Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(38)



—Eso es mezquino. —Pero continuó sonriendo—. ?Puedo hacerte una pregunta?

En aquel momento él era su Flecha personal.

—Adelante.

—?Tú no quieres…? —Hizo una pausa—. En realidad, creo que no soy tan valiente.

—?Si no quiero qué?

—Olvida lo que he dicho. —Se puso en pie y se pasó la mano por el pelo, haciendo que los cortos mechones se pusieran de punta.

Todavía sentado, Judd le posó la mano en la pierna, en la sensible piel de la parte posterior de la rodilla. Un contacto leve, pero que reactivó con fuerza la disonancia, y Brenna se quedó paralizada. El sabía por qué. De acuerdo con su investigación acerca del lenguaje corporal, aquel era un contacto de naturaleza íntima, algo que la mayoría de las mujeres solo permitían a los hombres en quienes confiaban.

—Dímelo.

Brenna tenía una expresión inescrutable cuando bajó la mirada hacia él.

—Eres un psi, adivínalo. Es una deducción lógica. —Dicho eso, le apartó la mano bruscamente y se encaminó hacia la peque?a cocina—. ?Te apetece un café?

Judd cambió de posición para poder mirarla.

—De acuerdo.

El café no formaba parte del régimen alimenticio de los psi, pero se había acostumbrado a él desde su deserción. Mientras esperaba a que Brenna preparase la bebida, hizo lo que le había dicho y repasó mentalmente su conversación. Habría ido más rápido si no se hubiera distraído cada dos por tres al verla trajinar con eficiencia femenina a solo unos metros de distancia. El contoneo de sus caderas era…

—?Si nunca he deseado lamer a una mujer de arriba abajo?

Brenna soltó un grito, luego se giró hacia él apoyando las manos sobre la encimera que tenía a su espalda.

—Yo no lo habría dicho de ese modo —repuso en un tono más alto de lo normal—, pero sí.

—A ti —dijo con voz queda, incapaz de seguir mintiendo—. Tú me tientas.

—Ah. —Sus pechos se elevaron cuando tomó una profunda y temblorosa bocanada de aire—. Nunca has dejado entrever nada.

Sí, claro que lo había hecho. Si llegaba a percatarse de la forma en que la mirada cuando no se daba cuenta, no tendría dudas con respecto a la intensidad de su inadmisible reacción a ella.

—Porque carece de importancia —le dijo—. No cambia nada.

—Mentiroso. —Le miró sin inmutarse—. Otros psi no sienten deseo.

—Es una grave fractura en mi condicionamiento —reconoció ante ella y ante sí mismo—. Una fractura que pretendo reparar.

Lo que no podía entender era por qué había vuelto a aparecer tan pronto después de la reparación que había llevado a cabo tan solo el día anterior. Debería haber sido inmune a la dulce seducción del cuerpo de Brenna.

—Y luego, ?qué? ?Te olvidas de la tentación?

—Sí.

Echando fuego por los ojos, se volvió de espaldas a él y continuó preparando el café.

—?Te acuerdas de esa lista sobre ti? Debería haber a?adido terco.

La ira de Brenna le fascinaba tanto como el resto de sus emociones. Y admitirlo le acercó peligrosamente un paso más al borde de una crisis catastrófica. La disonancia aumentó y esta vez le hizo caso porque, para el, el dolor no era una simple advertencia para controlar sus emociones, sino para que controlase sus habilidades.

Su poder no era pasivo, no se concentraría en su interior si perdía el férreo control que ejercía sobre sí mismo. No, se liberaría buscando carne que desgarrar y frágiles huesos femeninos que aplastar.

—?Nunca te preguntas —inquirió fríamente, consciente de que estaba poniendo fin a cualquier posibilidad que tuviera con ella— si te sientes atraída por mí a causa de lo que te hizo Enrique?

Esta vez, Brenna dejó lo que estaba haciendo y se acercó airadamente hacia él para clavarle la mirada.

—?Qué co?o se supone que significa eso?

Judd se puso en pie.

—él era un psi. Yo también. él te hizo da?o. Así que tal vez quieras contrarrestar esa experiencia con otra positiva.

Tenía la mandíbula tensa y los pu?os tan apretados que su piel palideció a causa de la falta de riego sanguíneo.

—A diferencia de ti, yo no analizo cada una de mis acciones. Actúo con arreglo a mis emociones.

Judd estaba frente a ella, tan cerca que casi era capaz de sentir las vibraciones psíquicas de su cólera.

—Esta vez no basta con eso. Tienes que examinar las razones que se ocultan tras esas emociones.

Brenna bufó llena de frustración.

—Y si estuviera buscando alguna clase de confirmación de que no todos los psi son unos monstruos, ?serías capaz de dármela?

—No puedo darte una absolución emocional. —Podría infligirle un da?o aún mayor—. No puedo darte la clase de relación que necesitas para sanar.

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