Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(23)
Judd miró al hombre que se había sentado a su lado.
—Padre Pérez.
Pérez sonrió, sus blancos dientes resaltaban contra su piel del color de la teca.
—Lo de ?padre? hace que parezca al borde de la jubilación, cuando en realidad solo tengo veintinueve a?os.
Ataviado con el atuendo de invierno típico de los párrocos de la Segunda Reforma —pantalón y camisa blancos holgados, la última prenda con unos copos de nieve bordados en azul en el lado izquierdo de la pechera—, parecía aún más joven. Era la sabiduría que traslucían sus ojos lo que transmitía la sensación de que era anciano.
Judd no le consideraba un párroco, sino un camarada soldado.
—Es tu título.
—Llevamos trabajando juntos cerca de seis a?os. ?Por qué no me llamas Xavier? Incluso nuestro tímido amigo en común me llama por mi nombre de pila.
Porque utilizar el nombre de pila del padre Pérez sería el primer paso hacia la amistad, y Judd no quería un amigo. Para hacer lo que él hacía, para ser quien era, tenía que mantener las distancias con aquellos que podrían ser amigos y con la única mujer que podría ser… algo más.
—?Te ha dado algo para mí?
Xavier exhaló un suspiro.
—No importa lo que hayas hecho, Judd, no eres quién para juzgarlo. —Pérez le pasó un cristal de datos en su carcasa protectora. Los cristales costaban más que los omnipresentes discos, pero eran más seguros y tenían una mayor capacidad de almacenamiento.
Judd se lo guardó en uno de los bolsillos interiores del pantalón.
—Gracias.
No necesitaba los datos para la operación de esa noche, pero sí para su próximo golpe.
—El Nuevo Testamento dice que Dios no desea castigarnos ni hacernos ningún mal. Dios quiere que aprendamos y crezcamos para convertirnos en almas mejores a lo largo de los siglos.
Para creer tal cosa tendría que tener alma.
—?Y qué hay de la verdadera maldad? —preguntó Judd, con la mente repleta de recuerdos de una habitación encharcada de sangre y una mujer con moratones alrededor del cuello—. ?Qué dice su libro sobre eso?
—Que los hombres buenos deben combatir el mal y que los hombres malos serán juzgados cuando mueran.
Judd miró a la solitaria feligresa aún arrodillada frente el altar. Estaba sollozando, y su llanto era suave y pesaroso.
—A veces hay que juzgar la maldad en el momento, antes de que aniquile el bien y destruya toda luz.
—Sí. —Pérez desvió la vista hacia la mujer—. Por eso me siento contigo.
—?Cómo reconcilias tus dos mitades… la de párroco y la de soldado?
La luz y la oscuridad. Era una pregunta que no debería haber formulado, una posibilidad que no debería haber contemplado, pero lo hecho, hecho estaba. Judd aguardó, pues necesitaba conocer la respuesta.
—De la misma forma que tú reconcilias el hoy con el ma?ana. Con esperanza y con misericordia. —El hombre se puso en pie—. He de ir a consolarla. Solo tú puedes consolarte a ti mismo.
Judd vio a Pérez recorrer el amplio pasillo y arrodillarse para pasarle el brazo por los hombros a la mujer que estaba llorando. Ella se abrazó al padre hallando el aliento que necesitaba. Un acto sencillo, pero que Judd era incapaz de realizar. él era un arma afilada y certera, y su propósito, su don, era matar. De ni?o había sido catalogado como inadecuado para vivir con otros y le habían reubicado, le habían criado entre las sombras. No pintaba nada en la guarida de los SnowDancer ahora que el resto de su familia estaba a salvo, y no tenía absolutamente ningún derecho a hacer lo que había estado haciendo con Brenna.
Y lo había hecho de forma consciente, sin duda, permitiendo que ella se le acercara más que ninguna otra criatura, aproximándose peligrosamente a romper el Silencio. No podía permitirlo. Jamás. Porque a pesar de que Brenna pudiera verle como a un hombre, ciertamente no lo era; era un asesino adiestrado y consumado con las manos cubiertas de sangre.
?Recuerda que el fuego funde el hielo.?
Brenna se sonrojó al recordar las palabras de Faith y se alisó la corta falda negra, que junto con el suave jersey rojo con escote de pico que llevaba, era una vestimenta perfectamente aceptable. Salvo que el suéter se ce?ía a sus curvas y la falda se amoldaba a su trasero. El cabello seguía siendo un desastre, pero el resto no estaba nada mal.
Drew frunció el ce?o cuando ella cruzó el salón de las dependencias familiares, pero la dejó ir sin poner objeciones, probablemente imaginando que iba a visitar a alguna de sus amigas… sobre todo porque eso era lo que ella había insinuado previamente. Sabía que estaba posponiendo las cosas, pero no tenía tiempo en esos momentos para sacar a colación el tema de mudarse a una vivienda independiente. Al menos sus hermanos ya no trataban de recluirla en su cuarto ahora que les había demostrado que se escaparía si lo intentaban.
Algunos hombres le brindaron una sonrisa perezosa mientras recorría el pasillo y otro le pidió una cita sin rodeos. Aunque tuvo que rehusar, la invitación reforzó su autoestima; los varones de los SnowDancer podían ser increíblemente encantadores cuando se lo proponían. ?Es una lástima que parezca tener fijación por el Hombre de Hielo.?
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