Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(83)



—No me estás escuchando. —Sus labios le rozaron la oreja, pero no fue algo erótico—. No necesito influenciar tu mente para matarte. Ningún telequinésico tiene que hacerlo. Soy un tq, subdesignación ?cel?, extremadamente especializado. Puedo alterar las estructuras físicas del cuerpo de humanos, psi y cambiantes —le dijo al oído, con un tono glacial, mortífero—. Mi control es lo bastante preciso como para reajustar las células de la piel si quiero. Podría decirse que soy el escalpelo y que, comparado conmigo, Enrique no era más que un objeto romo.

Brenna no pensaba gritar; Judd había utilizado la palabra escalpelo adrede. Esa había sido el arma favorita de Enrique, la que había usado para cortar en pedacitos a sus víctimas. Pensar en Enrique trajo a su memoria cierto hecho, pero estaba demasiado concentrada en Judd como para prestarle atención.

—Por eso no tienes cicatrices —barbotó buscando algo que le permitiera serenarse.

Todos los soldados tenían cicatrices. Pero por lo que había visto del cuerpo de Judd, este no tenía la más mínima marca, sin contar las nuevas heridas que había sufrido la noche anterior.

El retrocedió clavando los ojos en el labio inferior que Brenna tenía atrapado entre los dientes. Tuvo la sensación de que la hubiera tocado… que la hubiera acariciado. El miedo se transformó súbitamente… en una pasión tan poderosa que la hizo temblar.

—Las cicatrices —le instó casi sin aliento.

—Librarnos de ellas era un ejercicio de adiestramiento para ayudarnos a fomentar el control. —Su voz seguía siendo igual de glacial, pero en sus ojos ardía un auténtico infierno—. Con el tiempo, parece que mi cuerpo ha aprendido a hacerlo solo y ahora desaparecen sin que yo sea consciente de ello. —La soltó con la misma brusquedad con que la había agarrado y puso varios pasos de distancia entre los dos.

Había un sinfín de preguntas dando vueltas en la cabeza de Brenna, pero solo una era importante.

—Tiene que haber un modo de solucionarlo. —No iba a perderle, al cuerno con su reciente ataque de terror—. Deja de intentar asustarme y dime cómo vamos a superar esto.

Las motas doradas desaparecieron de los ojos de Judd, sus iris se tornaron negros y se fundieron con las pupilas. Brenna contuvo el aliento, pero no se amilanó.

—Cuando tenía diez a?os y no había completado aún mi condicionamiento —le dijo— perdí los estribos con un chico que había cogido la pelota que yo estaba utilizando para practicar mis habilidades telequinésicas. Murió antes de caer al suelo. La autopsia reveló que su cerebro había explotado por dentro. Se llamaba Paul, su habilidad era la medicina y tenía ocho a?os.

—Ay, Dios bendito, Judd. —Se acercó para abrazarle, pero él levantó la mano para impedírselo.

—Tu proximidad pone a prueba mi control, y en estos momentos no haría falta mucho para hacer que lo perdiese. Un solo error y ma?ana te estarán enterrando —la advirtió con gravedad.

Brenna podía sentir el sufrimiento no exteriorizado de Judd como si fuera suyo.

—Eras un ni?o, con la falta de control propia de un ni?o.

—Y ahora soy un adulto con un control absoluto, pero dicho control radica en el Silencio. —La negrura de sus ojos se enfrentó a los de ella, sin dejar que Brenna apartara la mirada—. Jamás elegiré romperlo del todo.

—Eso no lo acepto. —El lobo atrapado en su interior mostró los dientes ante la idea—. ?Qué hacían los de tu subdesignación antes del Silencio? —La esperanza anidó en su corazón.

—O bien eran ermita?os, o bien estaban en la cárcel o muertos. —Su franca declaración poseía la fuerza destructiva de la verdad absoluta, aniquilando toda esperanza—. Aquellos que se percataban de lo que eran no tardaban en aislarse de la sociedad y pasaban sus vidas asegurándose de no entrar jamás en contacto con ningún otro ser vivo.

La inhumana soledad de semejante vida la dejó impactada.

—Los que no tenían tanta suerte acababan matando por accidente. Sin embargo, debido a que la naturaleza de sus habilidades significaba que dichos asesinatos tenían lugar durante la infancia, los tq-cel no eran encarcelados, sino que se les adiestraba y se le daba una segunda oportunidad. —Sus ojos eran aún más negros, algo que Brenna no habría creído posible un segundo antes.

?Algunos elegían vivir como ermita?os —prosiguió—. El resto intentaba llevar una vida normal, pero inevitablemente terminaban asesinando en un irreflexivo ataque de ira: a la esposa, al vecino, a ni?os. Llegados a ese punto, la mayoría optaba por hacer que sus corazones dejaran de latir. A aquellos que no lo hacían, se les aislaba en celdas durante el resto de su vida natural, y encadenaban sus mentes de modo que incluso la PsiNet les estaba vetada.

Brenna comprendía lo que era la responsabilidad y el castigo, pero lo que Judd le estaba describiendo era un salvajismo y una crueldad.

—?Cómo podían hacerle eso a…?

—Entonces sentíamos, Brenna. Los psi lo sentían todo. Los tq-cel encarcelados deseaban sufrir, querían pasar la eternidad reviviendo la pesadilla de haber matado a aquellos a quienes más amaban. —Judd se acercó y continuó con su implacable ofensiva—. Nunca hemos sido muchos… La teoría por la que apuestan los científicos es que nos reproducimos mediante una mutación espontánea. Esa es la única explicación de que sigamos existiendo, dado el hecho de que nuestros genes raras veces pasan de padres a hijos, sobre todo bajo el Silencio. No firmamos acuerdos de reproducción. No engendramos hijos. No nos emparejamos.

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