Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(28)
Los túneles de los SnowDancer estaban relativamente tranquilos cuando regresó, pero se tropezó con índigo casi de inmediato. En sus ojos podía verse la sospecha.
—?Dónde estabas la noche en que murió Tim?
Se trataba de una pregunta inesperada. Las circunstancias le habían llevado a creer que la teniente de los SnowDancer confiaba en el. Estaba claro que se equivocaba.
—Estaba solo. En mi cuarto. Y no, no se puede corroborar. Es una lástima que no tengas a un psi-j aquí que pueda explorarme la mente.
—Oh, por el amor de Dios, no me vengas con esas. —índigo le fulminó con la mirada—. Estoy hasta el mo?o de los hombres y sus actitudes. Tenía que preguntarlo y lo sabes.
Dicho eso, se marchó.
Sin estar muy seguro de qué era lo que acababa de pasar, Judd continuó hacia su cuarto. O esa había sido su intención. A mitad de camino se dio cuenta de que se dirigía hacia el de Brenna y que su necesidad de verla no era una fisura menor en su condicionamiento.
Se detuvo, pues no podía permitirse aproximarse a ella cuando estaba tan cerca de lo que podría ser un ataque homicida. Requirió un considerable esfuerzo por su parte volver al camino correcto. Pero no llevaba ni cinco minutos en su cuarto cuando llamaron a la puerta. Sabía quién era, aunque eso no le impidió abrir.
Brenna pasó por su lado y entró en la habitación, con las manos en las caderas. Tenía unas profundas ojeras y marcadas líneas a ambos lados de la boca.
—Has tenido más sue?os. —Cerró la puerta, aunque en su cerebro había todo tipo de se?ales de advertencia activadas.
Brenna exhaló con los labios fruncidos.
—?Dónde has estado? —preguntó en lugar de confirmar su suposición.
Judd no estaba acostumbrado a que nadie le esperase. El que ella lo hubiera hecho provocó una reacción lo bastante intensa en él como para que cruzara los brazos y se apoyara contra la puerta.
—No te incumbe.
—?Que no me incum…? —Apretó los pu?os—. ?Tanto te habría costado dejar el teléfono encendido?
Judd había necesitado actuar en el más completo silencio; el laboratorio tenía unos sistemas de detección de intrusos increíblemente sofisticados.
—No se me ocurrió que intentarías ponerte en contacto conmigo. —Era la verdad. Estaba habituado a estar solo, a sobrevivir solo. Era un requisito necesario de su don particular. Pero Brenna no solo había notado su ausencia, sino que se había preocupado por él.
Su reacción hacia ella se hizo más intensa, lo suficiente como para causarle una ligera respuesta dolorosa. Los detonantes del dolor eran una parte fundamental del Silencio. Castiga de forma brutal a un ni?o por hacer alguna cosa y pronto aprenderá a no hacerlo. Aunque eso significase enterrar sus propias emociones. Ese recordatorio, más que el dolor en sí, fue lo que le hizo decir las siguientes palabras:
—Tú y yo no tenemos una relación que conlleve un compromiso de disponibilidad constante.
—No digas eso —respondió Brenna con voz áspera—. Hay algo entre nosotros, y no intentes fingir que no es así.
Judd descruzó los brazos.
—No hay nada. —Porque él no podía darle nada, ni siquiera el consuelo que tan claramente necesitaba. El consuelo que había esperado toda la noche recibir de él. En lugar de estar allí para apoyarla, había estado fuera llevando a cabo un acto de violencia—. Pululas a mi alrededor porque te ayudé durante el proceso de curación. Es una reacción psicológica normal.
—No eres como todo el mundo dice. —Brenna se negó a apartar la mirada—. Yo veo cómo eres.
—Tú ves lo que yo quiero que veas. —Judd se apartó de la puerta—. Será mejor para ambos que hables con Faith o con Sascha la próxima vez que tengas alguna duda. Parece que te estás atando emocionalmente a mí en exceso.
Brenna le gru?ó, un sonido grave y gutural que resultaba incongruente procediendo de una garganta tan esbelta.
—Si fuese una mujer violenta te sacaría los ojos por lo que has dicho.
Judd le sostuvo la mirada.
—No importa cuánto presiones, seguiré siendo un psi. El Silencio es lo que soy. —El Protocolo le había salvado de convertirse en un asesino en serie haciendo de él un asesino autorizado. A veces ninguna opción era buena—. Búscate un cambiante que te dé lo que necesitas. Yo no quiero complicaciones.
10
Brenna cruzó la habitación con paso airado y abrió la puerta de golpe.
—?Sabes qué? Creo que lo haré.
Dicho eso, Brenna se marchó por el corredor, con sus vaqueros ce?idos y su jersey rojo que atraían la mirada de los hombres hacia su cuerpo. Solo cuando uno de esos hombres que la admiraba se tropezó sin motivo aparente, Judd se dio cuenta de que estaba utilizando la telequinesia. Cerró de un portazo antes de que pudiera hacer nada más.
Una aguda punzada de dolor le atravesó el cráneo, se?alando una brecha detectable en su condicionamiento. No quería repararla, no quería impedir su descenso al caos. Lo que deseaba era hacer da?o a los hombres que se habían atrevido a mirar a Brenna.
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