Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(67)


Lucy rió de forma sincera y franca.

—?Es que te has dado un golpe en la cabeza, Bren? Hueles a él, pedazo de boba.

—Ah. —Pero no debería, no hasta ese punto. El olor de otro quedaba impreso y resultaba imposible de borrar únicamente entre amantes. Algo que jamás llegaría a ser para Judd si le ejecutaban por matar… ?Basta!—. Lucy, necesito un favor. ?Tienes acceso a un vehículo?

—Claro. Tú también.

—No sin que Riley se entere. Hum, estoy bajo arresto domiciliario… más o menos. —Iba a violar las reglas, pero no iba a hacerlo a tontas y a locas.

—Parece que Riley tenga un cardo en el culo —farfulló Lucy—. Ayer me echó la bronca sin motivo. Te sacaré de aquí con mucho gusto. ?Adónde vamos?

—Al salón de belleza de la se?orita Leozandra. —Situado en pleno corazón de Chinatown.


Iba a ocuparse de terminar el trabajo esa ma?ana. Los mentideros de la guarida habían confirmado que la zorra por fin estaba sola y desprotegida. Lo único que tenía que hacer era atraerla hasta uno de los rincones oscuros del garaje.

Ella iría. Si hubiera recordado su rostro, a esas alturas ya se habría puesto a chillar. No importaba. Tenía que morir; no podía arriesgarse a que recuperara la memoria. Le abrirían en canal y le sacarían los intestinos mientras aún estaba con vida si se enteraban de lo que había hecho. Las drogas y el asesinato de Timothy no eran nada comparados con su primer crimen.

Se tragó el miedo. Ella iría. Confiaba en él porque era uno de los buenos.

Una vez en el garaje la drogaría con el rush con el que ya había llenado la jeringuilla, la metería en el maletero de uno de los coches del clan y se marcharía con ella. Nadie descubriría adonde había ido la zorra. O culparían de todo a Judd Lauren. Sí, eso funcionaría. Lo prepararía para que pareciera que Judd la había matado, quizá dejaría un cuchillo empapado con su sangre en la habitación del psi.

Sonrió para sus adentros, el miedo quedó sepultado bajo la enfermiza excitación.

Recibió la primera sorpresa cuando llegó al apartamento de ella. La puerta estaba impregnada con el olor frío y peligroso del psi al que sin duda se estaba follando. Retrocedió sin tocar nada. El olor podría deberse a que Judd hubiera pasado algo de tiempo en el interior, pero estaba seguro de que el psi había hecho algo, de que había puesto alguna especie de extra?a trampa psíquica.

—Eh, ?buscas a Bren? —le dijo un miembro del clan con una sonrisa—. Se ha marchado con Lucy. Las he visto salir.

—No. —No podía permitir que ella descubriera que la había estado buscando. Eso podría servir para que recuperase la memoria—. En realidad, busco a Drew.

—He oído algo sobre unas maniobras de combate.

—Gracias.

Se le encogió el estómago mientras se alejaba. Ahora no podía hacer nada, tendría que esperar hasta que el estúpido de la sonrisa que le había interrumpido se olvidase de que le había visto delante de esa puerta. Pero no podía esperar eternamente. Brenna podría recordar en cualquier momento.





21


Para sorpresa de Brenna, lograron abandonar la guarida sin el menor problema. Salió a gatas del asiento trasero y le pidió a Lucy que se detuviera una vez que hubiera pasado el peligro de que los exploradores la vieran.

—Ya puedo yo sola desde aquí.

—?Estás segura? —le preguntó simplemente de manera amistosa.

—Necesito conducir.

—Todo tuyo. Regresaré corriendo y fingiré que no sé nada cuando Riley me dé la brasa.

Brenna le devolvió la sonrisa traviesa.

—Gracias, Lucy.

—De nada.

La joven se bajó y Brenna se acomodó en el asiento del conductor. Tras despedirse con la mano la siguió con la vista mientras desaparecía en el bosque. Luego inspiró profundamente y agarró el volante. Sus labios dibujaron una amplia sonrisa. Se sentía libre.

El trayecto desde la nevada Sierra hasta el frío aunque seco bullicio de San Francisco resultó inquietantemente tranquilo. Sin embotellamientos, sin vigías de los SnowDancer, sin semáforos en rojo. Perfecto. Debería haber sabido que no podía ser tan fácil. Después de encontrar un edificio de aparcamientos, donde estacionaron su coche en el tercer nivel, comenzó a caminar hacia el hermoso salón. Los problemas se presentaron al cabo de menos de un minuto.

Un hombre alto de cabello leonado salió de la nada para apoyarse contra la pared frente a ella.

—Creía que debías quedarte en la guarida.

—?No me lo puedo creer! —Cruzó los brazos y miró fijamente al centinela de los DarkRiver—. ?Me han delatado a los gatos?

Puede que fueran sus aliados, pero aún no eran sus amigos. Sin embargo, confiaba en Vaughn. Había estado presente en su rescate; tal vez estuviera inconsciente en aquellos momentos, pero su lobo interior lo recordaba. Vaughn era de confianza.

Naturalmente, en ese instante no parecía alegrarse especialmente de verla.

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