Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(10)



Judd continuó observándola sin inmutarse.

—Podría tratarse de una simple transferencia… el modo que tiene tu mente de interpretar las imágenes que Enrique dejó en tu cerebro.

Le repugnaba que Enrique hubiera llegado tan lejos. Sascha le había asegurado a Brenna que no se había quebrado, que había impedido que el muy cabrón accediese a lo más profundo de ella, pero no era esa la sensación que tenía. No, se sentía como si hubiera penetrado lentamente en la misma esencia de su ser, como si hubiera violado por completo todas y cada una de sus partes. Y Sascha ignoraba lo peor de todo cuanto el carnicero le había hecho… todo a lo que había claudicado; Brenna tenía intención de llevarse esos secretos a la tumba.

—Brenna.

Con un nudo en el estómago, ella levantó la cabeza.

—?Transferencia?

Judd la miraba de forma penetrante, como si intentara ver a través de su piel.

—Puede que estés confundiendo o mezclando una imagen antigua o conocida con una nueva.

Porque a Enrique le gustaba aterrorizarla mostrándole grabaciones de sus asesinatos pasados.

—No —discrepó—. Incluso antes de ver el cuerpo de Tim pude percibir las diferencias… en los cortes, en la maldad. —El arma favorita de Enrique había sido el escalpelo, el cual utilizaba junto con los poderes telequinésicos de su mente de cardinal. El rango de cardinal era el más alto entre los psi, pero Enrique había sido poderoso incluso dentro de tan selecto grupo—. Es como si me obligaran a ver las fantasías de otra persona.

Ese era su peor temor: que violasen su mente de nuevo, que la inundasen de pensamientos oscuros y nauseabundos que nada pudiera borrar.

—Eres una cambiante, no una telépata. —Por un segundo, Brenna creyó ver cómo las motas doradas cobraban vida en el vivo tono casta?o de sus ojos—. Hay más —aseveró sin la menor duda.

Brenna tragó saliva.

—Cuando vi el asesinato en mis sue?os, cuando escuché los gritos, yo… —Se clavó las u?as en la parte carnosa de las palmas.

—?Tú qué, Brenna? —la alentó con voz casi afable. O quizá fuera eso lo que necesitaba escuchar.

—Me excité —reconoció sintiéndose sucia y vil… un monstruo—. Lo disfruté. —Había ansiado la agonía de la víctima, su sangre bullía con exaltación enfermiza—. Cada corte, cada grito.

La expresión de Judd no cambió.

—Pero ?solo durante el sue?o propiamente dicho?

Deseaba desesperadamente que la abrazaran, pero era tan probable que Judd Lauren hiciera algo así como que se transformara en lobo.

—Es como si él hubiera dejado una parte de sí mismo dentro de mí.

—Santano Enrique era un auténtico psicópata. No sentía nada.

La carcajada que salió de sus labios le sonó estridente incluso a ella misma.

—Si le hubieras visto como yo, jamás dirías eso. Tal vez fuera frío, pero disfrutaba con lo que hacía. Y me infectó.

—Enrique no poseía esa habilidad. Transferir virus mentales es una habilidad muy rara. —Se apartó de la puerta y se acercó a ella—. Sascha no encontró rastro alguno en tu mente, y ella se habría dado cuenta… no en vano su madre es la mejor transmisora viral de la Red.

—?Me hizo algo! —insistió—. Estos pensamientos, estos sentimientos no son míos. —No podían serlo. No si quería conservar la cordura.

—No deberías estar viendo nada—repuso Judd. Estaba tan cerca de ella que Brenna podía sentir el calor de su cuerpo. La alarma y la necesidad se entremezclaron dando paso a una intensa confusión—. Tus patrones cerebrales funcionan de forma completamente distinta a los de un psi.

Brenna se disponía a pasarse la mano por el cabello, pero se detuvo. Su larga melena hasta la cintura había desaparecido, otra de las cosas que Enrique le había robado.

—?Crees que él ha cambiado esa circunstancia?

Los músculos de Judd se contrajeron cuando descruzó los brazos.

—Parece la conclusión lógica. Si dejas que te explore la mente…

—No.

El asintió brevemente.

—De acuerdo. Pero eso hace que resulte mucho más difícil diagnosticar el problema.

—Lo sé. Pero no. —Nadie volvería a entrar en su mente. Para la mayoría de las víctimas era el último espacio intacto. Para ella, era una parte que había sido sometida a un trato brutal y que nunca volvería a confiar—. ?Tienes alguna idea de qué puede ser?

—No. —Alargó la mano para tocar el cuello de Brenna—. ?Cómo te has hecho este moratón?

Pillada completamente por sorpresa, se sorprendió posando la mano sobre la de el.

—?Un moratón? Puede que mientras me entrenaba con Lucy. —Brenna no era un soldado, pero necesitaba poder protegerse… ahora más que nunca. Porque la verdad que nadie sabía, el secreto que había logrado ocultar desde que la rescataron, era que Enrique no solo había da?ado su mente, sino que la había destruido al nivel más esencial, un nivel que amenazaba con aniquilar su identidad—. ?Puedes averiguar algo sobre mis sue?os?

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