Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(131)
—Pero el vínculo siempre estuvo ahí —susurró Brenna—. Así que, ?chúpate esa, Consejo de los Psi! Ni siquiera tu maldito Silencio puede impedir aquello que está destinado a ser.
Judd abrió los ojos como platos ante la vehemencia de Brenna y a continuación su sonrisa se ensanchó ligeramente.
—Creía que te había dicho que te acercaras.
—Y yo que te había dicho que no jugaras conmigo. —Pero lo hizo. A veces una tenía que ceder ante un macho. Sobre todo cuando él era tuyo y te miraba con un deseo tan descarnado en los ojos. Era sorprendente lo que un hombre podía hacer con la motivación apropiada, pensó Judd mientras le arreglaba la ropa a Brenna. Justo a tiempo. Segundos más tarde, cuatro lobos salieron en tropel del bosque. Walker no llegó mucho más tarde, pues había ido hasta allí en una motonieve cargada con equipo médico para emergencias.
Los lobos se transformaron cuando su hermano se bajó de la motonieve y se aproximó a ellos.
—?Estáis bien?
Judd asintió.
—Sí.
Pero otra conversación distinta estaba teniendo lugar en la LaurenNet.
—Has inutilizado el protocolo del Silencio. —No había la más mínima crítica en la voz de su hermano—. Ya está influyendo en la LaurenNet.
Judd se percató de que Walker tenía razón.
—Hemos estado viviendo rodeados de emociones desde que los ni?os empezaron a adaptarse. No les hará ningún da?o.
—No. —La presencia psíquica de Walker era una estrella que tenía un extra?o movimiento rotatorio en el centro. No era un psi marcial, y nadie había sido capaz de descubrir lo que significaba ese núcleo rotatorio—. Hay una nueva mente en la LaurenNet.
Judd parpadeó y echó un nuevo vistazo. Ahí estaba ella, conectada a la LaurenNet a través de él y protegida por su poderosa mente. Ninguno de los otros podía tocarla, aunque su naturaleza fuerte y afectiva estaba extendiendo su influencia en los flujos de la diminuta LaurenNet.
—Brenna.
Ella no podía verlo, no podía contemplar su salvaje estrella plateada con chispeantes fragmentos de un azul vibrante, pero era algo que sosegaba la mente psíquica de Judd. Ahora podía protegerla, sin importar dónde estuviera ella. Sabría si Brenna derramaba una sola lágrima.
—Está haciendo más fuerte a la LaurenNet.
Por supuesto.
—Es una loba.
—?Estás seguro?
Judd sabía que ya no estaban hablando de Brenna.
—Estoy a salvo. —Alargó el brazo y tomó la mano de su compa?era—. ?Has visto los otros cambios que se han producido en la LaurenNet? —Tenues chispas de color allí donde antes solo había blanco y negro.
—Creo que representan un aspecto antes reprimido de las habilidades de Toby. No encaja con los parámetros de ninguna designación conocida, pero tengo mis sospechas.
También Judd.
—Hablaremos después.
Hawke entrecerró los ojos cuando Walker retrocedió.
—Me marcho viendo que te estabas poniendo azul y pensando que iba a tener que cavar una tumba, y cuando regreso te encuentro… bien ?ejercitado?. —Hizo una pausa para contemplar la nieve revuelta. Detrás del alfa, Lara logró disimular una sonrisita—. ?Quieres explicármelo?
—No. —Judd sintió dentro de su mente que Brenna se sonrojaba y supo que ella se había dado cuenta de que sus compa?eros de clan podían captar el olor de su reciente y explosiva unión amorosa. Le gustó la idea de que ella estuviera envuelta en su olor—. No hay nada que explicar.
Hawke gru?ó, con los ojos colmados de diversión.
—Vale. Regresemos.
—Dame un minuto —pidió Riley.
Judd se enfrentó a la mirada del cambiante mientras los demás se dispersaban. A su lado, Brenna se quedó muy quieta. Su hermano se acercó a ellos.
—Si la haces llorar, te romperé todos los huesos del cuerpo, te haré pedazos y celebraré una barbacoa para los lobos salvajes.
—?Riley! —Brenna parecía sorprendida.
Judd, no; a pesar de la serenidad exterior de Riley, aquel macho era tan feroz y protector como Andrew.
—Creo que Brenna es más que capaz de hacerlo sin ayuda.
—?Judd!
Una amplia y poco habitual sonrisa se dibujó en el rostro de Riley.
—Sí que lo es. —Se arrimó para besar a su boquiabierta hermana en la mejilla antes de retroceder y transformarse. Luego desapareció.
—No puedo creer que hayas dicho eso. —Brenna tenía el ce?o fruncido cuando se volvió hacia ella—. Yo jamás te haría da?o.
Judd deseó reír a carcajadas al ver su indignación.
—Te adoro. —Y ahora podía protegerla de verdad; lo que no le había contado era que las alteraciones obradas por Enrique habían sometido a una presión excesiva a su cerebro. Debido a que este era cambiante, y no psi, no había tenido forma de descargar esa presión. Tarde o temprano, las cosas habrían alcanzado un punto crítico.
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