Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(46)



—?No! —No quería que nadie volviera a entrar jamás en su mente.

—De acuerdo. Pero no te muevas. Confía en mí.

Las hienas la verían de un momento a otro, pero Brenna obedeció su orden. Y cuando notó que se le erizaba el vello del cuerpo, trató de no dejarse llevar por el pánico. Luego sintió que sus huesos se moldeaban de un modo diferente a cuando se transformaba durante la metamorfosis de humano a animal. Era demasiado. Sus reacciones eran fruto del instinto, difícil de controlar en condiciones normales; imposible, en una situación en la que ya estaba al borde del pánico. Habría luchado contra ella, perturbando de esa manera la quietud y delatando su presencia, pero él la liberaría.

Cayó con fuerza al suelo a pesar de la gruesa capa de nieve. Después de bizquear para disipar la extra?a desorientación que le dificultaba concentrarse, se levantó, sacudió la cabeza y se preparó para echar a correr…, pero se encontró con un paisaje alarmantemente familiar. Ya no estaba cerca de las hienas. A salvo, estaba a salvo. Pero no veía a Judd por ninguna parte.

—?Dónde estás?

Escudri?ó los alrededores, sin embargo la nieve estaba intacta. Judd no había pasado por allí. La necesidad del lobo por acudir a auxiliar a Judd, a ayudar a defender el territorio, hacía que le costase un gran esfuerzo pensar, pero se acuclilló a la espera.

Llegado el caso, Judd sabía dónde estaba y podía encontrarla con mayor facilidad si no se movía del sitio. Era algo de sentido común. Eso no hacía que estuviera menos asustada por él. Judd estaba ahí fuera, solo contra un grupo de hienas… hienas que deberían haberse sentido demasiado aterrorizadas como para acercarse al territorio de los SnowDancer. Su osadía le indicó que las garras y los dientes no eran sus únicas armas, sino que contaban con otras más peligrosas.

—Vamos, Judd —susurró—. ?Dónde estás?

Judd estaba a punto sufrir un colapso…, lo que había hecho con Brenna le había exigido una cantidad enorme de energía. Consideró brevemente teletransportar una pistola desde la caba?a empleando las fuerzas que le quedaban, pero comprendió que dicho acto le agotaría y le convertiría en una presa fácil. En términos humanos, tenía la batería baja. En una hora, a lo sumo, se derrumbaría en el plano psíquico, sus habilidades quedarían inutilizadas durante las siguientes veinticuatro horas o incluso más. El colapso físico se produciría unas horas después del psíquico.

Si eso hubiera ocurrido mientras estaba conectado a la PsiNet, su estrella psíquica se habría vuelto roja durante unos segundos justo antes de explosionar, tiempo más que suficiente para que otros lo notaran y lo utilizaran en su provecho. Por esa razón los psi se tomaban muchas molestias para evitar esos colapsos. Les dejaban en una posición vulnerable; aunque los escudos básicos aguantaran, las protecciones más sofisticadas tendían a derrumbarse proporcionando a los enemigos una víctima prácticamente indefensa.

Sin embargo, desconectado de la PsiNet y en plena naturaleza, ni siquiera su familia podría percatarse de su situación. Debido a la dificultad para impedir que tres mentes inmaduras se desconectaran sin querer de la LaurenNet e intentaran vincularse de nuevo a la PsiNet, habían estado entrenando a Sienna, a Marlee y a Toby para que no accedieran a la red común si no era imprescindible. Era una tarea ardua; vivir en el plano psíquico así como en el físico era algo natural para ellos. Pero su seguridad era lo más importante.

Tras rodear a los intrusos, se permitió recostar el cuerpo contra un árbol. Aunque podría mantener a raya el colapso físico, eso minaría sus energías poco a poco, de modo que tenía que conservar cuantas pudiera. El colapso en sí no era algo normal. La mayoría de los psi solo se derrumbaban a nivel psíquico. Era la naturaleza de sus habilidades lo que hacía que las cosas fueran diferentes para él.

?Te hace vulnerable —escuchó la voz mental del Ming LeBon, aquella voz que tanto había influido en lo que Judd era—. Pero como parece que es un efecto secundario inevitable de tus habilidades, te sugiero que entrenes tu cuerpo para sobrevivir con la mínima energía.?

Judd tenía catorce a?os por aquel entonces y estaba fascinado con su mentor. Ming poseía una de las mentes más fuertes que jamás había visto. La habilidad para el combate mental de la Flecha veterana era inigualable, pero lo que distinguía a Ming del resto era que también había entrenado su cuerpo. Era maestro en diversas disciplinas humanas de carácter letal, incluidas el kárate y la rara forma conocida como kenjutsu.

El arte de la espada.

Salvo que no se utilizaban katanas, a excepción de las creadas por el hábil uso del cuerpo, que convertían a los hombres en mortíferas armas. Judd había estudiado bajo la tutela de Ming y, más tarde, bajo la de un profesor humano, pasando un a?o entero en la gélida y antigua ciudad de Sapporo. La abandonada ciudad japonesa era tan inhóspita que estaba poblada únicamente por aquellos que querían llevar sus cuerpos al límite, como los discípulos del kenjutsu. Aunque ese arte marcial altamente ofensivo, creado durante la guerra entre Japón y Corea hacía un siglo y medio, podía utilizarse para matar, su valor para los psi radicaba en la extrema disciplina mental y física que inculcaba.

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