Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(43)
Kaleb se recostó en su sillón y se giró para contemplar el frío plomizo de Moscú. La gente cruzaba apresuradamente la plaza cubierta de nieve como si tuvieran que ir a alguna parte; lo cual no era de extra?ar, dado que la ciudad llevaba cuarenta a?os siendo uno de los núcleos financieros más importantes del mundo.
—?Habéis podido determinar quién dio la orden? —Se volvió de nuevo hacia Silver.
—Negativo. —Desvió la mirada hacia la ventana situada detrás del consejero—. Parece que tiene un compromiso.
él ya había visto el rastro dejado por el jet que se aproximaba a toda velocidad.
—Disponemos de diez minutos antes de que mi invitada llegue a este despacho. Cuéntame lo que tenga que saber.
Aquella información podría suponer un cambio en sus planes.
—La autorización procede de las instancias más altas del Consejo. El individuo o individuos fueron capaces de proporcionar sujetos de examen que, o bien se ofrecieron voluntarios, o bien son personas a las que no se echará en falta…, las notas son poco precisas a ese respecto.
Un descuido deliberado, pensó Kaleb. Ningún psi en sus cabales accedería a que le implantaran en el cerebro un dispositivo que no fuera una versión beta ya probada. Casi podía asegurar que no había habido voluntarios.
—Los datos están fraccionados —prosiguió Silver—, pero estoy segura al noventa por ciento de que el grupo de estudio se reduce a diez sujetos. Ya hay una víctima mortal.
—Encuéntrame ese cadáver. —Si no literalmente, sí en sentido figurado. Un psi desaparecido que se ci?era a los parámetros de la descripción.
—Ya estoy en ello. —Bajó la vista a la pantalla plana de su agenda electrónica—. Hay otros dos factores cruciales. El primero es que Ashaya Aleine parece haber solucionado el problema del ruido blanco.
El ruido blanco era un término utilizado para describir el zumbido de fondo, el murmullo de millones de mentes psi que se producía durante las simulaciones para poner a prueba la teoría en que se basaba el Implante P. Ningún psi podía funcionar con esa clase de distracción mental.
—?Y el segundo factor? —Una lucecilla parpadeó en la superficie de su escritorio computarizado. El jet había tomado tierra en el helipuerto de la azotea.
—Es de dominio público que el Implante P jamás habría funcionado como se previó inicialmente porque habría reducido la población a un único nivel. Para usar una analogía, todos nos habríamos convertido en abejas obreras.
Y un enjambre no podría sobrevivir sin una reina.
—?Me estás diciendo que Aleirve ha solventado el problema de realizar implantes diferentes pero compatibles para distintos sectores de la población? —Asegurando de ese modo que el poder siguiera estando en manos de aquellos que podían utilizarlo para mantener a los psi en la cúspide de la cadena alimentaria.
—No del todo —aclaró Silver—, pero parece ser que ha dividido los implantes en dos categorías: primaria y secundaria. De los participantes originales del experimento, ocho llevaban implantes secundarios y dos primarios.
Dos regentes, con un probable control absoluto sobre los otros ocho. Semejante influencia sería prerrogativa de aquellos en el poder en caso de que el Implante P fuera instaurado.
—Mira a ver si puedes conseguirme algún nombre. —Kaleb tenía sus sospechas, pero lo que necesitaba eran pruebas.
—Sí, consejero. —Silver asintió de forma concisa y se marchó.
Otra luz parpadeó en la reluciente superficie negra de su mesa para indicarle que su visitante había salido del ascensor aerodeslizante de cristal y se dirigía hacia su despacho. Presionando un panel oculto debajo de la mesa, inició el modo seguro. El escritorio se volvió opaco ocultando los ordenadores, pero seguía grabando todo cuanto sucedía en aquella habitación. Por lo general, Kaleb no tenía la más mínima duda de que su visitante había ido preparada para tal contingencia.
Llamaron a la puerta, que se abrió acto seguido dejando ver a su secretario, Lenik.
—Se?or, la consejera Duncan está aquí para su reunión. —El hombre cerró la puerta en cuanto ella entró.
Kaleb rodeó la mesa y fue al encuentro de Nikita.
—Nikita. Es muy amable de tu parte haber venido hasta aquí.
Aquellos ojos casta?os almendrados se clavaron en los suyos de forma fría y, ciertamente, calculadora.
—Dado que tenemos que discutir ciertos asuntos privados, era la opción lógica. Tus oficinas están tan vigiladas como las mías.
No tuvo necesidad de pedir más explicaciones. Los felinos del clan de los DarkRiver y sus aliados, los lobos del clan de los SnowDancer, no habían ocultado el hecho de que tenían a Nikita bajo vigilancia. Era la única de los consejeros que se encontraba próxima a sus territorios desde que Tatiana se mudó a Australia dos meses antes.
—Puede que eso deje de ser un problema en un futuro próximo. —El Consejo había tomado medidas para solventar el asunto de los cambiantes.
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