Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(35)



Judd apretó la mano ligeramente antes de soltarla.

—No te interpongas en mi camino.

—No me atrevería —mintió descaradamente—. Vamos a por mis cosas.

El se?aló con la cabeza hacia la caba?a.

—Ve a encender el fuego. Yo traeré tu mochila.

Brenna estaba más que dispuesta a dejar que templase su temperamento con una buena caminata. Y, aunque no estuviese dispuesto a admitirlo, aquel hombre tenía mucho genio.

—El código es cuatro, dos, siete, cero. —Como se trataba de un vehículo del clan, para abrirlo no bastaba con una simple identificación de la huella del pulgar de un solo individuo—. Nos vemos cuando regreses.

Judd no se marchó hasta que ella estuvo sana y salva dentro de la caba?a. Mientras le veía alejarse, una figura imponente y tremendamente solitaria sobre la nieve, sintió deseos de salir corriendo a abrazarle. Envolverle en su calor hasta fundir aquella fría armadura psi que le rodeaba. El problema era que Judd parecía resuelto a mantener ese gélido escudo.

Mientras temblaba a pesar de que la caba?a estaba bien aislada, se apartó de la ventana y se dedicó a encender el fuego laz. A diferencia de la mayoría de los dispositivos ecológicos, la fuente de energía laz era una creación de los psi, no de los cambiantes. ?Los motivos? Que la tecnología laz ahorraba energía y, por tanto, dinero. Lo único que habían hecho los cambiantes para adaptarla había sido a?adir un potenciador holográfico. Este convertía el eficiente, pero incoloro, bloque de un generador laz portátil en lo que parecía ser un fuego real, aunque sin posibilidad de provocar un incendio forestal.

Brenna comprobó que el generador estuviese en el sitio adecuado dentro de la chimenea empotrada antes de encenderlo. Las llamas doradas cobraron vida y le levantaron el ánimo de forma inmediata. No obstante, no se quedó frente al fuego, sino que se acercó a la ventana. Judd tenía que saber que no estaba solo, que ella le estaba esperando.

Quizá pensara que estaba siendo poco sincera o que no comprendía lo que él intentaba decirle. Brenna lo entendía. Lo que sucedía era que no lo aceptaba. Judd no estaba perdido en el Silencio, por mucho que él lo deseara. Conocía bien a los machos dominantes, se había criado entre ellos, de modo que podía imaginar cuánto debía de haberle costado tragarse el orgullo y someterse a su bajo rango en la jerarquía de los SnowDancer. Pero lo había hecho… para proteger a Marlee y a Toby, e incluso a Sienna.

Tal vez creyera que no había redención posible para él, pero ella sabía que no era así.

El cuerpo de Judd emergió de entre los árboles en aquel instante, con su mochila colgada al hombro. Fuerte y seguro de sí mismo, rezumaba una arrogancia que manifestaba que se sabía demasiado peligroso como para que cualquiera de los habitantes del bosque le atacara.

Brenna fue a abrir la puerta con una sonrisa en los labios.

—Hola.

Judd dejó la mochila en la entrada.

—Voy a hacer una ronda. Cierra la puerta y quédate dentro hasta que regrese.

Estaba a punto de decirle precisamente lo que le parecía que le diera órdenes, cuando Judd dio media vuelta y se marchó.

Brenna se quedó atónita.

El hombre era rápido, demasiado para ser un psi. Pero claro, tenía la sensación de que Judd Lauren no era un psi corriente. Cerró la puerta de una patada y abrió la mochila para sacar un peque?o equipo de comunicación estropeado que se había comprometido con Drew a arreglar. Tal vez su hermano fuera irritantemente sobreprotector, pero respetaba su destreza con los dispositivos tecnológicos.

Fue estupendo coger de nuevo sus herramientas, sentir la estimulación mental que la inundó cuando comenzó la reparación.

Judd regresó a la caba?a después de que oscureciera y encontró a Brenna sentada en el suelo junto al fuego laz, con las herramientas y los componentes colocados de forma ordenada frente a ella. Alzó la mirada cuando él entró y esbozó una sonrisa ausente.

—Dame unos minutos, cielo.

??Cielo??

Achacando el uso de aquel término cari?oso a su estado de preocupación, Judd colgó la chaqueta y se quitó las botas antes de entrar en la cocina. Tal y como había pensado, Brenna no había comido. Sacó dos raciones de comida empaquetada de la nevera y las puso a calentar. Estaba entrenado para pasar días sin comida en caso de que fuera preciso, pero Brenna necesitaba ingerir algunas calorías. Los cambiantes quemaban energía con más rapidez que los psi. Además, aún se estaba recuperando de los da?os que Enrique le había causado a su cuerpo.

Hecho eso, fue a sentarse cerca del fuego y para verla trabajar. Dos cosas quedaron claras de inmediato. La primera, que Brenna adoraba lo que hacía; y la segunda, que se le daba muy, pero que muy bien. Aunque no era nada extra?o. Brenna era una técnica informática cualificada y estaba cursando estudios superiores antes de que un psicópata cambiara el curso de su vida.

Las imágenes aparecieron de nuevo; imágenes de ella, magullada y maltrecha; la sangre en las paredes; los sonidos de la carne al desgarrarse. Los gritos de Enrique. Y los de todos al final. Los de todos.

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