Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(31)
Judd se acercó para echar un vistazo al plano plastificado que Hawke desplegó sobre su mesa. —Una zona aislada, sin un solo habitante en kilómetros a la redonda —dijo orientándose—. Incluye un sector del perímetro exterior.
Ese perímetro era la primera y más lejana línea de defensa. Aquello le daba al emplazamiento una nueva perspectiva. ?Se trataba de una prueba?
Hawke se?aló la sección fronteriza.
—Hemos recibido informes de intrusos en la zona. Podrían ser humanos o jóvenes no depredadores jugando a ver quién es el más valiente, pero tenemos que saber si se trata de algo más. El contacto es innecesario. Necesito información antes de actuar.
—Si se trata de chavales, bastará con un buen susto para que se comporten. Si son adultos de razas no depredadoras, ya conocen las reglas. —El acceso no autorizado significaba la muerte. Los SnowDancer no eran precisamente indulgentes, y Judd había visto los cadáveres que así lo demostraban. Esa era la razón de que no solo hubieran sobrevivido, sino que además se hubiesen convertido en el clan más poderoso de California.
—Entendido. —Las secciones oxidadas de su cerebro se despabilaron a causa de la expectativa.
—Aquello es muy solitario. —Hawke alzó la vista—. Podrías no tener contacto con otra persona en semanas. Te pondré a rotar… dos semanas libres, una semana de turno. La mayoría de la gente que se ocupa de áreas aisladas lo hace así.
—El contacto es una necesidad de los cambiantes. —Y al parecer era tan importante como el comer o el respirar. Había observado lo agresivos que se volvían si carecían de él. Durante el período de recuperación, Brenna había estado a menudo rodeada por los miembros de su clan.
Lo que muy pocos sabían era que en las sesiones más duras, aquellas que ella no había querido que nadie de su clan presenciara, pero durante las que había necesitado del calor humano, había sido Judd el que la había abrazado. Por extra?o que pareciera, Brenna le había otorgado privilegios de piel —el derecho a tocarla— prácticamente desde el principio. Había sido la primera vez que Judd había tenido ese tipo de contacto con otro ser humano. Brenna era suave, cálida, confiada. Y extremadamente perturbadora para sus sentidos de psi.
—Estoy hecho para trabajar solo. —El regalo que le había otorgado la Naturaleza.
Hawkc aceptó su palabra.
—Hay una vieja caba?a aquí. —Le indicó un punto cercano a la frontera que delimitaba el área en la cual los SnowDancer solo aceptaban la entrada mediante autorización. Su territorio era tan extenso que cubría varias regiones en las que habitaban y trabajaban otras especies, y se mostraban más indulgentes con respecto al acceso en esos sectores, pero la enorme extensión de tierra forestal que se extendía en todas direcciones desde la guarida era sagrada—. Cuenta con un equipo de comunicaciones completo. Puedes utilizarla como base.
Judd se marchó al cabo de una hora, después de haber decidido cubrir la considerable distancia a pie con la ayuda de sus habilidades telequinésicas. Lo cual le serviría para ir más rápido y para liberar parte de la energía psíquica acumulada en su organismo.
Cuando comenzó a correr a través de la nieve a una velocidad que habría sorprendido a los lobos, pensó en la posible reacción de Brenna a su repentina marcha. La joven tenía la suficiente confianza en sí misma, la suficiente arrogancia típica de los lobos como para enfurecerse por su ausencia cuando fuera a buscarle. Sin embargo, dado que él ya no era su única fuente de información en cuestión de temas relacionados con los psi y, sobre todo, después de lo que le había dicho el día anterior, tal vez ni siquiera notase que se había marchado.
Aferró con fuerza los tirantes de la mochila. Achacando su reacción a la necesidad de asegurar la ligera carga, apretó el paso hasta que cobró demasiada velocidad para concentrarse en nada que no fuera sortear los obstáculos en su camino.
Brenna supo que algo iba mal nada más despertar. Se convenció de ello cuando Andrew le obsequió con una amplia sonrisa durante el desayuno. Había estado de un humor de perros desde que ella regresó después de pelearse con Judd el día anterior, tras enterarse de cuánto tiempo había estado pasando con el psi. Habían mantenido una pelea tan acalorada por ese motivo que pasó el resto del día con Lucy y otro par de amigas, asqueada de todos los hombres en general. Pero ahora su hermano estaba actuando con inquietante jovialidad.
—?Qué le has hecho? —preguntó sin pretender andarse con rodeos.
Andrew logró componer una expresión dolida, deteniéndose antes de que la taza de café pudiera llegar hasta sus labios.
—Nada. No puedo creer que me preguntes eso.
Brenna era su hermana y le conocía demasiado como para creerse su actuación.
—Desembucha o me voy a buscarle.
—Vale. —Con una sonrisa de oreja a oreja, se dispuso a beberse el café con gran placer.
Aterrada porque sus hermanos hubieran hecho algo de verdad, casi fue corriendo hasta el cuarto de Judd. Una vez más, olía a vacío. Con el corazón palpitándole al triple de su ritmo habitual, trató desesperadamente de convencerse de que Judd tan solo había desaparecido de nuevo, como tenía la irritante costumbre de hacer.
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