Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(33)



—?Por qué tú no te has vuelto también sobreprotector conmigo?

—Yo soy tu alfa. Mi labor es cerciorarme de que seas un miembro sano de la manada, no una inválida. —Una declaración despiadada, pero Hawke nunca había sido un hombre que adornase la verdad—. Ve y haz lo que tengas que hacer para recomponer las piezas de tu vida.

Brenna asintió y le abrazó, comprendiendo el profundo afecto que subyacía en aquellas palabras que los forasteros podrían considerar brutales.

—Lo haré.

No dejaría que Enrique ganara. Y no dejaría que Judd Lauren huyera de lo que había entre ellos… fuera lo que fuese.

Horas más tarde emergió en el peque?o patio delante de la caba?a y se encontró con que Judd la estaba esperando. Sobresaltada, ahogó un grito.

—?Cómo has llegado antes que yo? ?He venido en coche!

Sus ojos la recorrieron brevemente y Brenna supo que él había reparado en todo con aquella única mirada, incluyendo su falta de equipaje.

—Has venido corriendo en forma humana desde donde has dejado el coche. Brenna tuvo la impresión de que había estado esperando ese momento, a ese hombre, porque abrió la boca sin pensarlo de antemano y reconoció el secreto que tanto se había esforzado por ocultar:

—No puedo transformarme en lobo. —Su intención no había sido la de parecer tan destrozada, pero una lágrima rodó por su cara, caliente y furiosa—. ?Me quebró! ?Ese jodido cabrón me quebró! —Dio media vuelta y estrelló los pu?os contra el tronco de un árbol cercano—. ?Me quebró!

El impacto reverberaba en todo su cuerpo cuando dejó caer los brazos después de golpear de nuevo el árbol.

—Para. —Judd la rodeó por detrás y apoyó las manos sobre las suyas—. Vas a hacerte da?o.

Seducida por su contacto, por su olor, Brenna se apoyó contra el cuerpo de Judd.

—No puedo transformarme en lobo —susurró; la ira se había diluido en aquel único y doloroso arrebato.

—Te he visto utilizar las garras. —El tono de su voz era gélido como de costumbre, pero había amoldado su cuerpo al de ella de forma protectora.

Brenna se tranquilizó al percatarse de aquello, aunque no lo suficiente para que la voz dejara de temblarle.

—Puedo cambiar por partes… las garras, a veces los dientes, pero es más difícil. Mi fuerza y mi velocidad no se han visto afectadas. Lo mismo sucede con mi sentido del olfato y de la vista.

—Igual que Dorian.

—Sí. —El leopardo de los DarkRiver había nacido sin la capacidad de transformarse, pero era un cambiante en todos los demás aspectos—. Aunque yo no nací siendo latente. El me ha mutilado. —Las últimas palabras de Hawke adquirían ahora un nuevo significado. ?Qué diría este cuando se diera cuenta de la magnitud de su discapacidad?—. Estoy da?ada… lisiada.

Judd no le soltó las manos ni siquiera cuando ella dejó caer los brazos, su contacto firme y frío contrastaba con el calor que irradiaba la piel de Brenna.

—?Les has hablado a las sanadoras de esto? Tal vez se deba tan solo a que tu cuerpo no ha dispuesto de tiempo suficiente para recobrarse por completo de las heridas.

—No se lo he contado a nadie.

Excepto a él. Judd sabía que eso no debería cambiar nada, pero sí que lo hacía.

—Vamos. Hablaremos dentro. —Intentó soltarle las manos, pero Brenna se aferró a él apretándose contra su torso. Judd permitió que prolongara el contacto. Fue entonces cuando se produjo la primera se?al de alarma en su cerebro, pero no hubo dolor. Todavía no—. ?Qué sucede?

—Tengo miedo —susurró con un trémulo hilillo de voz—. Debe de ser estupendo no sentir, no tener miedo.

—También es una clase de discapacidad. —Algo que los padres habían infligido a sus propios hijos—. Tú no quieres ser lo que yo soy —Imaginar a una Brenna fría y sin sentimientos hizo que la agarrase con más fuerza. Se activó una segunda se?al de alarma.

Soltándose de él con la rapidez de un cambiante, Brenna se giró para rodearle con los brazos.

—Por favor.

Tendría que pagar un precio, siempre era así, pero Judd levantó los brazos y estrechó su cuerpo más peque?o, apoyando la cabeza de ella bajo su barbilla. Podía sentir cómo se estremecía por la fuerza del llanto. Quería poner fin a las lágrimas, pero no sabía cómo hacerlo. De modo que hizo lo que ella le pedía y la abrazó consciente en todo momento de la presión cada vez mayor en la parte posterior de la cabeza, del ruido sordo que anunciaba una inminente y violenta reacción psíquica.

Dicha reacción violenta, el empleo del dolor para conseguir la sumisión por la fuerza, se llamaba disonancia. Judd había encontrado el término en un viejo artículo altamente clasificado de una revista médica psi, un artículo al que había accedido de forma ilegal después de realizar un descubrimiento siendo adolescente: que, en resumidas cuentas, el Silencio se basaba en un método de recompensa y castigo. Cuanto mayor fuera la violación del condicionamiento, más intenso el dolor.

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