Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(73)



—Vamos, el coche no está lejos. —Le rodeó la cintura con un brazo—. ?Por qué no te teletransportaste cuando te atacó?

—Requiere concentración. —No había tenido tiempo de restablecer los patrones correctos de su pensamiento—. Conduzco yo —dijo cuando llegaron al vehículo.

Brenna desactivó la cerradura colocando el pulgar encima y acto seguido se acercó a la puerta del pasajero.

—Creía que los psi erais gente coherente. No estás en condiciones de conducir.

Pero Judd deseaba hacerlo. Vagamente consciente de que no se trataba de un deseo racional, consintió que ella le dejara caer en el asiento del pasajero y cerrara la puerta. Solo cuando ella se montó en el coche, Judd comenzó a utilizar la energía que le quedaba para minimizar las heridas. A pesar de su concentración errática, el brazo casi había recuperado el movimiento, aunque parecía maltrecho. No obstante, la pérdida de sangre estaba teniendo un efecto progresivo. A duras penas podía pensar, mucho menos centrarse en reparar las heridas del torso. En consecuencia, los tajos abiertos continuaban sangrando.

—Lara está demasiado lejos. —Brenna puso en marcha el coche—. ?Un hospital! Hay uno…

—No.

Cuando tuvo la impresión de que ella iba a hacer caso omiso de su negativa, Judd la agarró con el brazo herido y el dolor le atravesó todo el cuerpo.

—No pueden examinar mi ADN. Los ni?os…

—Oh, Dios mío, lo había olvidado. —Le envolvió el brazo con algo—. Estás perdiendo demasiada sangre como para esperar a que lleguemos a la guarida. —El rojo elemento calaba ya lo que reconoció como el abrigo de Brenna, cuya lana estaba empapada—. ?Tu pecho, cielo, tu pecho!

Judd sabía que necesitaba ayuda; el lobo había da?ado una arteria o una vena importante, no sabía decir cuál en esos momentos. Era capaz de impedir que las heridas sangrasen a borbotones, pero eso era todo.

—Tamsyn está cerca. Coordenadas. —Logró decirle la localización de la casa de la sanadora antes de quedar inconsciente.

Brenna frenó bruscamente delante de una casa grande de estilo ranchero unos veinte minutos más tarde. Un leopardo de los DarkRiver con expresión torva abrió la puerta antes de que ella hubiera tenido tiempo siquiera de apagar el motor. Le reconoció como el compa?ero de Tamsyn.

—?Ayúdame!

El hombre echó a correr hacia la puerta del pasajero.

—?Joder! —exclamó al ver a Judd—. Muévete.

Apartó a Brenna a un lado, agarró el cuerpo inconsciente de Judd y se dispuso a cargarlo al hombro como hacen los bomberos.

—?No! —Le dio un palmetazo en la espalda desnuda a Nate, que solo vestía un par de viejos vaqueros—. El pecho…

Nate bajó la mirada y pareció reparar en lo que el jersey y la chaqueta de Judd habían ocultado.

—Santo Dios. —Se pasó el brazo de Judd por detrás del cuello, y cargó medio a rastras con el hombre hasta la casa—. El jodido psi pesa más de lo que aparenta.

Brenna también se había percatado de eso. Judd parecía tener una estructura ósea mayor que la mayoría de los psi. Pero en aquellos momentos, lo único que le importaba era que respiraba. Siguió los pasos de Nate y a duras penas se acordó de cerrar la puerta.

—Colócalo sobre la mesa —ordenó una crispada voz femenina—. Kit… sube y asegúrate de que los cachorros no bajen.

—Claro —respondió un adolescente alto, de cabello casta?o rojizo y con ojos so?olientos, que pasó por su lado.

—En la silla. —La voz de Judd hizo que el corazón de Brenna se acelerase—. No en la mesa —ordenó.

—Es tan cabezota como todos —farfulló Tamsyn, anudándose el cinturón de la bata—. Déjalo en la silla antes de que se caiga redondo y me ponga el suelo perdido.

Brenna no se apartó de Nate mientras este seguía las instrucciones de Tamsyn.

—?A quién ha cabreado esta vez? —preguntó el leopardo mientras Judd se erguía como podía en la silla, con la vista algo desenfocada.

—Cari?o, ?podrías traerme la pistola de puntos? —Tamsyn se afanaba ya con eficiencia de sanadora cortando la ropa que cubría la parte superior del cuerpo de Judd.

El psi no articuló sonido alguno ni dio muestras de sentir el menor dolor. Pero cuando sus ojos se cruzaron con los de Brenna, esta atisbo en ellos una innegable preocupación. Por ella. ?Por qué razón? Sin querer entorpecer a Tamsyn, pero con la imperiosa necesidad de tocarle, esperó hasta que la sanadora se deshizo de la ropa antes de colocarse junto al lado sano de Judd y posarle una mano sobre el hombro. Tenía la piel ardiendo.

Sobresaltada, se tragó el grito de sorpresa. La piel de Judd siempre había parecido ligeramente más fría que la suya, igual que la de Sascha y la de Faith. Pero esa noche era como una estufa.

—?Qué puedo hacer para ayudar? —preguntó cuando él le apartó la mano.

—Toma. —La sanadora el entregó un pa?o mojado—. Limpia con cuidado la sangre del pecho para que pueda ver lo profundas que son las heridas.

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