Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(57)
—?Qué le has hecho?
La sangre se le congeló en las venas sacando a la superficie su negro corazón, esa parte que podía matar sin remordimientos.
—?Nada! —gritó Greg—. Es lo que sigo intentando deciros a todos. Yo no le he hecho nada a vuestra princesita.
—Cuidadito con esa lengua o te doy una paliza yo mismo —gru?ó Hawke.
Greg levantó las manos con las palmas hacia arriba.
—Mirad, Brenna no es parte de nuestra pandilla, pero se pasó la noche conmigo y con Madeline, Quentin, Tilau y Laine. Preparamos algo para cenar y luego pasamos un rato agradable en mi apartamento. Cuando los demás se marcharon, ella se quedó.
Judd se estaba esforzando al máximo para no matar a Greg. Había imaginado que Brenna estaba al otro lado de la puerta cerrada que se encontraba detrás de Riley. Y tenía problemas. A pesar del martilleo de la disonancia, podía teletransportarse en el espacio con facilidad. Sin embargo el instinto, otra vez esa palabra, le decía que esperase, que necesitaba conocer los hechos, conocer los da?os causados por Greg.
—Creía que ella quería… ya sabéis. —Greg se encogió de hombros—. Pero se marchó después de que habláramos durante una hora y yo me di por vencido.
—?Así de simple? —gru?ó Andrew—. No se te conoce precisamente por tu naturaleza comprensiva.
—Tampoco estoy chalado. Riley y tú me habríais comido vivo si hubiera hecho algo. —Aquella admisión encajaba con su personalidad—. Y creía que ella podría estar haciéndose la difícil para darle más emoción al gran evento, como a veces hacen las mujeres.
Los lobos no le interrumpieron, de modo que Judd conjeturó que se trataba de una afirmación veraz. Pero no quería pensar sobre el ?gran evento? y lo que podría haber tenido lugar en esa habitación que se encontraba a menos de cinco metros de distancia.
—Entonces —prosiguió Greg— recibí una llamada en la que me invitaba a venir aquí. Yo no tenía muchas ganas… hasta que me dijo que los dos estaríais fuera durante horas.
—Así que le hiciste da?o. —Riley se movió para aferrar a Greg del pescuezo al tiempo que le preguntaba en un tono de voz sereno, letal—: ?Qué le has hecho?
Greg tiró del brazo de Riley, pero no logró que este le soltara.
—?Llevaba puesta una bata, por el amor de Dios! —dijo entrecortadamente—. ?Qué otra cosa iba a pensar cuando me hizo se?as con un dedo y me pidió que cerrase la puerta?
Aquella imagen provocó una reacción en el interior de Judd, hizo que se rompiera una de las vitales cadenas de control. Con solo apretar fuertemente…
Hawke puso el brazo encima del de Riley bloqueando el campo de visión de Judd.
—Al menos dice la verdad sobre lo de la bata. Deja que hable.
Riley no desistió.
—?Te dijo ella que no? Y no me mientas.
La cadena cedió de nuevo.
—Dínoslo o te aplasto el cerebro —le dijo Judd con total naturalidad, porque, para él, era algo natural—. Tendrás suerte si puedes comer sin ayuda después de eso. —Ascendiendo desde el corazón, envolvió el cráneo de Greg con su energía. Y comenzó a aplicar presión.
Un terror absoluto inundó los ojos del lobo.
—?Hawke, detenle!
El alfa miró a Judd a los ojos.
—No le mates aún. Tenemos que saber lo que ha sucedido.
Greg comenzó a hablar casi antes de que Hawke hubiera terminado la frase.
—?Os juro que no dijo que no! La besé y me dispuse a ponerle la mano en el hombro. Entonces se volvió majara. Me ara?ó antes de que pudiera moverme. Ni siquiera la empujé, estaba demasiado ocupado intentando salir de ahí antes de que me perforara los globos oculares o cualquier otra cosa.
Riley soltó a Greg y este se desplomó en el suelo, tosiendo.
En ese preciso momento, Hawke miró a Judd, sus claros ojos azul plateado eran más lobunos que humanos.
—Brenna no dejará entrar a nadie, ni siquiera a Lara. Lara ha ido a ver si puede localizar a Sascha. —Líneas de tensión enmarcaban su boca—. Entraríamos por la fuerza, pero cada vez que lo intentamos, se pone a gritar de tal forma que tememos que se haga da?o.
Más del que ya había sufrido. Judd vio la opinión tácita de todos ellos en la expresión agónica de sus caras. Su resolución se convirtió en granito.
—Yo puedo sacarla de ahí.
Andrew se fue airado hacia él, pero Hawke le empujó antes de que Judd pudiera hacerlo. No estaba dispuesto a andarse con tonterías cuando la cordura de Brenna estaba en juego. Pero no podía teletransportarse; verle utilizar sus poderes telequinésicos solo la pondría furiosa.
—?Estás seguro? —Hawke empujó de nuevo a Andrew—. Brenna estaba cabreada contigo.
Razón por la que había ido tras aquel patético hombrecillo que lloriqueaba a sus pies. Pero, tal y como se?aló una parte aún lúcida de sí mismo, semejante acto de traición no era propio de la naturaleza de Brenna. Simplemente no encajaba.
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