No es ningún secreto que viste algo. Te pusiste a gritar ??Yo he visto esto!? cuando fue hallado el cuerpo.
—Oh, Dios mío. —Hundió los hombros contra el respaldo del asiento—. El asesino cree que soy una testigo y que descubriré quién es él.
—Lo que significa que tenemos que localizarle antes de que lo intente de nuevo.
Judd había prometido a Brenna que estaría a salvo y se aseguraría de que así fuera. El fracaso no era una opción.
La expresión de Brenna cambió.
—?Qué le harás?
—Lo mismo que le haría a cualquier otro hombre —la desafió a que se lo impidiera.
—No quiero que te adentres más en la oscuridad por mi culpa.
—Existe una diferencia entre actuar para proteger a alguien y… —se interrumpió percatándose de pronto de lo que iba a decir.
—?Y qué, Judd?
El sacudió la cabeza.
—Es irrelevante para la presente situación.
—Mientes —le acusó de forma rotunda, furiosa—. No puedo creer que me mientas a la cara como si tal cosa después de que… —Con los dientes apretados, se giró y extrajo el volante, volviendo al modo manual de nuevo—. Vale. Guárdate tus secretos.
Presionarla, exigir que le prestara de nuevo su atención era casi una compulsión. Y por eso luchó contra aquello. Porque Brenna no comprendía lo que le estaba pidiendo, lo que eso iba a costarle a ella. Esa idea, más que ninguna otra cosa, fue lo que le frenó. Pero había algo cuya respuesta necesitaba conocer. Esperó hasta que casi habían llegado a la guarida antes de sacar el tema.
—?Cómo supiste dónde estaba anoche?
Brenna le miró de reojo. Era obvio que seguía furiosa.
—Se está volviendo loco ese cerebrito psi tuyo, ?verdad?
La satisfacción de Brenna no podía ser más obvia.
—El vehículo no tiene un dispositivo de rastreo.
—No cuando tú lo comprobaste. —Condujo el vehículo por el accidentado terreno con la confianza de una mujer furibunda, tras haber desconectado el modo aerodeslizante y cambiado a los neumáticos—. Te seguí fuera de la guarida y coloqué un rastreador debajo del chasis después de que te montaras.
Judd recordaba aquella sombra que había visto.
—Realicé un reconocimiento telepático.
Ella se encogió de hombros.
—No sé cómo funciona eso, pero no salí de debajo hasta que te marchaste con el coche. Lo que me recuerda… tendremos que enviar a alguien a que recoja el mío.
Nalini Singh's Books
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