Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(40)
—No. No se trata de que Judd sea un psi.
Si ese hubiese sido el caso, habría acudido a Walker. El también era un psi, y mucho más accesible. Otra parte de sí misma se preguntó si esa atracción se debía al hecho de que Judd fuera tan condenadamente peligroso, lo bastante duro como para enfrentarse a sus demonios.
—?Y qué importa si me siento atraída por él a causa de lo que pasó?
Había cambiado durante su lucha por sobrevivir a la maldad que la había afectado, había perdido parte de su inocencia. Pero también había ganado en sabiduría, había averiguado quién era y lo que podía soportar. La nueva mujer en que se había convertido encontraba fascinante a Judd Lauren.
Bueno, o así había sido. Ahora estaba demasiado cabreada como para que eso le importase.
13
Judd no regresó hasta que estuvo seguro de que Brenna dormía plácidamente. Cuando entró, la descubrió acurrucada frente al fuego, en medio de una cama plegable que había sacado del trastero. Brenna hizo un suave sonido cuando sonó el clic de la puerta al cerrarse y Judd se detuvo esperando que despertase. Pero ella continuó respirando de forma serena y regular.
Judd se relajó, se quitó la chaqueta y se despojó de las botas sin hacer ruido antes de acuclillarse delante de la chimenea. Le dolía incluso el cráneo a causa de la humedad de la nieve; se había negado a propósito a utilizar sus habilidades para protegerse. Pero a pesar de su necesidad de recuperar el control, no se había alejado de aquella mujer que representaba una amenaza para él a un nivel visceral, incapaz de dejarla sola en la oscuridad. De modo que había montado guardia e intentado, una vez más, reparar las grietas más recientes y graves que se habían abierto en el muro de Silencio que rodeaba su mente.
No era un estúpido. Comprendía que el Silencio le había sido impuesto y que no era algo natural. Para la mayor parte de su gente era una violación de su libertad de elección. El Implante P, con sus aspiraciones de introducirse en el cerebro mismo de los psi, solo serviría para agravar esa violación. Pero dejando eso a un lado, también comprendía y reconocía que para una peque?a minoría el Silencio era algo que habrían elegido de haber tenido la oportunidad.
él era uno de ellos.
Para Judd, el Silencio era la respuesta a una plegaria, un regalo que le había permitido llevar una vida plena, no estar encerrado tras unas rejas o en completo aislamiento. Sus ojos se posaron en el cuerpo dormido de Brenna. No, pensó, estaba equivocado. Su vida no era plena, no cuando Brenna no podía formar parte de ella. Pero el Silencio al menos le permitía hablar con ella, protegerla, estar a su lado aunque fuera durante breves períodos de tiempo. Sin el condicionamiento no habría confiado en sí mismo estando en su presencia.
Incapaz de resistirse a la oportunidad de acercarse aún más, cruzó la alfombra y la miró. Sus ojos se movían rápidamente bajo los párpados, lo que indicaba que se encontraba sumida en un sue?o profundo; quizá estuviera so?ando, pero ni en el rostro ni en el cuerpo se apreciaba el más mínimo signo de temor. En otras palabras, estaba bien y no necesitaba que él montara guardia. Se dijo que debía apartarse, que la fascinación que sentía era justo lo que había intentado prevenir en la nieve.
En lugar de eso, sus dedos se curvaron mientras luchaba contra el impulso de alargar el brazo y comprobar las tenues sombras que las pesta?as arrojaban sobre sus pómulos. En aquel momento Brenna exhaló un débil grito estrangulado, su piel se surcó de arrugas que denotaban dolor. Acto seguido comenzó a estremecerse y todo su cuerpo tembló a pesar del calor que desprendía el fuego laz.
Judd sabía lo que un varón cambiante habría hecho en esa situación. Era lo mismo que el instinto le pedía que hiciera, pese a que eso desharía cualquier bien que el frío del exterior hubiera obrado. La disonancia discrepaba lanzándole ardientes dardos de dolor a los ojos.
Entonces un sollozo quedó atrapado en la garganta de Brenna tomando la decisión por Judd.
Se tendió a su lado sobre la cama apoyándose en un codo y con la mano libre le acarició el cabello con delicadeza, dolorosámente consciente de que tan solo unos centímetros separaban sus cuerpos.
—Chist. Duerme. Yo te mantendré a salvo.
Era una promesa que pretendía cumplir.
Brenna dejó de temblar al cabo de unos segundos y se arrimó para acurrucarse contra él. El calor que ella desprendía atravesó su camiseta, la sábana y el jersey que Judd llevaba para abrasarle la piel. Era imposible. Pero con Brenna, todo era posible. Cuando ella retiró la mano que tenía apoyada sobre la manta para acomodarla entre sus cuerpos, Judd hizo cuanto pudo para impedirse tomarla entre sus brazos.
Todas las se?ales de alarma se encendieron dentro de su cabeza. Exponerse a un contacto mayor les causaría problemas a ambos. De modo que mantuvo las distancias, a excepción de sus dedos, que continuaron acariciándole el cabello, y la contempló mientas dormía.
Brenna sabía que estaba so?ando. También sabía que no podía intentar despertarse. Había algo que tenía que ver, que tenía que comprender.
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