Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(81)
Judd sabía por qué no la había localizado durante el reconocimiento. Había cometido un error fundamental y reconocido solo el perímetro en vez de peinar la zona de dentro hacia fuera en sucesivos barridos. Para colmo de males, había estado tan distraído la noche pasada que había permitido que le siguiera no solo una persona, sino dos. El lobo tuvo que haberle seguido hasta la iglesia para luego aguardar su regreso.
O se estaba volviendo descuidado o estaban empezando a manifestarse los efectos más sutiles de la disonancia y de la lucha que se libraba en su cerebro entre el Silencio y las emociones. Pero no era eso lo que más le preocupaba.
—Podría haberte aplastado con el coche.
—En realidad no. —No parecía preocupada—. Solo había una dirección que podías tomar.
—Brenna.
—Solamente estás cabreado porque logré seguirte los pasos fuera de la guarida. —Le miró de forma penetrante—. Supe que algo pasaba en cuanto recibiste esa llamada durante la cena.
—?Cómo?
Judd no le dijo que cambiara de dirección cuando ella se dirigió hacia el garaje subterráneo. Demasiadas personas habían visto el vehículo y sabían que le pertenecía. Tendría que conseguir uno nuevo para sus actividades secretas.
Brenna detuvo el vehículo de cuatro ruedas dentro del garaje.
—No por tu expresión de Hombre de Hielo. De algún modo yo… —Mordiéndose el labio inferior, se encogió de hombros—. No puedo explicarlo. Simplemente lo supe. —Se bajó y rodeó el coche para abrirle la puerta, pero Judd ya se había apeado. Brenna comenzó a cruzar el garaje, por lo demás vacío, seguida por él—. Si te abres los puntos, no vengas a llorarme buscando compasión.
—Entendido. —Siguió con los ojos el vaivén de sus caderas y su control se fue al infierno—. No deberías haberme seguido.
—?Por qué no? —Brenna le lanzó una mirada nada halagadora por encima del hombro—. No eres precisamente Don Expresivo.
—Hay cosas que no tienes por qué saber.
—?Como qué co?o hacías en un aparcamiento desierto en mitad de la noche? —Se volvió para mirarle a la cara con los brazos cruzados—. No paras de repetirme que eres un asesino y entonces sales a escondidas. Es muy fácil sumar dos y dos, ?no te parece?
Judd se negó a escuchar esa vocecita que deseaba sacarla de su error.
—Sí.
—Gi-li-po-lle-ces. —Tras aquella tajante declaración, giró sobre sus talones y comenzó a subir la rampa que conducía al área principal de la guarida—. Si hubieras tenido en mente matar —dijo retrocediendo para abrir la puerta—, habrías ejecutado a aquel lobo nada más verlo.
Después de que ella se hubiese marchado, Judd se detuvo en el garaje durante unos minutos tratando de pensar en una respuesta que la dejara satisfecha. Ni podía ni quería arrastrarla al mundo gris de la rebelión en la que tenía que luchar. Impedir que el Implante P se hiciera realidad era su intento de encontrar la redención, si acaso existía algo semejante para un hombre como él, pero Brenna no tenía por qué pagar por sus crímenes. El era su escudo. Contra el mal… y contra sus propias pesadillas.
Preparado por fin, subió la rampa y se dirigió hacia el apartamento de Brenna. Ella había dejado la puerta abierta, que Judd cerró después de entrar.
—Brenna.
Estaba preparando café y levantó la vista al oírle.
—No me mientas, Judd. Guárdate tus secretos, pero no me mientas.
Sus palabras eran suaves, pero tan apasionadas que Judd las sintió como si fueran pu?etazos.
De modo que no le dio respuestas falsas.
—A mí también me apetece un café.
Brenna le sostuvo la mirada durante largo rato, como si esperase que él dijera algo más. Al ver que guardaba silencio, se puso rígida y le dio la espalda. Judd sintió el violento impulso de obligarla a que le mirase, pero luchó contra él. Finalmente, y justo a tiempo, ella mantenía las distancias. Un poco más y sabía que no le habría permitido tener su libertad… ni siquiera aunque ella le hubiera rogado que la dejara marchar.
Ni siquiera aunque hubiera gritado.
La puta había vuelto a echar por tierra sus planes. Había estado a punto de desgarrarle la garganta al asesino psi, cuando ella llegó corriendo. Había considerado la posibilidad de correr el riesgo, pero el puto psi le había causado ciertos da?os en la mandíbula con aquel único pu?etazo; no había estado seguro de poder seguir manteniéndole inmovilizado con su llave letal. Y si Brenna le hubiera visto, le habría reconocido. Ahora tenía que esconderse hasta que se le curase la mandíbula. Al menos no tardaría mucho.
No había sido una total pérdida de tiempo, se consoló. Andrew y Riley estaban cabreados. Y había oído discutir a Brenna y al psi. Era obvio que el incidente estaba haciendo que su extra?a relación, fuera la que fuese, se resintiera. Al cuerno con intentar aislar a Brenna, lo único que tenía que hacer era esperar hasta que Judd Lauren se marchara y ella estuviera sola en su gran apartamento.
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