Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(30)



—No tengo intención de conectarme de nuevo a la PsiNet… eso representaría la muerte de mi familia si el Consejo se percata de que no fuimos ejecutados cuando entramos en tu territorio. Pero puedo mezclarme con la población e ir por libre.

—?Haciendo qué?

Judd se enfrentó a aquellos fríos ojos lobunos.

—Solucionando cierto tipo de problemas, ?qué si no?

La elección era brutal, pero serviría para mantener a raya sus habilidades.

—Joder, no puedo dejar a un asesino suelto entre la población. —Hawke se pasó la mano por el cabello, casi idéntico al color rubio platino de su pelaje en forma de lobo.

Judd no veía la necesidad de se?alarle que llevaba meses trabajando sin activar las alarmas. Los clientes nunca le veían. Nunca se reunía con ellos. Y no mataba por ellos… todavía no.

—Nada de asesinatos —dijo—. Trabajaría en vigilancia y protección en este estado durante los próximos tres o cuatro a?os.

Hasta que Sienna no fuera capaz de asumir parte de lo que él hacía para mantener en funcionamiento la LaurenNet no podía ir muy lejos. La red familiar le conectaba con su familia y generaba suficiente retroalimentación para mantenerlos a todos con vida. Ningún psi podía sobrevivir sin esa retroalimentación. Si ponía distancia de por medio con su familia, debilitaría el de por sí fino tejido de una red hecha solo de cinco mentes, dejando más espacio para los errores.

—No ejerceré mi profesión en tu territorio.

—?Y qué sucederá cuando Sienna crezca? —preguntó con astucia.

—Estoy considerando trabajar como mercenario en los países africanos. —En las selvas más profundas y oscuras donde imperaba el dominio de los cambiantes y no había ningún psi, nadie que pudiera reconocerle. Y ninguna mujer de alegre sonrisa. Aplastó aquella idea con la cruel realidad: de todos modos el día en que Brenna le viera como realmente era, en que descubriese las cosas que había hecho, él perdería la sonrisa de aquella mujer.

—Hay otra opción. —Los ojos de Hawke tenían la serenidad de un depredador y una expresión vigilante—. Puedes trabajar como soldado de los SnowDancer. Eso te permitiría utilizar tus habilidades, ?verdad?

—Lo suficiente para desahogarme. —En cuando las palabras abandonaron sus labios, Judd supo que debería haber mentido. Así pues, ?por qué no lo había hecho? Miró en su interior y vio que sus escudos eran sólidos. Sin embargo, había algo que le empujaba a actuar en contra de su decisión de abandonar la guarida—. Pero no es una opción viable en mi caso. Ninguno de vosotros confiáis en mí… sería una farsa.

—La confianza ha de ganarse.

—La mayoría de los cambiantes odiáis a los psi. Los SnowDancer vais un paso más allá. —Después de ver la obra de Enrique, Judd no podía poner objeciones a su reacción.

Hawke no discutió su análisis.

—Ayudaste a rescatar a Brenna… es un buen comienzo. Quiero que trabajes como soldado.

Era la única respuesta que no había tenido en cuenta a la hora de hacer sus planes.

—Creía que darías una fiesta ante la sola idea de deshacerte de mí.

—El alfa que hay en mí me dice que podrías resultar muy útil.

Judd sabía por qué Hawke quería contar con sus habilidades, pues era la misma razón que en su momento tuvo el Consejo de los Psi. Un asesino no era algo que los poderosos deseaban perder.

—?Y si me niego?

Los ojos de Hawke relampaguearon.

—Entonces le retiro el asilo a Walker.

Solo al adulto, no a los ni?os. Era más de lo que el Consejo le habría ofrecido, y Judd se había ba?ado en sangre por ellos.

—De acuerdo. —Silenció esa parte de sí mismo que cuestionaba su rápida capitulación. Walker no necesitaba que le protegiera, su hermano podía cuidarse solito—. Pero quiero la misma autonomía que el resto de tus soldados. —No más cadenas, no más jaulas.

—No tienes nada con que negociar.

—Tengo mis habilidades. —No se trataba de una amenaza… aún no.

Un gru?ido grave reverberó en la garganta de Hawke, como si su bestia sintiera el peligro. Pero su voz, cuando habló, era serena.

—La mayoría de los hombres habrían perdido las riendas llegados a este punto. Yo mismo me habría lanzado a la yugular.

—No soy como la mayoría. —A veces ni siquiera estaba seguro de ser humano, ni un monstruo—. Naturalmente, si quiero venganza solo tendré que mandarte a Sienna. —Su sobrina podía hacer que Hawke perdiera su fría compostura con mayor rapidez que cualquier otro hombre o mujer de la guarida—. Desde que la obligaste a entrenarse con índigo está de un humor particularmente… curioso.

La expresión de Hawke se tornó sombría.

—Manten a esa jodida mocosa lejos de mí… da más problemas que un grupo de gatos rabiosos. —Alargó la mano hacia atrás para coger un mapa—. Necesito un hombre que vigile ciertos asuntos en el cuadrante este.

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