Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(29)
La delgada y serpenteante línea que bajaba por la pared que tenía delante parecía tan insustancial como el dibujo de un lápiz, pero era una peque?a fisura que, con un poco más de presión, podría convertirse en una grieta abierta. Exactamente igual que su mente. Se las arregló para controlar el libre flujo de energía telequinésica antes de provocar que la pared se derrumbase, pero bastó con esa ruptura para demostrar lo cerca que estaba de una catastrófica pérdida de control. No reparar el defecto en su condicionamiento podría significar la muerte de cientos de moradores de la guarida: adultos, ni?os… Brenna.
El sudor le chorreaba por la espalda cuando se apartó de la puerta y se sentó en el borde de la cama para dedicarse a reparar las grietas más importantes. Las fracturas más finas que plagaban la coraza del Silencio, antes sólida, tendrían que esperar hasta que estuviera más calmado. En esos momentos su concentración era lamentable. Aún podía oler el aroma psíquico de Brenna en el aire.
Olía a calor y a mujer, a temor y a coraje, a sensualidad y a risas.
Y no era suya.
Si trataba de cambiar eso acabaría matándola. Porque él no era un tq normal y corriente. Era un tq-celular, una subdesignación tan rara que no figuraba en ningún archivo público. Después del Silencio, los tq-c se habían convertido en el sucio secretillo del Consejo, sus asesinos más mortíferos. Antes del Silencio, antes de la imposición de control, quienes tenían esa subdesignación siempre habían acabado convirtiéndose en asesinos, matando a sus esposas e hijas primero. Daba la impresión de que su habilidad se activaba para volverse en contra de las personas que precisamente podrían rescatarlos del abismo.
Judd tomó la decisión en el acto. Tenía que abandonar la guarida antes de que Brenna activase sus habilidades sin ser consciente de ello. Ella no tenía ni idea del horror que podía desatar.
No era un asesino por elección propia. Lo era porque no podía ser otra cosa.
Judd se encontró con Hawke antes de que amaneciera al día siguiente, después de haber pasado la tarde y la noche anteriores sellando las grietas de su condicionamiento, lo único que protegía a quienes le rodeaban de la cólera homicida de su don.
—Quiero marcharme —le dijo al alfa.
No estaba acostumbrado a pedir permiso, y de haber estado solo, se habría largado sin más, pero no lo estaba. Su inexplicable desaparición repercutiría en la situación de Walker, Sienna y de los ni?os dentro de la guarida.
Hawke enarcó una ceja.
—?Qué opina tu familia de esta decisión?
—Ellos no tienen nada que ver. —Lo cual era la pura verdad—. Walker está asentado y es capaz de ayudar al resto con cualquier problema. Yo soy una influencia negativa. —Tal y como le había mostrado el reciente asesinato, siempre que las cosas iban mal, todos los ojos se volvían hacia el psi, hacia él—. Todos se han integrado en el clan hasta cierto punto. —En tanto que él no se había esforzado por hacerlo.
El alfa de los SnowDancer no parecía convencido.
—?Por qué ahora?
Judd ya había decidido contar una verdad y daba igual cuál de todas ellas fuera.
—En la PsiNet ostentaba un rango equivalente al de tus tenientes. Sabía que lo perdería en caso de que sobreviviésemos a la deserción. Y era un precio que elegí pagar. —Para salvar a los ni?os de la rehabilitación, que era la muerte en vida.
—?Y qué es lo que ha cambiado?
—No contaba con que la inactividad forzosa y la firme represión de mis habilidades tendrían consecuencias. —Eso también era cierto. A pesar del trabajo encubierto que había estado realizando, tanto para el fantasma como para ganarse el sustento de su familia, la presión estaba aumentando. Se dijo que esa era la razón por la que Brenna había sido capaz de agrietar sus escudos con relativa facilidad. él ya estaba en una situación comprometida—. Los músculos psíquicos inactivos necesitan ser ejercitados o comenzarán a actuar sin un control consciente por mi parte.
—Igual que sucede con nuestras bestias internas.
—Sí. —Había visto cómo los lobos se convertían en renegados y el da?o que podían causar—. Pero peor.
—No me lo trago. —Hawke se apoyó contra la oscura madera de su mesa, en sus ojos claros se atisbaba al lobo que era—. Reconozco el control cuando lo veo y el tuyo es férreo.
No cabía otra opción viable para su subdesignación. Sin embargo, Hawke no tenía por qué saberlo.
—Tú ya habías imaginado cuál era mi posición en la PsiNet —dijo en cambio—. Era quien era debido a mi destreza en combate. Unas habilidades tan agresivas han de ser utilizadas de forma regular para prevenir la pérdida de control.
—?Y cómo tienes pensado hacerlo? —No se trataba de una sospecha manifiesta, aunque la insinuación estaba presente.
Por un efímero segundo, Judd consideró llamarle la atención por el insulto, pero luego reprimió la reacción por irrelevante. Para los lobos, él era un enemigo, no un camarada soldado.
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