Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(48)
—Desde que me he dado cuenta de que Marlee empieza a mostrar signos de tener al menos cierto poder telequinésico entre sus habilidades. No aparecía en sus pruebas iniciales, pero es algo que a veces ocurre con los ni?os que tienen otra habilidad predominante. Aunque ahora está aflorando.
La ira se convirtió en culpa y la culpa volvió a tornarse en ira.
—Es solo una ni?a. ?Nadie del clan atacaría a un cachorro! —Se le encendió el rostro solo de pensarlo, pero al mismo tiempo algo pugnaba por salir a la superficie; información que no acertaba a comprender. Lo único que sabía era que guardaba cierta relación con la conexión entre Judd y Santano Enrique.
Judd cruzó los brazos.
—No va a ser una ni?a toda la vida. Si envenenas al clan en contra de los telequinésicos, ?qué será de ella cuando crezca?
Las garras de Brenna amenazaban con aparecer y la cólera se llevó consigo aquel etéreo retazo de información que flotaba en su mente.
—?Es esa la opinión que tienes de mí? ?Pues que te jodan!
Dio media vuelta y corrió el resto del trayecto hasta la caba?a alentada por la furia. Darse cuenta de que Judd le seguía el ritmo no mejoró su estado de ánimo. él era un psi, no debería ser capaz de hacerlo. Pero maldita fuera si le preguntaba qué era lo que hacía para conseguir tener la velocidad de un cambiante.
—Esas sanguijuelas se han marchado.
Fragmentos de madera y vidrio yacían desperdigados sobre la nieve y el olor astringente de los explosivos químicos impregnaba el aire. Pero lo más curioso era que la caba?a no había sufrido grandes da?os; la explosión solo había volado una parte mínima.
Judd se puso en cuclillas y le tendió una mano.
—?Tienes un pa?uelo?
—?Te parece que tengo pinta de tener un pa?uelo?
—Servirá con un trapo limpio.
—Espera.
Se encaminó hasta una ventana sorteando los escombros.
—No entres —le advirtió Judd—. No hemos comprobado que no haya más explosivos.
Brenna le miró con expresión torva y abriendo la ventana desde fuera, después de cerciorarse de que no estaba preparada para que explotase, metió la mano para abrir un cajón. Al cabo de un segundo sujetaba un peque?o pa?o de cocina en la mano.
—Toma.
—Gracias.
Judd utilizó el suave pa?o para recoger algo que ella no pudo ver.
—?Qué es? —le espetó rápidamente.
—Un detonador. Por desgracia, muy común.
—Quizá los técnicos puedan obtener alguna cosa.
Los SnowDancer se preocupaban mucho de mantenerse al tanto de las nuevas tecnologías para poder derrotar a los psi en su propio juego. Ella solía ayudar en los asuntos técnicos… antes.
—Ah —murmuró Judd—. Me parece que no cabe esa posibilidad.
Se levantó con el detonador en la mano.
—?Crees que lo colocaron? —Percibió el olor del clan en el viento—. Vienen los del clan. Debían de estar por la zona para llegar aquí tan rápido.
—Envié un mensaje a Hawke esta ma?ana informándole de que había detectado signos de que alguien había entrado sin autorización y sugiriéndole que sería prudente inspeccionar las secciones fronterizas inmediatas a mi cuadrante.
Los lobos comenzaron a llegar en tropel desde el bosque. Brenna reconoció a Riley y a Andrew.
?Mierda!
16
Brenna apartó la mirada cuando sus hermanos se transformaron, pues no tenía el más mínimo deseo de verlos en pelotas.
—Te voy a matar. —Fueron las primeras palabras que salieron de la boca de Andrew—. ?Qué co?o te crees que estás haciendo con mi hermana?
—Más tarde —intervino Hawke con voz autoritaria.
Brenna levantó la vista y lo encontró de pie frente a Judd. Iba vestido y en forma humana, ya que al parecer había realizado el trayecto corriendo de ese modo en tanto que los demás se habían transformado en lobos. Era una prueba de su fuerza, una parte de lo que hacía de él un alfa.
—Has hecho un buen tiempo —le comentó Judd a Hawke, luego le tendió el detonador—. Tengo la sensación de que vais a encontrar algunas huellas aquí. Muy oportunas.
—?Te refieres a algo como esto? —apuntó Andrew.
—?Qué es eso? —preguntó Brenna, que seguía sin mirar. Desde luego que había visto a otros desnudos después de la transformación; era algo normal. Pero aquellos eran sus hermanos.
—Una sudadera —le respondió Judd.
—Una sudadera que huele a leopardo —repuso Andrew—. Toda la zona apesta a gato.
Se hizo el silencio después de aquellas ominosas palabras.
Hacía más de una década que los DarkRiver y los SnowDancer eran aliados comerciales, pero su alianza se había convertido en un vínculo de sangre hacía solo unos meses. La confianza era algo incierto.
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