Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(36)
Judd había contemplado cómo el ex consejero era desgarrado en pedazos con zarpas y dientes y no había sentido la más mínima lealtad por ser de su misma raza. Sangre por sangre. Ojo por ojo. Vida por vida. Era la justicia de los cambiantes y Santano Enrique no había merecido menos.
Brenna sonrió de repente y fue como si un rayo de luz atravesara la oscuridad de aquel recuerdo.
—He terminado.
—?Cobras por hacer eso? —preguntó consciente del valor que tenía el trabajo de Brenna.
—Oh, es para Drew.
—?Y qué le parece a tu hermano que estés aquí?
Brenna se puso colorada.
—Hum, puede que piense que estoy con Sascha.
—?Te avergüenza que te vean con un psi?
—?Sabes qué? —dijo frunciendo el ce?o—. Me parece que índigo tiene razón sobre el tama?o del cerebro de los hombres.
Judd decidió no pedirle que le aclarase aquello.
—Tienes que comer. —Y fue a por la comida.
Por una vez, Brenna no discutió. Cenaron en silencio, pero era distinto a cualquier otro que hubiera conocido. Era un silencio… cómodo. Después de fregar los platos, Brenna le llevó de nuevo frente al fuego.
—Siéntate.
Judd obedeció y se acomodó en el sofá que tenía a su espalda. Ella hizo lo mismo y luego procedió a contarle lo que índigo había descubierto sobre la víctima de asesinato.
—?El rush es consumido principalmente por cambiantes? —preguntó Judd, que no estaba familiarizado con la sustancia.
—También por humanos, pero menos. Sus cuerpos procesan las cosas de forma distinta a la nuestra. —Estiró las piernas de un modo que recordaba más a un gato que a un lobo—. El Ruby crush fue creado especialmente para los cambiantes, igual que el jax se creó para los psi.
—El jax no es una droga recreativa.
Brenna se giró parcialmente para mirar su perfil.
—?Quieres decir que tiene un uso médico?
Médico. Era una forma de decirlo.
—En dosis mínimas estimadas de acuerdo al peso y al metabolismo del paciente, tiene el efecto de aumentar la fuerza y la resistencia de las habilidades naturales de los psi.
Brenna apoyó un codo en el sofá.
—?Como un estimulante para la mente psíquica?
12
Judd era consciente de que debería apartarle la mano, pero no lo hizo.
—Nos cambiaba mientras actuábamos bajo su influencia, nos hacía menos humanos y aumentaba nuestra capacidad de matar. Perfectos soldados programados que podían pensar con claridad meridiana.
El jax alteraba la perspectiva del bien y del mal de las Flechas, hacía que fueran incapaces de ver los matices.
—?Cuánto tiempo estuviste expuesto a esa sustancia, Judd? —Parecía nerviosa—. Podría tener efecto a largo plazo.
—Un a?o —le dijo mientras se preguntaba por que Brenna no salía corriendo; había admitido que tenía las manos manchadas de sangre—. Creo que estoy a salvo. Mi cerebro no tuvo ocasión de reajustarse de forma permanente. —Tal y como les había ocurrido a algunas Flechas veteranas. Estas eran máquinas de matar verdaderamente siniestras, que cumplían la voluntad de sus superiores con inquebrantable entrega.
—Solo un a?o. —Se alzó sobre las rodillas y se acercó lo suficiente para asirle del jersey—. ?Cuánto tiempo fuiste una Flecha?
Judd se percató de que le había hecho un hueco a Brenna entre sus rodillas flexionadas. Un movimiento más, y sus manos reposarían en las suaves curvas de sus caderas. Luchó contra el impulso escudándose en las duras verdades de su memoria.
—De los dieciocho a los veintiséis. Ocho a?os. —Pero había estado entrenándose desde que tenía diez, desde el día en que mató por primera vez.
Brenna relajó las manos sobre su torso y alzó una de ellas para rozarle ligeramente un lado de la mandíbula. Judd la miró a los ojos, fascinado como siempre por la caprichosa explosión de azul ártico alrededor de sus pupilas. Nunca había considerado aquello una cicatriz, sino un símbolo de su fuerza. La mayoría de la gente no conservaba la cordura después de que les hubieran forzado la mente.
—?Cómo? —preguntó deslizando la mano hasta su clavícula—. ?Cómo lograste evitar que te administrasen la droga después de ese primer a?o?
La disonancia se había activado durante aquella fugaz caricia en la mandíbula, pero el dolor era leve. Fácilmente soportable para un hombre entrenado para no quebrarse bajo la tortura más inhumana.
—Me di cuenta de lo que me estaban haciendo al cabo de siete meses. —Fue consciente de que sus superiores jamás accederían si les pedía que dejaran de administrarle la droga, no cuando el jax les otorgaba la obediencia ciega de un ejército extremadamente mortífero.
?Mis habilidades no son corrientes, como tampoco lo es la subdesignación en cuestión. —De la que ella no podía saber nada. En cuanto descubriera que tenía poderes telequinésicos, le encuadraría en el mismo grupo que a Santano Enrique: el grupo de los asesinos. Daba igual que hubiera decidido que era necesario obligarla a mantener las distancias, no quería que Brenna le viera de ese modo. Una aguda punzada de dolor le atravesó el cráneo; la disonancia había subido a nivel dos—. De modo que no había forma de que nadie verificara mis declaraciones al respecto.
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