Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(68)



—La situación es volátil. Entre los nuestros hay quienes no se sienten muy amistosos.

—Ah. —No había tenido eso en cuenta, un error inexcusable con todo lo que estaba pasando. Solo había querido salir y arreglar lo único que podía arreglar, aunque su mente se estuviera rompiendo en mil pedazos—. Debería regresar, ?no?

No ocultó su decepción.

—?Qué co?o…? He venido para ser tu guardaespaldas personal. —Le lanzó una mirada que podría haber pertenecido a cualquiera de sus hermanos—. ?Adónde?

Brenna esbozó una amplia sonrisa y sintió ganas de darle un abrazo.

—Al salón de la se?orita Leozandra

Brenna se marchó casi al anochecer después de haber tomado un almuerzo tardío y un tentempié por la tarde preparados por el chef de la se?orita Leozandra. No podía recordar qué era lo que había comido de lo emocionada que estaba con su melena hasta los hombros. Las extensiones generadas de forma sintética eran perfectas; ni siquiera ella podía distinguir dónde acababa su pelo y empezaban los nuevos mechones. ?Y tenía flequillo!

Nada podía empa?ar su felicidad, ni siquiera saber que varios vigías la habían visto regresar. Riley estaría enterado en cuestión de minutos. Le daba igual. Su dicha aumentó con cada exclamación que la recibió de camino a su apartamento; la reacción era unánimemente positiva.

No sabía quién se sorprendió más cuando, al doblar la esquina, se encontró a Judd apoyado contra su puerta. Su rostro, como de costumbre, no revelaba nada, pero en sus ojos pudo ver una cierta chispa, y de algún modo supo que le había pillado desprevenido. También él la había cogido por sorpresa.

—Estás bien —le dijo.

Sin poder dar crédito, le echó un vistazo. era obvio que se había duchado y puesto un par de vaqueros y una camiseta negros y limpios, pero en la piel que alcanzaba a ver no se apreciaba ninguna magulladura.

—?Por qué no iba a estarlo?

—Porque has salido al bosque con mi hermano

Brenna abrió la puerta y dejó que entrara tras ella, muy consciente de que pese a su absoluta determinación de reprimir sus emociones, él había ido a buscarla. Judd cerró de una patada mientras ella luchaba por contener su alegría.

—Hum. —Judd se acercó y rozó un mechón de su cabello—. Qué suave.

No dijo nasa mientras él acariciaba los mechones entre los dedos una y otra vez, como si tratara de descubrir en qué punto las fibras de alta calidad se unían a su cabello natural… o quizás simplemente estuviera dándose el gusto.

—Perfecto. —Dejó que los mechones se deslizaran entre sus dedos.

—?Te gusta? —se sorprendió preguntándose en contra de su buen juicio.

—Ya te he dicho que sí.

?Perfecto.?

El comentario que había pensado que se refería a la calidad de ?as extensiones en realidad estaba dirigido a ella.

—Ah. —A pesar de que sintió que la invadía la timidez, extendió los brazos y le estrechó en ellos. él se puso rígido y supo de pronto que no se trataba de una reacción a su contacto. Se apartó y comenzó a subirle la camiseta—. Deja que adivine, ?costillas rotas?

—Brenna.

él trató de detenerla, pero Brenna le dio un manotazo.

—Ay, Dios mío.

Judd tenía la parte izquierda del torso completamente amoratada.

—?Por qué no lo tienes vendado?

—No lo necesito.

Brenna le bajó la camiseta.

—Vale. Hazte el duro. —Entonces se le pasó algo por la cabeza y la sangre se le heló en las venas—. Judd, ?cómo ha quedado Drew?

—Peor.

—?Está muerto? —se obligó a preguntar.

—No.

Se sentía tan aliviada que le daba vueltas la cabeza.

—Creía que ibais a jugar con láseres.

—Pusimos algunas reglas nuevas.

Era evidente que no iba a contarle nada más. Levantó las manos en alto.

—Tú no estás muerto. Drew no está muerto. Con eso me basta. —Se volvió para coger unos paquetes de hielo en una toalla peque?a y se la aplicó sobre las costillas.

—?Qué pasa con los hombres y la testosterona? —Masculló, colocándose entre las piernas estiradas de Judd.

—No creo que te gustásemos sin ella. —Se sujetó el hielo sobre el costado con el brazo—. Esto es innecesario.

Brenna estaba a punto de replicarle cuando se dio cuenta de que Judd había acudido a ella precisamente porque le había mimado, por mucho que él se hubiera dicho a sí mismo otra cosa. Notó que se le formaba un nudo en la garganta.

—Compláceme —dijo, retirándole el cabello de la frente con suavidad—. Necesitas un corte de pelo.

Judd siempre lo llevaba rapado al estilo militar.

—Me lo cortaré esta noche.

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