Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(4)



Brenna se zafó de su hermano en cuanto este terminó de hablar y se marchó sin previo aviso. Judd, que había captado la manifiesta explosión de cólera de la joven antes de que se apresurase a disimularla, fue el primero en ir tras ella. índigo y un furioso Andrew le siguieron. La mayoría de los psi ya habrían sido adelantados por los cambiantes, pero él era diferente, una diferencia que había predestinado su vida en la PsiNet.

Brenna era un borrón delante de él, moviéndose a una velocidad impresionante para tratarse de alguien que había estado postrada en una cama hacía solo unos meses. Casi había llegado al túnel número seis cuando la alcanzó.

—Detente —le ordenó a Brenna, su respiración no era tan trabajosa como debería haber sido—. No tienes por qué ver esto.

—Sí, tengo que verlo —repuso ella, jadeando.

Con asombrosa celeridad, Andrew agarró a su hermana por detrás rodeándole la cintura con los brazos para levantarla del suelo.

—Bren, tranquilízate.

índigo pasó a toda velocidad, como una centella de largas piernas y cabello oscuro.

Brenna comenzó a retorcerse entre los brazos de Andrew con tal violencia que podría acabar haciéndose da?o. Judd no podía permitirlo.

—Se tranquilizará si la sueltas.

Brenna se quedó quieta, con la respiración agitada y la sorpresa reflejada en los ojos.

—Yo me encargaré de mi hermana, psi. —Andrew pronunció la última palabra como si fuese una palabrota.

—?Cómo, encerrándome bajo llave? —preguntó Brenna con voz acerada—. Jamás volverán a meterme en una jaula, Drew, y te juro que si lo intentas me desollaré las manos tratando de salir.

La imagen era despiadadamente gráfica, sobre todo para alguien que había visto las condiciones en que se encontraba ella cuando la hallaron.

A su espalda, Andrew palideció, pero continuó apretando los dientes.

—Esto es lo mejor para ti.

—Puede que no —intervino Judd, enfrentándose sin inmutarse a la mirada furiosa de Andrew. El soldado de los SnowDancer culpaba a todos los psi del sufrimiento de su hermana y Judd podía imaginar la lógica que, influenciada por las emociones, le había llevado a esa conclusión. Pero esas mismas emociones también le cegaban.

—No puede pasarse el resto de su vida encadenada.

—?Qué co?o sabes tú? —gru?ó Andrew—. ?Ni siquiera te preocupas por los tuyos!

—?Judd sabe mucho más que tú!

—Bren —le dijo a modo de advertencia.

—Cierra el pico, Drew. Ya no soy una ni?a. —En su voz reverberaban los ecos de cosas oscuras, del mal que había presenciado y de la inocencia perdida—. ?Alguna vez te has parado a pensar en lo que Judd hizo por mí durante mi convalecencia? ?Alguna vez te has molestado en descubrir lo que eso le ha costado? No, por supuesto que no, porque tú lo sabes todo. —Inspiró entrecortadamente—. Pues ?sabes qué?, ?no tienes ni puta idea de nada! No has estado donde yo estuve. Ni siquiera has estado cerca. Suél-ta-me. —Sus palabras no denotaban furia, sino calma. Algo normal en un psi, pero no en una loba cambiante. Mucho menos para Brenna. Los sentidos de Judd se pusieron alerta.

Andrew sacudió la cabeza.

—Me importa una mierda lo que digas, hermanita, no tienes por qué ver eso.

—Pues lo siento, Drew. —Brenna le dio un zarpazo en los brazos un segundo después haciendo que su hermano la soltase debido a la sorpresa. Se puso en marcha casi antes de que sus pies tocaran el suelo.

—?Joder! —susurró Andrew viéndola marchar—. No puedo creer… —Se miró los brazos cubiertos de sangre—. Brenna es incapaz de hacerle da?o a nadie.

—Ya no es la Brenna que conocías —le dijo Judd—. Lo que Enrique le hizo la ha cambiado a un nivel muy profundo, de formas que ni siquiera ella comprende.

Fue tras Brenna antes de que Andrew pudiera responder… tenía que estar a su lado para capear los efectos de esa muerte.

Lo que no acertaba a comprender era por qué ella estaba tan decidida a ver aquello.

La alcanzó cuando pasaba a toda velocidad junto a un sobresaltado guardia y entraba en el peque?o cuarto del túnel número seis. Se detuvo tan de golpe que Judd casi se estampó contra ella. Siguiendo su mirada vio el cadáver de un desconocido de los SnowDancer tendido en el suelo. El rostro y el cuerpo desnudo de la víctima presentaban numerosas contusiones y la piel, distintas tonalidades debido a los da?os sufridos. Pero Judd sabía que no era eso lo que había hecho que Brenna se quedase paralizada. Eran los cortes.

Al cambiante le habían practicado unos cortes muy precisos con un cuchillo, de los cuales ninguno era fatal salvo el último, que le había seccionado la arteria carótida. Lo que significaba que había algo en la escena que no encajaba.

—?Dónde está la sangre? —le preguntó a índigo, que se estaba acuclillando al otro lado del cadáver, con un par de soldados junto a ella.

La teniente frunció el ce?o al ver a Brenna en la estancia, pero respondió:

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