Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(41)



Era un sue?o de verdad. Inconexo, fragmentado. Pero lo extra?o era que lo veía en blanco y negro. Sus sue?os nunca habían sido monocromáticos, sino que siempre habían rebosado de color, de aroma. Pero aquel lugar era frío… metálico.

?Poder.?

Tenía mucho poder y muy bien controlado. Con solo pensarlo, el corazón de su objetivo simplemente dejó de latir. El hombre estaba muerto antes de caer al suelo. Había matado antes. Esta vez había sido casi demasiado fácil.

Por su gente.

Lo hacía por su gente.

El agua fría era como hojas afiladas contra su piel, pero tenía que limpiarse la sangre. Sangre que nadie más podía ver. Porque había ejecutado a un inocente…

Fragmentos de sonido empa?ados de sombras blancas y negras, gélidos dedos afilados fruto de su propia mente. La sensación de peligro inminente.

Pero nada de miedo. Ni rabia ni ira.

Y entonces lo supo.

?Aquel sue?o no era suyo.?

El corazón comenzó a latirle aceleradamente en cuanto abrió los ojos. Había reinado una calma absoluta hasta que había despertado. Un control aterrador. Parpadeó varias veces para aclarar las imágenes que continuaban danzando ante sus ojos tomando lentamente conciencia del resplandor del fuego en la chimenea… y de que ya no estaba sola en la cama.

?Judd.? Su familiar aroma mitigó el pánico antes de que pudiera desencadenarse. Se apoyó sobre el codo y lo vio dormido encima de las sábanas, con un brazo extendido a lo largo de la almohada y el otro flexionado sobre la frente. Estaba inmóvil, en silencio.

Brenna ni siquiera le oía respirar.

Aquello la asustó.

—Despierta. —Le tocó la áspera mejilla con los dedos. Era la primera vez que le había visto sin afeitar—. Estás teniendo una pesadilla.

Judd le agarró la mu?eca con tanta rapidez que de sus labios escapó un chillido de sorpresa. La soltó con la misma celeridad.

—Te pido disculpas.

Brenna le puso esa misma mano en el hombro cuando él hizo amago de levantarse.

—Quédate.

Durante un prolongado momento en el que solo podía escucharse el sonido de su propia respiración, Brenna no pensó que él accedería, pero entonces Judd asintió de forma apenas perceptible.

No apartó la mano de su hombro, plenamente consciente de los músculos y la fuerza que se escondían bajo su jersey negro.

—?Quieres hablar de ello?

—?De qué?

No se apreciaba el más mínimo temblor en la voz de Judd, nada que delatase el impacto de una pesadilla que a Brenna la habría aterrorizado de haber sido suya.

—De tu pesadilla. —Brenna sabía lo que había visto a pesar de que no pudiera explicar cómo.

—Ya te lo he dicho, los psi no so?amos.

Exhalando un suspiro, se acercó aún más, el lobo que moraba en su interior ansiaba el contacto. Probablemente aquello hacía que Judd se sintiera muy incómodo, pero él no hizo nada para apartarse.

—Mentiroso.

Judd sintió que su mente se detenía al escuchar el afecto impreso en aquella palabra. Reconocía lo que era el afecto, había estado en compa?ía de cambiantes el tiempo suficiente como para comprender la importancia de comentarios aparentemente desenfadados como aquel. Sin embargo, nunca se le había pasado por la cabeza que un día él pudiera ser el receptor de ese afecto en su forma más sensual. Y mucho menos recibirlo de una mujer que hacía solo unas horas estaba furiosa con él.

—Una acusación peligrosa. —En la PsiNet eso habría sido cierto. Nadie quería ser acusado de tener un defecto.

Brenna rió entre dientes y tiró del brazo que él había extendido sobre la almohada para poder apoyar la cabeza encima. Su peso era liviano, aunque Judd sabía que no iba a moverse hasta que ella lo hiciera.

—Te prometo que no se lo contaré a nadie —bromeó y su aliento le rozó la piel del cuello—. Tu imagen de tipo duro está a salvo conmigo.

Era difícil centrarse con las curvas de Brenna apretadas contra su cuerpo. Recurrió a lo más profundo de su adiestramiento como Flecha y se obligó a ejercer un control absoluto sobre sus instintos. Era el único modo de poder permitirse aquel contacto prohibido.

—?Por qué crees que estaba teniendo una pesadilla?

La atmósfera cambió y, a pesar de que no la estaba mirando, percibió su angustia en la repentina tensión de sus músculos.

—?Brenna?

—Lo he visto.

Aquellas palabras le golpearon como balas disparadas a bocajarro. Sabía qué era lo que había estado so?ando; siempre recordaba las imágenes que veía mientras dormía.

—?Qué es lo que has visto?

—Mataste a alguien —dijo con un hilillo de voz—. Entonces descubriste que él no merecía morir.

El cerebro de Judd inició de manera automática la función de control de da?os, proyectando una opción tras otra. Negarlo todo ocupaba el primer lugar de la lista.

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