Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(37)



Ella extendió la mano para retirarle un mechón de la frente y su piel le pareció a Judd muy delicada, muy diferente a la suya.

—Mentiste.

—Sí. Comencé a cometer errores psíquicos adrede mientras estaba bajo los efectos del jax. —Como no aplicar la presión necesaria para provocar la muerte o el tipo de herida que se le había ordenado—. Luego les dije que estaba teniendo sue?os.

—?Sue?os? —Su frente se frunció a causa de la concentración—. ?Qué tienen de malo los sue?os?

—Los psi no sue?an.

So?ar se consideraba un defecto. Había comenzado a so?ar siendo ni?o, pero los sue?os que había tenido de adulto no se parecían en nada a los que tenía entonces…, antes de que su habilidad hubiera cobrado vida de forma cruel.

Brenna apretó la mano sobre su hombro.

—No tenéis libertad ni siquiera mientras dormís.

—No.

Judd deseaba tocarle el cabello, que tan suave y sedoso parecía. La disonancia aumentó un grado, pero no era nada comparada con lo que había soportado cuando era un ni?o de diez a?os bajo la custodia de los instructores del escuadrón. Habían aplicado electrodos modificados en las partes más sensibles de su cuerpo, le habían inmovilizado con correas y procedido a ense?arle el significado del dolor.

Había tardado solo una semana en aprender a dejar de gritar, otras cinco en dejar de desmayarse. Cuando cumplió once a?os podía ver cómo le rompían un brazo sin reaccionar.

—Mi plan funcionó…, dejaron de administrarme jax. —También habían dejado de dárselo a algunos otros con habilidades relacionadas. Resultaba curioso que ninguno de esos hombres hubiera pedido nunca más que volvieran a suministrarle la droga.

—No sabes lo feliz que me hace oír eso.

Judd no respondió, su atención se centraba en otra cosa.

—Me estás mirando embobado —le acusó Brenna al cabo de un minuto, con las mejillas ligeramente encendidas.

—Perdóname. —Su piel parecía cremosa y seductora a la cálida luz del fuego laz, su cabello dorado y sus ojos… sus ojos parecían estar iluminados desde dentro—. Tú también me miras embobada.

El sonrojo de Brenna se hizo más intenso.

—No puedo evitarlo. Eres tan guapo, tan perfecto…

No era una palabra que Judd hubiera esperado y no estaba seguro de que fuera la que deseaba escuchar.

—?Te sientes atraída por la perfección?

No se estaba mostrando vanidoso. Durante su adiestramiento superior le habían dicho que su rostro poseía una simetría perfecta, algo que atraía a humanas y a cambiantes por igual y que, por tanto, podía utilizar en su provecho. Judd jamás había seguido aquel consejo; habría supuesto adentrarse demasiado en el abismo.

Brenna rió y el sonido de su risa sonó ronco e íntimo.

—No me pone la belleza. De lo contrario Tai habría logrado camelarme en el instituto.

Judd recordó el rostro del joven lobo: una mata de pelo lacio y negro; pómulos marcados cubiertos de saludable piel tostada; ojos azul verdosos ligeramente rasgados. Los elementos compusieron una imagen que, según el comentario de Brenna, resultaba atractiva para las mujeres. ?Guapo.? Su mano se cerró en un pu?o sobre la alfombra.

—Pues si no me encuentras atractivo, ?por qué me miras de esa forma?

—Yo no he dicho eso. —La voz de Brenna había adquirido un tinte más oscuro, más hambriento—. Si no hubiera nada más en ti que belleza, no me sentiría tan fascinada. Tienes unos ojos peligrosos, una mandíbula obstinada, el cuerpo de un soldado y la mente de un cazador. Eso, mi querido psi —susurró— te convierte en alguien muy guapo y sexy a quien me gustaría lamer de arriba abajo.

Su confesión fue seguida por un silencio tan ensordecedor que Judd pudo escuchar el aullido del viento azotando la caba?a. Entonces Brenna se puso roja como un tomate.

—Oh, Santo Dios, no puedo creer que haya dicho eso en voz alta.

El tampoco. El que a Brenna le resultase tan atractivo a nivel sexual fue una sorpresa lo bastante grande como para dejarle sin palabras. Se sentía aturdido. Incluso la disonancia cesó… probablemente estimando su reacción como absolutamente carente de emociones.

—Di algo. —La mano de Brenna se convirtió en un pu?o apretado sobre su hombro.

Judd recobró el habla por pura fuerza de voluntad.

—No sé qué decir.

—Normalmente no le digo este tipo de cosas a los hombres. —Frunció el ce?o—. ?Estás seguro de que no estás utilizando tus poderes de psi conmigo?

—Jamás violaría esa ley ética. —Su voz se tornó gélida ante aquella insinuación.

Brenna le golpeó en el hombro.

—Estaba bromeando, tonto. —El sonrojo había desaparecido y en sus labios comenzó a dibujarse lentamente una sonrisa burlona—. No sabes qué hacer conmigo, ?verdad?

Reconocer que aquello era cierto no le parecía buena idea.

—Si fueras un hombre me limitaría a echarte de aquí con algunos moratones. Como no lo eres, no sé bien cómo deshacerme de ti.

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