Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(24)



Le había llevado todo el día armarse de valor para seguir el consejo de Faith. A decir verdad, a una parte de ella le seguía aterrando no ser capaz de enfrentarse a una situación que fuera remotamente sexual. Era la primera vez desde que la rescataron que se atrevía siquiera a contemplar la idea de estar con un hombre, la primera vez que no se ponía a sudar con solo pensar en ello. Santano Enrique la había atado a una cama, la había mantenido desnuda para someterla a sus experimentos y le había hecho otras cosas… cosas repugnantes que deseaba borrar de su cabeza.

—Respira.

Al llegar a la puerta de Judd, relajó las manos y se las frotó sobre la falda antes de llamar. Luego se obligó a encerrar los recuerdos en aquella caja cerrada de su mente. No era una víctima, pensó mientras la sangre resonaba como un tambor en su cráneo, era una loba adulta en la flor de la plenitud sensual.

—Judd —llamó en voz baja cuando vio que la puerta permanecía cerrada. No hubo respuesta. Su olfato confirmó que él estaba ausente, su olor estaba presente, pero no tan concentrado como si hubiera estado dentro—. Brenna, eres imbécil.

Tenía ganas de darse de bofetadas. Tanta preparación, tantos nervios, y no se había molestado en comprobar primero si él estaba o no. Y ahora, ?qué?

Regresó a su habitación —gracias a Dios que ninguno de sus hermanos estaba ya en casa— y llamó a Judd al móvil con la esperanza de encontrarle en alguna otra parte de la guarida. Pero no dio se?al.

—Enciéndelo —farfulló y, acto seguido, colgó.

Sintiéndose como una mocosa patética por no tener adonde ir después de haberse acicalado, se desvistió, se puso el pijama y cogió un libro —una edición en tapa dura— que Riley le había regalado para su cumplea?os.

—Es carísimo —le había dicho él, pero en sus ojos se atisbaba una expresión risue?a.

Su hermano mayor ya no sonreía como entonces. Sabía que se echaba la culpa por no haberla protegido de Enrique a pesar de que no había nada que él pudiera haber hecho al respecto. Riley siempre había sido serio —al ser diez a?os mayor que Brenna, les había criado a Drew y a ella, con la ayuda del clan, después de la muerte de sus padres—, pero ahora nunca sonreía. Drew disimulaba bien, aunque su maravilloso, divertido e inteligente hermano mediano estaba muy furioso.

Alguien llamó a la puerta.

—Bren, tú también has vuelto, ?no? ?Quieres un trozo de pizza?

Las lágrimas le escocían los ojos cuando se apoyó contra las barras metálicas del cabecero que ella misma había elaborado utilizando dibujos del siglo XIX como inspiración.

—?Qué haces comiendo pizza a estas horas, Andrew Liam Kincaid? —le dijo obligándose a esbozar una sonrisa.

Como era de esperar, Drew entreabrió la puerta para brindarle una sonrisa de oreja a oreja.

—Estoy en edad de crecer.

—Vale, pues yo no, así que no me tientes. —Abrió el libro—. ?Largo!

—Tú te lo pierdes, hermanita. —Tras obsequiarla con otra sonrisa, cerró la puerta.

Brenna apretó los ojos con fuerza y luego inspiró hondo varias veces para pensar con claridad a pesar del nudo que se le había formado en la garganta. Pero por mucho que se esforzara en concentrarse, estaba demasiado destrozada emocionalmente para concentrarse en nada, mucho menos en el libro que tenía en las manos. Lo único en lo que podía pensar era en que necesitaba a Judd, necesitaba que él la abrazara. Sabía que ese era un deseo tonto e imposible, pero al animal que moraba en su interior no le importaba. ?Dónde estaba? Le llamó varias veces más hasta que, finalmente, ya no pudo seguir luchando contra el envolvente abrazo del sue?o. Lo que le aguardaba no fue nada placentero.


Una enmara?ada descarga sensorial, el acre sabor del miedo en la lengua, una punzante sensación de pánico. Había cometido un error y ahora tenía que solucionarlo…

Retazos de sonidos. La risa de un ni?o. Miedo. Dicha. Una tarta de cumplea?os…

él era tan sexy que ella quería…

Miedo. Un olor salobre, anómalo, fétido. Todo era un desastre. Tenía que limpiarlo…

Brenna gimió y se puso de lado. Si hubiera habido alguien con ella en la habitación podrían haberla despertado. Pero estaba sola y estaba viendo inexplicables fragmentos en sus sue?os, retazos inconexos de pensamientos. Su mente buscaba algo a lo que aferrarse y se encontró con que tenía bloqueado el camino. No debería haberlo estado.

Un instante de claridad, de ira. ?él no debería haberlo hecho!

Un segundo más tarde, Brenna estaba so?ando de nuevo.



Judd se alejó cuando las primeras llamas comenzaron a alzarse detrás de él, con las manos en los bolsillos y la cabeza cubierta por la capucha de una sudadera negra que le confería el aspecto de un gamberro en lugar del de una Mecha. Aunque le captaran en un equipo de vigilancia —cosa muy poco probable dadas sus habilidades— su identidad sería imposible de determinar. Para enturbiar más las aguas, se había tomado muchas molestias a fin de asegurarse de que la explosión no dejase el más mínimo indicio de haber sido perpetrada por un psi, utilizando materiales fáciles de conseguir para cualquier raza.

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