Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(72)
—No seguirá siendo así —se?aló Hawke—. Cada vez que entran aprenden más.
Sascha expresó su acuerdo con un débil sonido.
—Y a los psi se les da muy bien recopilar datos.
—Esta vez no bastará con localizar y eliminar a los responsables de las muertes. —Judd había visto cómo operaban los cambiantes. Ojo por ojo. Sangre por sangre. Era una ley compatible con el código de honor por el que se regían. Sin embargo, los psi carecían de dicho honor—. Tenéis que enviar un mensaje más contundente.
—Tiene razón. —Lucas miró a Hawke—. Ya han descubierto cómo falsear nuestros olores. Al menos lo suficiente para enga?ar a un observador casual. Si atacan a un padre de familia… este no se tomará el tiempo de asegurarse de que tiene el olor correcto. Se vengará yendo por nuestros jóvenes.
Era una desagradable aunque clara descripción de las consecuencias de subir las apuestas.
—No podéis permitiros entrar en una guerra abierta con el Consejo. —Judd sabía de lo que eran capaces los líderes de su gente, de los límites que estarían dispuestos a violar—. Puede que sea eso lo que quieren: si iniciáis el ataque, lo justificarán utilizando la fuerza bruta.
Durante varios minutos lo único que se escuchó fue el susurro del viento entre los árboles, y para Judd, solo el sonido regular de la respiración de Brenna. Ella era algo que no había esperado encontrar y que sin duda no merecía. No podía darle nada de lo que necesitaba, pero su negro corazón comenzaba a comprender que dejarla marchar podría no ser una opción.
Brenna había despertado algo primitivo dentro de él, algo desesperado y violento que nacía no de la ira, sino de la pasión. El sudor resbalaba por su espalda mientras luchaba contra las crecientes acometidas de la disonancia, que se hacía más fuerte con cada confesión, con cada caricia. Y no le importaba lo más mínimo. Una parte de él deseaba olvidar por qué la disonancia había arraigado con tanta fuerza en su psique, olvidar lo que sucedería si rompía las cadenas del condicionamiento.
—Datos —dijo Hawke antes de que Judd pudiera ceder a la locura—. A los psi les encantan los ordenadores. Si pirateamos sus sistemas y destruimos algunas cosas, captarán el mensaje.
?Si creas problemas en nuestro territorio, los creamos en el tuyo.?
Judd siempre supo que Hawke era uno de los depredadores más inteligentes que había conocido, pero aquel plan resultaba brillante hasta para él. La mayoría de los alfas habrían buscado alguna clase de venganza sangrienta, tal y como el propio Hawke había hecho en el pasado, pero para esa partida de ajedrez en particular, un movimiento solapado era mucho, muchísimo mejor.
—Si atacas una de las mayores bases de datos, como las que suministran datos a los mercados bursátiles, perturbas el progreso de las cosas a nivel mundial.
—?La mayoría de la información no cuenta con una copia de seguridad en la PsiNet? —preguntó Brenna—. Nunca he entendido por qué a los psi les gustan tanto los ordenadores.
Quien respondió fue Sascha:
—El factor crucial es el poder. Debido a que gran parte del trabajo administrativo lo realizan psi de gradiente bajo, gente que no posee la fortaleza psíquica suficiente para acceder a cámaras seguras de datos de forma continuada, no es provechoso almacenar en la Red archivos diarios de negocios. —Al ver que nadie la interrumpía, prosiguió—: El otro problema es que los psi tienen que hacer negocios con las otras razas. Humanos y cambiantes exigen datos a los que puedan acceder. Si los sistemas caen, puede que a los consejeros les estalle la cabeza. Es una idea realmente brillante, Hawke.
El lobo esbozó una sonrisa.
—Gracias, querida Sascha. Tal vez estés con el alfa equivocado, ?hum?
—Hawke —farfulló Lucas cambiando de posición para rodear el cuello de Sascha con el brazo y apretarla contra sí—, te juro que uno de estos días…
23
?Judd!
El grito fue tan inesperado que se quedó paralizado. También el lobo. Un segundo después, el animal se apartó de un salto de su cuerpo y se adentró como un rayo en la oscuridad. Podría haberle alcanzado y destruido a esa distancia, pero se contuvo. Si aquel lobo era uno de los hermanos de Brenna…
—Judd. —Las manos de Brenna le enmarcaron el rostro cuando él se incorporó, limpiándole las gotas de lluvia de la piel con dedos temblorosos—. ?Dios mío! ?Tienes el brazo destrozado!
—Brenna, ?qué haces aquí?
Judd había focalizado sus poderes en el brazo para comenzar a soldar el hueso; la capacidad para curarse a sí mismo era un complemento de sus dotes de tq-cel.
—?No puedo creer que me eches la bronca mientras te desangras!
Brenna le agarró el brazo sano, se lo pasó sobre los hombros y le ayudó a levantarse. Ella era menuda, de modo que requirió de un esfuerzo considerable a pesar de su fuerza de cambiante.
Judd había perdido más sangre de la que había imaginado, y eso le nublaba el pensamiento y entorpecía sus capacidades mientras intentaba reparar los da?os sufridos. Debería haber matado a su agresor en aquella fracción de segundo transcurrida entre el ruido y el ataque en lugar de intentar esquivarlo. Pero entonces Brenna le habría mirado con odio… y eso era inaceptable.
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