Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(45)



—Nunca lo son. —Nikita desde?ó a toda la raza con un rápido ademán—. Antes de que Sascha se desconectara de la PsiNet averiguamos que los clanes de cambiantes no están tan aislados como creíamos… Ahora estoy investigando hasta dónde llega la cosa. ?Algún indicio de que los lobos de aquí puedan estar vinculados con los SnowDancer?

Kaleb negó con la cabeza.

—Los BlackEdge no tienen conexiones fuera de esta región. Están demasiado ocupados con los insignificantes problemas locales como para pensar a lo grande.

—Esperemos que sigan así.

Nikita se encaminó hacia la puerta y él la acompa?ó.

—?Ya te marchas, tan pronto?

—Tengo una reunión en San Francisco dentro de unas horas.

—El jet te llevará con tiempo de sobra. —Era uno de sus aparatos, dise?ado y construido por una corporación de la cual tenía el control mayoritario—. Te mantendré informada. Estoy seguro de que ya tienes bastante de lo que ocuparte con el plan contra los DarkRiver y los SnowDancer —comentó de forma premeditada.

Nikita había dejado muy claro que no apoyaba el plan del Consejo.

No obstante, la habían puesto al frente porque Shoshanna se había encargado de argüir que, dado que el problema se encontraba en pleno territorio de la consejera, debía de ser ella quien se ocupara de solucionarlo. Sobre todo porque su hija formaba parte del problema.

Nikita le brindó una gélida sonrisa. No significaba nada, por supuesto.

—Si la fase uno del plan funciona como está previsto, tendremos un buen número de víctimas mortales en las próximas horas.





15


La ma?ana después de ser testigo de la pesadilla de Judd, Brenna salió de la caba?a para dar un paseo. El aire era fresco y vigorizante bajo los árboles cubiertos de nieve. Judd se había marchado ya a comprobar cómo iban las cosas por la frontera del territorio dejándole tiempo de sobra para pensar.

?No entiendes lo que te estoy diciendo.?

Judd creía que le veía a través de unas lentes de color de rosa, pero se equivocaba. Comprendía lo que había hecho, se daba cuenta de la oscuridad que le inundaba. Pero también había visto cara a cara lo que era la verdadera maldad, su vileza le había invadido la mente. Sabía sin la menor duda que Judd no estaba cortado por el mismo patrón.

Su confesión no le había sorprendido. Desde el principio había percibido que no era ningún angelito. Pese a todo, se había sentido atraída por él, su corazón de cambiante percibía una fortaleza dentro de él que complementaría y alimentaría la suya propia. Jamás le había asustado que…

Escuchó un ruido a su izquierda.

Brenna se quedó inmóvil, y enseguida olfateó el aire y abrió los ojos como platos. Lo primero que el instinto le dijo fue que llamara a Judd, pero no tenía ni idea de cuál era su localización exacta. Tampoco podía volver sobre sus pasos hasta la caba?a; había recorrido un largo trecho y ahora estaba acorralada, pues le era imposible acceder tanto a la vivienda como a las armas ocultas dentro de ella. Ni siquiera podía defenderse transformándose en lobo.

Se le encogió el estómago, pero a pesar del amargo sabor de la rabia, se obligó a pensar. Si los intrusos captaban su olor, era mujer muerta. En esos precisos momentos se encontraba en la dirección del viento, una peque?a ventaja; probablemente podría liquidar a dos o tres antes de que se dieran cuenta de que estaban siendo atacados. El problema era que había bastantes más de tres hienas. Y aunque los cambiantes hiena eran, por lo general, unos cobardes en el uno contra uno, no dudarían en atacar a un objetivo más fuerte si un grupo de ellos lo encontraba solo y desprotegido. Acabaría hecha pedazos en cuestión de minutos.

Se movió con cuidado para no delatar su posición mientras daba gracias al cielo por los abetos que le proporcionaban amparo. En circunstancias normales, se habría subido a esos mismos árboles, pero eso provocaría que la nieve cayera de las ramas.

?Nieve!

??Brenna, eres imbécil!? Se maldijo para sus adentros cuando miró a su espalda y vio un solitario rastro de pisadas. No tenía tiempo para regresar y borrarlas, aunque se aseguró de cubrir su rastro de ahí en adelante. Demasiado tarde. Demasiado lenta. Era demasiado lenta. Consideró la idea de echar a correr a toda velocidad, pero con tantos como había la alcanzarían antes de que llegase a un lugar seguro.

—Brenna.

No fue exactamente un sonido dentro de su cabeza, ni una palabra pronunciada. No podía explicar cómo lo había oído, pero sabía que se trataba de Judd. Olía a él.

—No te muevas. Estate quieta.

Lo que le pedía era ilógico, pero confiaba demasiado en él y en sus habilidades como para no darse cuenta de que tenía un plan. Se quedó inmóvil a pesar de que las hienas se estaban acercando de forma peligrosa.

—ábrete.

Sintió una presión en la mente. Se le secó la boca, su corazón se convirtió en una concha cerrada a cal y canto y el miedo afloró a su lengua.

Nalini Singh's Books