Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(58)



—Mis posibilidades son mayores que las vuestras.

—?Por qué razón? ?Porque perteneces a la raza de psicópatas que le hicieron esto? —habló nuevamente Andrew, con una mezcla de cólera e instinto protector.

—Porque he estado dentro de su oscuridad. —Había sido un efecto secundario inevitable del proceso de recuperación. Le había insuflado energía a Sascha a través de un enlace telepático, pero a su vez ese enlace le había transmitido la atroz agonía de los recuerdos de Brenna. Creyó que la experiencia no había tenido ninguna repercusión. Se había equivocado—. Sé qué decirle para hacerla volver.

Nadie se interpuso en su camino después de eso. Antes de abrir la puerta de Brenna, se detuvo y se volvió hacia Greg.

—Si dices una sola palabra de esto estás muerto —le amenazó, sin dejar lugar a negociaciones.

Greg abrió los ojos desmesuradamente.

—No diré nada, lo juro.

Después de dar media vuelta, Judd puso la mano sobre el pomo, abrió y entró en la habitación. Brenna se abalanzó sobre él en medio de un silencioso aluvión de dientes y garras, haciendo que su cuerpo golpeara contra la puerta y que esta se cerrara violentamente. La agarró de las mu?ecas a tiempo para evitar que sus ojos sufrieran algún da?o.

La ira de Brenna aumentó de forma salvaje al verse inmovilizada por él. Correas, se percató de inmediato Judd. Santano Enrique había utilizado correas con ella.

—Guarda las garras y te soltaré —le dijo en un tono de voz inflexible, tan duro como el metal más indestructible.

Sumida aún en un inquietante silencio, Brenna trató de ponerle la zancadilla, pero él era demasiado rápido, y cambió de posición antes de que ella pudiera hacer palanca. Eso hizo que arremetiera contra él con furioso ímpetu, sus afiladísimas garras quedaron a escasos centímetros de Judd antes de que la detuviera. Aquellos salvajes ojos marrones y azulados que le miraban carecían por completo de cordura. La Brenna que conocía se había replegado a un lugar seguro dentro de su mente, el mismo lugar que le había permitido sobrevivir a Enrique. El resto de ella estaba atrapado en el recuerdo del trato brutal al que había sido sometida.

Sascha podría haberla despojado de esos recuerdos, pero Brenna fue tajante al respecto: deseaba conservar sus cicatrices. Y como si quisiera demostrar que esas cicatrices no la habían debilitado, se había recuperado con tanto coraje que era un milagro viviente. Sin embargo, aquella pronta recuperación preocupó a Sascha y a Lara. Las dos sanadoras habían estado temiendo una posible recaída, pero ninguna podría haber previsto aquello.

Cuando ella le mostró los dientes y comenzó a retorcerse y a forcejear, Judd supo que iba a hacerse da?o si no se lo impedía. Se arriesgó a soltarle las mu?ecas al tiempo que la abrazaba para sujetarle las extremidades. Le ara?ó los costados con las garras, desgarrándole el jersey y la piel antes de que consiguiera inmovilizarla contra su cuerpo. Brenna presionó los dientes sobre la arteria carótida, pero no le mordió.

—Brenna, vas a regresar. Si no lo haces, Enrique gana.

Podía sentir que la sangre comenzaba a resbalar por sus costados, pero el verdadero peligro eran los dientes de Brenna. Podía incapacitarla… si estaba dispuesto a hacerle da?o. Y no lo estaba.

—Ahora mismo está ganando —le dijo—. Haciendo de ti una llorica enfurecida a la que todos creen loca. —Sus palabras eran crueles, pero eran las únicas que podrían provocarle lo suficiente para hacerla despertar—. ?Esa eres tú? ?Una loba quebrada? ?Es eso lo que él ha hecho de ti?

Gru?endo, le soltó la carótida.

—Cierra el pico.

La rabia ciega la invadía.

—?Por qué? Todo lo que he dicho es cierto. —Continuó presionando cuando otros en su lugar se habrían detenido—. Tienes las garras ensangrentadas, una expresión feroz y la ropa desgarrada. Pareces una mujer que se ha hundido en la locura.

Brenna le pisó fuertemente la bota con el pie descalzo.

—Apuesto a que has sacado tus modales en la alcoba del mismo lugar del que sacaste tu encanto… en el campo de concentración del Consejo.

Judd le soltó los brazos al percibir a la verdadera Brenna en aquella mordaz declaración. Pero ella siguió sin moverse, con el rostro apretado contra su torso. Arriesgándose a que le agrediera, puso una mano en la parte posterior de la cabeza de Brenna en un gesto tan instintivo como lo era saber qué tenía que hacer y qué tenía que decirle a aquella cambiante. Otra brecha en el Protocolo, otra gélida punzada de dolor que atravesó su córtex cerebral, pero no lo bastante peligroso como para liberar sus mortíferas habilidades. Aún no.

Brenna posó la palma allí donde latía su corazón.

—Te he hecho sangrar.

—No son más que ara?azos superficiales. Se curarán.

—Es una lástima. Te mereces que fueran lo bastante profundos como para que te quedasen cicatrices —le dijo con crueldad, pero sin apartarse de su cuerpo.

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