Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(64)



Se despertó de forma súbita realizando una exploración telepática en el acto. Encontró a Brenna más rápido de lo que debería. Estaba a salvo. Dormida. Pero él ya no podría volver a pegar ojo. Se levantó y comenzó a hacer ejercicios en la barra de metal sujeta a las paredes.

Cuando el reloj indicó que había amanecido, él ya estaba al límite del agotamiento. Una vez estimó que Brenna ya estaría despierta, la llamó.

—?Qué? —respondió una voz so?olienta.

—?Has hablado con Sascha?

Ella conectó la pantalla y Judd vio que el sue?o dulcificaba su semblante. Aquello hizo que el hambre que le invadía se retorciera, que le carcomiera por dentro, como si una bestia habitara también en su interior. La noche anterior había pasado horas restaurando las brechas de su condicionamiento. Deberían aguantar. Pero nada más verla comprendió que había un desperfecto grave que aún no había descubierto, una fuente oculta de emociones subversivas.

—Sí, se?or, Judd, se?or —replicó con una ligera sonrisa—. Vendrá hoy a verme.

El percibió la reticencia que destilaba su voz.

—?Quieres que…?

—No —respondió cortante—. Estaré bien sola. ?Nos vemos esta noche?

—Estaré en la guarida.

Después de apagar el panel, se dio una ducha y luego decidió quemar el exceso de energía haciéndole una visita a Sienna. Las habilidades de su sobrina mayor se estaban desarrollando con rapidez; si Walker y él no lograban inculcarle cierto control, iban a tener un buen problema. La cuestión era que, al igual que pasaba con Judd, la telepatía de la que todo el mundo tenía conocimiento no era más que un don secundario. Su verdadera fuerza era algo tan volátil que incluso los psi rehuían a aquellos que lo poseían.

Dado que Sienna tenía ganas de colaborar, algo nada habitual en ella, la sesión fue bien. Regresaba a media ma?ana, después de dar un peque?o rodeo, cuando un peque?o cuerpo desnudo le arrolló en uno de los corredores principales. Después de sujetar al muchacho con su energía telequinésica para que no cayera al suelo, bajó la vista hacia él. El ni?o se llevó un dedo a los labios.

—Chist. Me estoy escondiendo. —Dicho eso, pasó por debajo de Judd y se escabulló dentro de un nicho—. ?Rápido!

Sin estar demasiado seguro de por qué obedecía la orden, Judd retrocedió de espaldas hasta detenerse delante del ni?o y cruzó los brazos. Una sonrojada Lara dobló corriendo la esquina al cabo de unos segundos.

—?Has visto a Ben? Cuatro a?os, va en cueros.

—?Cómo es de alto? —preguntó Judd de modo más autoritario.

Lara le miró fijamente.

—Tiene cuatro a?os. ?Qué altura crees que tiene? ?Le has visto o no?

—Déjame pensar… ?Has dicho que va desnudo?

—Estaba a punto de ba?arse. Es tan escurridizo como una trucha.

Se escuchó una risilla detrás de Judd.

Lara abrió los ojos como platos y luego sus labios se movieron nerviosamente.

—?Así que no le has visto?

—Sin una descripción como es debido, no puedo estar seguro.

Era evidente que la sanadora estaba intentando reprimir la risa.

—No deberías animarle… ya es incorregible de por sí.

Judd sintió unas manitas infantiles en la pantorrilla izquierda y, acto seguido, Ben asomó la cabeza.

—Soy incodegible, ?lo has oído?

Judd asintió.

—Me parece que te han encontrado. ?Por qué no vas a darte un ba?o?

—Vamos, renacuajo. —Lara le ofreció la mano.

El peque?o se aferró a la pierna de Judd con las cuatro extremidades, sorprendentemente fuertes.

—No. Quiero quedarme con el tío Judd.

Lara se adelantó a la pregunta del aludido:

—Ben pasa mucho tiempo con Marlee.

—Paso mucho tiempo con Marlee —repitió una aguda vocecilla.

Judd miró hacia abajo.

—?Estás segura de que es un lobo? A mí me parece más un papagayo.

La cara de Ben se ensombreció.

—?Soy un lobo!

El ni?o soltó a Judd para transformarse en medio de una lluvia de chispas multicolor. Judd contuvo el aliento hasta que el peque?o lobezno se dispuso a intentar trepar por su cuerpo. Los avances de Ben se veían dificultados porque no se estaba ayudando de las garras.

Judd se inclinó para cogerle y le sostuvo contra su pecho incapaz de explicar su propio comportamiento.

—No tiene garras.

—Por supuesto que no —repuso Lara—. Es la primera regla que les ense?amos: nada de garras mientras se juega. ?Te imaginas la carnicería si no fuera así?

—Es lógico.

El lobezno le aporreaba el pecho, un peso vivo y cálido contra él.

—Por eso Tai se sintió tan avergonzado cuando sacó las garras.

Judd ya había olvidado el incidente.

—No estábamos jugando. Las garras no eran un problema.

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