Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(5)



—No se trata de una muerte reciente. Le dejaron aquí.

—Un sitio apartado —apostilló uno de los soldados, un tipo desgarbado que respondía al nombre de Dieter— Se puede acceder fácilmente sin ser visto si sabes lo que estás haciendo… quienquiera que lo hizo era listo, probablemente eligió el lugar de antemano.

Brenna inspiró pero no dijo nada.

El ce?o de índigo se hizo más marcado.

—Llévatela de aquí de una puta vez —espetó dirigiéndose al psi.

A Judd no se le daba bien acatar órdenes, pero en ese caso estaba de acuerdo.

—Vamos —le dijo a Brenna, que estaba de espaldas a él.

—Yo he visto esto —susurró ella quedamente.

índigo se levantó con una extra?a expresión en el rostro.

—?Qué?

Brenna comenzó a temblar.

—He visto esto —murmuró con voz estridente, subiendo cada vez más el tono hasta que acabó gritando—. Lo he visto. ?Lo he visto!

Judd había pasado suficiente tiempo con ella como para saber que detestaría perder el control delante de todos. Era una loba muy orgullosa. De modo que hizo lo único que sabía que resultaría efectivo contra el ataque de histeria. Se movió para bloquearle la vista del cadáver y luego utilizó las emociones de Brenna en su contra. Era un arma que los psi habían elevado a la categoría de arte.

—Te estás poniendo en ridículo.

Aquellas gélidas palabras golpearon a Brenna como si de una bofetada se tratase.

—?Cómo dices? —dejó caer la mano que había levantado con la intención de empujarle para que se quitase de en medio.

—Mira detrás de ti.

Ella se mantuvo inmóvil por pura tozudez. Antes se congelaría el infierno que acatar una orden de ese hombre.

—La mitad del clan anda husmeando por aquí —le dijo sin piedad, al más puro estilo psi—. Escuchando cómo te derrumbas.

—No me estoy derrumbando. —Se enfadó al darse cuenta de cuántos ojos estaban pendientes de ella—. Apártate de mi camino.

Brenna no deseaba mirar más aquel cadáver, que había sido mutilado con la misma escalofriante precisión que Enrique había utilizado con sus víctimas, pero el orgullo le impedía retroceder.

—Estás siendo irracional. —Judd no se movió—. Es evidente que este lugar tiene un efecto negativo en tu estabilidad emocional. Márchate —le ordenó sin vacilar. El tono de su voz era tan parecido al de un alfa que hizo que Brenna rechinara los dientes.

—?Y si no lo hago? —Acogió de buen grado la cólera que Judd había avivado en ella; le dio un nuevo propósito, un modo de escapar de los terribles recuerdos que aquella habitación le traía a la memoria.

Los fríos ojos del psi se enfrentaron a los suyos y la arrogancia masculina que se veía en ellos resultaba arrebatadora.

—Entonces te cargaré al hombro y te sacaré yo mismo de aquí.

El regocijo invadió a Brenna al escuchar su respuesta, espantando los últimos restos amargos del miedo. Meses de frustración, de ver cómo su independencia iba quedando sepultada tras un muro de protección, de que le dijeran lo que era mejor para ella, de que pusieran continuamente en duda su cordura, todo eso y más aumentó de golpe en aquel instante.

—Inténtalo —le desafió.

Judd avanzó y Brenna sintió un hormigueo en los dedos, sus garras amenazaban con salir. Oh, sí, estaba más que dispuesta a enredarse con Judd Lauren, el Hombre de Hielo, y el varón más hermoso que jamás hubiera visto.





2


Brenna, ?que estás haciendo aquí? —preguntó con brusquedad una voz familiar. Lara no esperó una respuesta—. Apártate, estás bloqueando la entrada.

Sobresaltada, Brenna hizo lo que se le ordenaba. La sanadora de los SnowDancer y una de sus ayudantes pasaron por su lado con un botiquín en la mano.

Judd se apartó al mismo tiempo que lo hacía ella, de modo que continuó bloqueándole la vista del cadáver.

—Este cuarto está demasiado abarrotado. Lara necesita espacio para trabajar —dijo.

—Está muerto. —Brenna sabía que actuaba de un modo irracional, pero estaba harta de que la llevasen de un lado para otro—. Difícilmente puede ayudarle ya.

—?Y qué pretendes conseguir tú quedándote aquí? —Una pregunta sencilla que puso de manifiesto su ridículo comportamiento con la fría precisión típica de los psi.

Apretando los pu?os para reprimir las ganas de darle un pu?etazo a aquel hombre que siempre parecía pillarla en sus horas más bajas, dio media vuelta y salió de allí. Los miembros del clan le dirigieron miradas colmadas de curiosidad al pasar. Más de uno la miró con expresión crítica; la pobre Brenna al fin había explotado. Era tentador pasar de largo sin mirarles, pero se obligó a hacer todo lo contrario. Ya había dejado que le robasen su dignidad en una ocasión, no dejaría que volvieran a despojarla de ella.

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