Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(69)


—No lo hagas. Me gusta así de largo.

El cabello le rozaba la nuca, no demasiado largo, aunque sí lo bastante para poder pasar los dedos por él.

Judd levantó la vista para mirarla a los ojos. El momento se dilató mientras ella le retiraba los largos mechones a un lado.

—Podrías recortarte solo un poquito esto de aquí que se te mete en los ojos.

—De acuerdo.

La escueta aceptación de Judd hizo que se le encogiera el estómago, sus muros protectores se vinieron abajo.

?Te apetece dar un paseo?

No quería pelearse con Riley y lo más seguro era que este apareciera de un momentos a otro para echarle la bronca por haberse escapado. No podía creer que Judd no le hubiera dicho nada aún. Pero, claro, no se estaba comportando como de costumbre.

él le entregó la toalla con el hielo.

—Ponte un abrigo. Ya ha oscurecido.

—?Y tú?

La manifiesta fuerza de sus antebrazos captó la atención de Brenna. Tenía tantas ganas de acariciarle que casi resultaba doloroso. ?Por qué él no sentía la misma necesidad?

—Iré a por mi chaqueta y me reuniré contigo en la puerta del jardín.

Diez minutos más tarde, dejaban atrás la Zona Blanca para adentrarse en el perímetro interno; Brenna esperaba que sus hermanos captasen la indirecta.

Judd la condujo a un rincón apartado antes de detenerse.

—Cuéntamelo.

No le sorprendió que él supiera el verdadero motivo por el que le había pedido que salieran. Se sentó en un tronco caído mientras que Judd apoyaba su musculoso cuerpo contra un árbol frente a ella, dando la impresión de fundirse con la resplandeciente oscuridad de primeras horas de la noche en la Sierra.

—Estoy destrozando a mi familia —dijo reconociendo la verdad—. Drew y Riley… ?viste sus caras ayer? Creen que me están perdiendo. —A manos de la locura.

—Son adultos, lo soportarán.

—?Tú crees? Mira cómo reaccionan cada vez que intento reclamar mi independencia. —Era la cruz de sus naturalezas profundamente leales, de un instinto protector que podía llegar a ser destructivo.

—Quieren mantenerte a salvo.

Brenna clavó la mirada en él con incredulidad.

—?Te pones de su lado?

—En este único caso, tienen razón. Necesitas que te protejan de tu propia voluntad. —La voz de Judd era puro acero—. Podrías hacerte da?o con las prisas por arreglar las cosas.

—?Hombres! —gru?ó al tiempo que se levantaba y comenzaba a pasearse de un lado para otro siguiendo el tronco—. Se supone que tienes que apoyarme, ?recuerdas?

—Solo en público —dijo con fría lógica psi—. Si quieres obediencia ciega, cómprate un perro.

Dio una patada a la nieve en dirección a Judd. Pillado por sorpresa, él la desvió con sus poderes. Y eso solo enfureció más a Brenna.

—Eso es hacer trampas.

—No sabía que era una prueba. — Permaneció inmóvil mientras ella se acercaba para plantarse delante de él, con las mejillas enrojecidas. Su cuerpo se tensó, sintió la piel tirante. Brenna era toda pasión, toda ira—. Eres preciosa —le dijo desoyendo la repentina punzada de la disonancia, la violenta advertencia de que estaba demasiado cerca de perder el control sobre su monstruoso ?don?.

Brenna soltó un bufido.

—No soy tan fácil de manipular.

Con expresión ce?uda, dio media vuelta para dirigirse de nuevo hacia el tronco. Los ojos de Judd se vieron irremediablemente atraídos por el contoneo de sus caderas, el seductor trasero enfundado en unos vaqueros ce?idos que resaltaban cada una de sus desafiantes curvas femeninas. Nuevas punzadas de dolor, nuevas se?ales de alarma. Pero no fue eso lo que le hizo levantar los ojos hasta el rostro de Brenna, sino su repentino silencio.

Judd se enderezó con los sentidos alerta.

—Los leopardos. —Ya conocía su firma psíquica, podía distinguirla de la de los lobos.

—Están aquí —susurró Brenna—. Y no me parece que estén contentos.

—Regresa y busca a Hawke. Yo los retendré.

Dio media vuelta sin poner objeciones y se marchó corriendo a toda velocidad. Judd avanzó en dirección hacia donde percibía a los leopardos de los DarkRiver. Le estaban esperando al otro lado de un peque?o claro. Lucas, Sascha, Dorian y Mercy. Judd no conocía bien a esta última, pero consideraba a Dorian uno de los cambiantes más peligrosos de ambos clanes. El macho de los DarkRiver carecía de la capacidad para transformarse en leopardo, pero eso no significaba nada. La noche del rescate de Brenna, Judd había visto al centinela hacer pedazos a Enrique con sus propias manos.

—No deberíais estar aquí. —Habían roto las reglas. Los dos clanes tenían una alianza y habían alcanzado un acuerdo por el que podían moverse libremente en ambos territorios, pero acercarse tanto a la guarida sin avisar previamente era un signo de agresión.

Lucas indicó a Dorian y a Mercy que se apartaran cuando estos se disponían a cubrirle. Pero él sí se colocó delante de su compa?era. Sascha frunció el ce?o, pero no dijo nada. —Si hubiéramos querido provocar una guerra, ya estaríamos dentro de la guarida. — Las marcas del rostro de Lucas, semejantes a las que dejarían las garras de una gran bestia, estaban enrojecidas—. Hemos venido para hablar.

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