Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(15)
Judd era diferente. Podía alterar su propia forma física. La habilidad entraba dentro de la telequinesia más que de la telepatía, pues Judd no era un telépata poderoso más, ni su habilidad especial era la telepatía, como todos pensaban… ya que se había tomado muchas molestias para que la gente así lo creyera. ?Qué diría Brenna si se percatara de que era un tq extremadamente poderoso… un tq, la misma designación que el asesino que la había torturado en aquella habitación te?ida de sangre?
Era una pregunta de la que nunca conocería la respuesta, pues no tenía la menor intención de contarle a Brenna la verdad sobre él. Después de alterar de forma leve la sincronía de sus células con el mundo, pasó de largo al lado de los dos hombres; cuando Judd se desdibujaba, los cambiantes solo eran capaces de verle como a una sombra por el rabillo del ojo. Más importante aún, tampoco podían olerle, hecho que respaldaba su teoría personal sobre cómo funcionaba su don.
Al cabo de un minuto, hizo que los osos atravesaran el bosque con gran estruendo hacia la derecha de los soldados y en la dirección del viento. El estrépito que armaron las criaturas bastó para distraerlos y hacer que cambiaran de dirección. Sincronizando de nuevo sus moléculas, Judd se cruzó deliberadamente con los hombres… como si regresara de nuevo a la guarida.
—?Te has cruzado con alguien? —Elias se detuvo en tanto que su compa?ero, Dieter, continuó andando.
—No.
Elias asintió y siguió a Dieter. Judd aprovechó la oportunidad para dejar un rastro falso hasta la guarida. A continuación, se tomó su tiempo para ocultar sus huellas y las de Brenna, y puso rumbo en dirección sudeste. Propagó por el aire una estela telequinésica mientras corría, enturbiando y dispersando sus olores para que tampoco pudieran localizarlos de ese modo.
Brenna era rápida. Cuando la encontró había dejado atrás la Zona Blanca, y se encontraba en el centro del perímetro interno, que estaba considerado como seguro para los adultos, pero no para los ni?os. También había centinelas en esa sección, aunque estaban apostados a cierta distancia, en la frontera que daba paso al perímetro exterior. El bosque que les rodeaba estaba en silencio, y el sonido, amortiguado por la gruesa capa de nieve. Un manto blanco azulado cubría los árboles que poblaban la Sierra y carámbanos de hielo colgaban de las ramas como si de espadas transparentes se tratase.
—Cuidado. —Judd se apresuró a protegerla cuando ella pasó por debajo de un carámbano especialmente peligroso.
—?Qué? —Alzó la vista por encima del hombro, estremeciéndose y cambiando de posición para apoyarse de lado contra el torso de Judd. él se quedó tan inmóvil como los árboles y su reacción no le pasó desapercibida a Brenna—. Lo siento, sé que no te gusta que te toquen. Pero es que en estos momentos lo necesito.
Judd se había acostumbrado a que ella siempre fuera franca.
—No vas vestida para este tiempo.
A pesar de que se había calzado unas buenas botas, Brenna no llevaba abrigo, tan solo unos vaqueros y un jersey rosa de cuello vuelto. Debería haber reparado en ello y haberle puesto remedio antes de abandonar la guarida.
—Soy una cambiante, no tengo frío. —Por lo general, aquello era cierto, aunque en esos momentos se había ladeado ligeramente para apretarse contra su cuerpo, con las manos alzadas entre ambos y un muslo entre los de él—. ?Y tú?
—Yo estoy bien. —No sentía frío pero, en su caso, guardaba relación con sus habilidades telcquinésicas—. Ponte esto. —Se quitó la chaqueta, quedándose tan solo con un fino jersey negro de cuello redondo del mismo color que los vaqueros.
—Te he di-dicho qu-que no ten-tengo frí-frío.
—Tienes los labios morados.
Le colocó la chaqueta sobre los hombros al mismo tiempo que expandía su escudo telequinésico para protegerla del frío con él. Dicho escudo estaba creado mediante la reordenación de las partículas de aire y de polvo para formar un muro delgado, aunque impermeable e invisible.
Brenna se estremeció y se dispuso a meter los brazos en las mangas.
—Tú ganas. Está calentita.
Arrebujada en su chaqueta, volvió a acurrucarse contra él.
Ninguno de los dos dijo nada ni se movió durante los siguientes diez minutos. Brenna parecía contenta contemplando simplemente el bosque blanco azulado que se extendía a su alrededor, pero él era consciente de cada aliento, de cada latido de su corazón, de cada movimiento de aquel cuerpo suave y tibio cubierto con su chaqueta. La fuerza de aquel último pensamiento encendió una alarma dentro de su cerebro que Judd optó por ignorar.
De pronto, la cegadora luz del sol se reflejó en la nieve y luego en sus ojos. Judd alzó la vista y descubrió que las nubes se habían disipado durante el rato que habían permanecido en silencio.
—Es precioso —susurró Brenna, enganchándose a su brazo—, pero molesto para la vista. Vamos. Hay un lago por aquí. El área circundante está más sombreada. —El sol, como una afilada navaja, arrancaba destellos a su cabello corto e hizo que Judd se cuestionase qué estaba haciendo allí. Pero no se detuvo hasta que ella lo hizo—. Allí, ?lo ves?
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