Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(22)



Brenna comprendió la diferencia de inmediato.

—Judd desertó para proteger a los ni?os de la rehabilitación, no porque sintiera cosas que no debía sentir.

—Sí. Pero es un signo de esperanza en sí… que lo hiciera para proteger a otros. Si él… —Faith se dio la vuelta—. No sé si debería decir esto.

—Por favor. El no va a contarme nada. —Una parte profunda y desconocida de ella se negaba terminantemente a hacer lo más sensato y alejarse. Sabía que un lobo, capaz de dar y aceptar el calor humano y el afecto que ella necesitaba para vivir de forma plena, le haría mucho más feliz. Pero no era a un lobo a quien deseaba.

Faith transigió.

—Si Judd era quien yo creo que era en la Red, no me cabe la más mínima duda de que debieron de ofrecerle la posibilidad de evitar la condena a rehabilitación. El que no solo no aceptara, sino que además encarara la posibilidad de morir para salvar a los ni?os… bueno, eso dice mucho sobre tu psi, ?no te parece?

Brenna tenía sus propias sospechas acerca de quién había sido Judd en su otra vida, pero esas preguntas se las haría a él a la cara.

—Alcanzar esa parte de él… —Dio una patada a la nieve, levantando una nubecilla de copos que centelleó a la luz del sol—. Es tan terco como cualquier lobo, y con el condicionamiento además…

—?Quieres un consejo?

—Todos los que puedas ofrecerme.

—Déjalo estar. —Faith adoptó una expresión solemne—. Es muy probable que nunca rompa el Silencio…, ha hecho y visto demasiadas cosas como para arriesgarse a sentir algo.

—No. —Brenna no estaba dispuesta a creer nada semejante—. Puede romperse.

—Será doloroso… para ambos —dijo la voz de la experiencia—. Y él no es el tipo de hombre que necesitas para sanar, Brenna.

La joven emitió un peque?o gemido de frustración.

—Todo el mundo piensa que debería estar entre algodones y tener ni?era… ?Eso cuando no están compadeciéndose de mí, claro está! Pero no soy una gata doméstica. Nunca lo he sido. Y lo que me hicieron no ha cambiado eso. Me siento atraída por la fuerza de Judd…, dame un perrito faldero y el pobre hombre acabará hecho un mar de lágrimas al cabo de una hora.

En los labios de Faith se dibujó una sonrisa haciendo que unas arruguitas aparecieran en los extremos de sus ojos.

—Entonces casi siento lástima de Judd. —Y, acercándose, le susurró—: Haz que se sienta incómodo. No aceptes un no por respuesta. Presiona y presiona hasta que pierda el control. Recuerda que el fuego funde el hielo.

Brenna miró aquellos extra?os ojos estrellados mientras Faith retrocedía.

—Puede ser un juego peligroso.

—No pareces la clase de mujer que se contenta con aquello que es seguro y fácil.

—No.

Tampoco era la clase de mujer que se rendía al encontrarse con el primer escollo. Judd podría ser categóricamente psi, pero ella era un miembro de los SnowDancer.

Casi once horas más tarde, Judd se sorprendió pensando en el modo en que Brenna le había observado aquella ma?ana mientras regresaban a la guarida. Su mirada había sido tan penetrante que le había producido la desconcertante sensación de una caricia, por imposible que eso pudiera ser. No obstante, en cuanto entraron en la guarida, ella se había marchado y…

Sacudió la cabeza en un vano intento de borrarla de su mente. Tenía que concentrarse. Pensar en Brenna tenía la peligrosa costumbre de distraerle. La joven tramaba algo, de eso no le cabía la menor duda. Su expresión había sido…

??Céntrate!?

La iglesia apareció al otro lado de la calle, como un espectro arquitectónico recordándole quién era y qué hacía cuando caía la noche y la gente se creía a salvo en la cama. No era tan diferente de Enrique; la muerte era su don y lo único que podía ofrecerle a Brenna. Aquella idea le ayudó finalmente a concentrarse. Aceleró el paso centrándose en la luz amarillenta que salía de las ventanas curvas de la capilla.

Hasta el momento no había determinado si era la perversidad o la esperanza lo que había llevado al fantasma a elegir aquel lugar como punto de encuentro. Se trataba de una iglesia peque?a construida después de la Segunda Reforma, acaecida hacía medio siglo, que no estaba colmada de vidrieras y velas, sino de frondosas plantas verdes, y en la que durante el día la luz del sol entraba a raudales. Esa noche la encontró desierta al entrar salvo por una solitaria mujer arrodillada ante el altar. Judd tomó asiento en un banco al fondo, alzando la vista para contemplar las estrellas que se veían a través de la cúpula transparente del techo. Eso le hizo recordar aquello a lo que había renunciado cuando abandonó la PsiNct: la fría oscuridad, el gélido destello de millones de mentes.

—Los jóvenes no se arrodillan, pero los que ya tenemos una edad nos criamos en los tiempos de la Iglesia de Roma —dijo una voz masculina que rebosaba la misma paz que impregnaba los muros del edificio. Era lo único que aquella iglesia tenía en común con las casas de oración más ornamentadas erigidas anteriormente a la Segunda Reforma: la sensación de silencioso fervor, una quietud tan omnipresente que casi resultaba palpable.

Nalini Singh's Books