Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(3)



—?Se va a poner bien? —preguntó Brenna cuando Tai gimió por segunda vez.

—Dale un par de minutos.

Brenna contuvo el aliento cuando se volvió para mirarle de nuevo.

—?Estás sangrando!

Judd se apartó antes de que ella pudiera tocarle los antebrazos llenos de zarpazos.

—No es nada serio. —Y no lo era. De ni?o le habían sometido al dolor más atroz y luego le habían ense?ado a bloquearlo. Un buen psi no sentía nada. Una buena Flecha sentía aún menos.

Hacía que matar resultara más fácil.

—Tai sacó las garras. —Brenna tenía una expresión furiosa cuando bajó la vista hacia el hombre desplomado contra el muro—. Ya verás cuando Hawke se entere…

—No va a enterarse porque tú no vas a decírselo. —Judd no necesitaba que le protegieran. Si Hawke hubiera sabido lo que era en realidad, lo que había hecho, en lo que se había convertido, el alfa de los SnowDancer le habría aniquilado nada más conocerse—. Explícame tu comentario acerca de Sascha.

Brenna frunció el ce?o, pero no insistió con las heridas del brazo.

—No quiero más sesiones curativas. Estoy harta.

Judd sabía la brutalidad de la que había sido objeto.

—Tienes que continuar.

—No —replicó tajante—. No quiero que nadie entre en mi cabeza. Jamás. De todas formas, Sascha no puede entrar.

—Eso no tiene sentido. —Sascha tenía el raro don de poder comunicarse con mentes de cambiantes y de psi por igual—. Tú no tienes la capacidad para bloquearla.

—Ahora sí… algo ha cambiado.

Tai recobró la consciencia mientras tosía y ambos se volvieron para contemplar cómo se levantaba utilizando la pared como apoyo. Bizqueando varias veces después de ponerse en pie, se llevó una mano a la mejilla.

—Joder, parece que me haya pasado un camión por encima de la cara.

Brenna entrecerró los ojos.

—?Qué demonios creías que hacías?

—Yo…

—Ahórratelo. ?Por qué has ido a por Judd?

—Brenna, esto no es asunto tuyo. —Judd podía sentir cómo se secaba la sangre sobre su piel a medida que las células se entretejían unas con otras—. Tai y yo hemos alcanzado un acuerdo.

Miró al joven a los ojos. Tai apretó los dientes, pero asintió.

—Estamos en paz.

Y el estatus de ambos en la jerarquía del clan había quedado aclarado más allá de cualquier duda; si Judd no hubiera tenido ya un rango más alto, ahora sería superior al lobo.

Pasándose la mano por el cabello, Tai se volvió hacia Brenna.

—?Puedo hablar contigo sobre…?

—No. —Le interrumpió agitando la mano—. No quiero ir contigo al baile de tu facultad. Eres demasiado joven y demasiado idiota.

Tai notó que se le formaba un nudo en la garganta.

—?Cómo sabías lo que iba a decir?

—Puede que sea una psi —respondió sombría—. Al menos eso es lo que se rumorea de mí, ?no?

Dos manchas de rubor aparecieron en los pómulos de Tai.

—Les dije que no eran más que gilipolleces.

Era la primera vez que Judd escuchaba los intentos claramente maliciosos de causarle a Brenna dolor emocional y era lo último que se habría esperado. Los lobos podían ser enemigos crueles, pero también protegían a los suyos con ferocidad y habían cerrado filas alrededor de Brenna tan pronto había sido rescatada.

Judd miró a Tai.

—Me parece que deberías irte.

El joven lobo no discutió, sino que pasó junto a ellos y se alejó de allí tan rápido como le permitieron las piernas.

—?Sabes qué hace que sea peor?

La pregunta de Brenna hizo que Judd apartara la atención del muchacho que se marchaba para centrarla en ella.

—?El qué?

—Que es cierto. —Dirigió todo el poder de esa mirada casta?o azulada, de aquella mirada fracturada, hacia él—. Soy diferente. Veo cosas con estos malditos ojos que él me dio. Cosas terribles.

—No son más que ecos de lo que te sucedió.

Un poderoso psicópata le había desgarrado la mente, la había violado al nivel más íntimo. No era de extra?ar que la experiencia hubiera causado cicatrices psíquicas a Brenna.

—Eso fue lo que dijo Sascha. Pero las muertes que veo…

Un grito puso fin al momento.

Ambos echaron a correr antes de que el sonido se hubiera disipado. índigo y otros dos se unieron a ellos cuando llevaban recorridos unos treinta metros de un segundo túnel. Al doblar un recodo, Andrew llegó corriendo como un loco y agarró a Brenna por la parte superior del brazo, deteniendo a su hermana de golpe y levantando la mano libre al mismo tiempo. Todo el mundo se paró.

—índigo… hay un cadáver. —Las palabras de Andrew fueron como balas—. Túnel nordeste número seis, habitación cuarenta.

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