Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(53)


—Inténtalo —le desafió casi entre dientes.

Su hermano parpadeó, obviamente sorprendido por el veneno que destilaba su voz. Brenna siempre había sido la más dulce de los tres, con quien tanto Drew como Riley podían hablar prácticamente de todo. Ellos la habían cuidado, la habían protegido y la habían amado. Pero eso no les daba derecho a meter las narices en sus asuntos.

—Pareces haber olvidado que soy una mujer adulta, no una jovencita —le dijo al ver que él permanecía en silencio—. Si me tocas, te destrozo la cara —concluyó con voz cortante, fría… vil.

—Joder, Bren. ?De dónde sale tanto veneno?

Sintió el sabor de la bilis en la lengua mientras su mente reconocía el horror. ?Esta mujer rencorosa y violenta no soy yo.? Adoraba a Drew incluso cuando este la cabreaba, o cuando actuaba con sofocante arrogancia. Pero, si no era ella, ?quién más podía ser? Aquello no era un sue?o…, estaba plenamente consciente y destilaba odio a borbotones.

Sintió náuseas.

Cubriéndose la boca con la mano, corrió hasta su cuarto y cerró de un portazo. Cuando Drew aporreó la puerta para que le abriera, le dijo que la dejara en paz.

—Maldita sea, Bren. No estás bien para estar sola. Ven aquí, hermanita.

Las lágrimas le anegaron los ojos al ver el afecto inquebrantable de su hermano.

—Por favor, Drew. Necesito pensar. Déjame pensar, te lo ruego.

Se hizo un breve silencio.

—Siempre estaré a tu lado si me necesitas, lo sabes, ?verdad?

—Sí, lo sé.

Pero él no podía ayudarla con lo que le estaba sucediendo a su mente. Nadie salvo un psi podía hacerlo… Nadie salvo aquel psi en quien había depositado su confianza solo para que él le volviera la espalda.

Oyó los pasos de Drew dirigiéndose a su propio dormitorio y el sonido de la ducha al cabo de unos minutos. Sintiéndose de pronto sudada y sucia, se quitó la ropa con tanta prisa que la desgarró. Daba igual, tenía que lavarse la inmundicia, restregarse el hedor de la maldad y el de su propia crueldad.

El agua olía a lluvia, fresca y pura. Después de usarla fluiría de nuevo, purificada por una amalgama de antiguos métodos que empleaban depuradores naturales y filtros de alta tecnología, regulados con precisión mediante procesadores computarizados. Un proceso sencillo y perfecto, respetuoso con el medio ambiente y sin contaminantes. Tan brillante que incluso los psi lo utilizaban. No porque les importase el planeta, sino porque ese método era tan barato que daba risa.

Mientras se restregaba la piel hasta hacerla enrojecer trató de mantener la mente ocupada pensando en esos asuntos técnicos. Siempre y cuando su cerebro estuviera ocupado, ella se encontraría a salvo de la pútrida maldad que vivía en su interior, de aquella inmundicia que le carcomía las entra?as.

?No, no pienses en eso. Piensa en la tecnología. Tan hermosa, tan compleja.?

Antes de que Enrique la secuestrara le faltaba poco para conseguir su título de técnico informático de nivel f. Era el grado mayor de los diez existentes. Requería destreza, inteligencia y algún extra: el don de inventar nuevos sistemas, de crear dise?os originales. No se sabía de nadie que se hubiera sacado el título a los veinte a?os, pero ella había terminado el instituto a los quince; los exámenes había sido pan comido. Había ido ascendiendo de rango como técnico sin parar durante los cinco a?os siguientes, pasando de un seis inicial hasta llegar al dos. Ya sería un nivel 1 si no la hubieran secuestrado.

El olor acre y metálico de la sangre impregnó el ambiente.

Parpadeando para salir de su estado de semi shock, vio que se había frotado la piel con tanta fuerza que se había despellejado el antebrazo. Y seguía sintiéndose sucia; deseaba seguir frotando, seguir quitándose capa tras capa. Las cosas que aquel monstruo le había hecho, que le había obligado a presenciar, a recordar, la habían ensuciado desde dentro transformando su mente en una sentina de malicia, de odio y de un deseo enfermizo.

—?No!

Cerró el grifo, salió de la ducha y se secó. Derrotaría al carnicero. Y lo haría sin la ayuda de aquel psi que no solo le había mentido, sino que además la había abandonado cuando debería haberle prestado su apoyo.

??Por qué? —preguntó su cerebro—. ?Por qué esperabas que él te apoyara??

Le enfurecía no tener una respuesta verdadera a esa pregunta. Nada salvo una ira ardiente que se extendía desde una parte que había permanecido intacta ante aquella maldad.

?Has sobrevivido y no le has dejado entrar en tu mente. No te ha quebrado.?

Sascha le había dicho aquellas palabras el día que había descubierto a Brenna presa de la locura del asesino. De algún modo, a pesar de la agonía del dolor que la dominaba por dentro, Brenna había logrado salvaguardar una parte de sí misma, una parte fuerte e inestimable. Y ahora esa parte sabía que Judd debería haberla apoyado, aunque no podía explicar por qué.

Pero aunque no tenía la respuesta a esa pregunta, sí la tenía a la cuestión de qué iba a hacer con su carrera. Se vistió rápidamente, tras lo que se acercó al panel de comunicación y llamó a su antiguo jefe de estudios.

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