Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(135)
Judd retiró los dedos.
—No —gimió, tan dispuesta a llegar al límite que apenas podía pensar.
él acercó su cuerpo y Brenna sintió la presión de la cabeza de su erección. Entonces la agarró de la cadera y se hundió en ella. Todo el aire abandonó sus pulmones en una brusca exhalación al sentir cada centímetro de su grueso miembro entrar en su carne inflamada por el deseo. Clavó los dedos en la tierra, pero no apartó los ojos de su rostro en ningún momento. Lo que vio en ellos avivó las vibraciones que anunciaban un inminente climax.
Judd contemplaba la unión de sus cuerpos con la expresión de un hombre al borde del éxtasis. Tenía las mejillas sonrojadas y apretaba los dientes con tanta fuerza como para haber triturado piedra. Eran tan hermoso y tan sexy que casi no podía creer que fuera suyo.
Se hundió hasta el fondo en ella, tan profundamente que Brenna podía sentirle en lugares oscuros y recónditos. La tosca tela de los vaqueros, los fríos dientes de la cremallera contra su carne expuesta le proporcionaban una erótica sensación a?adida, una silenciosa reiteración de que Judd ya no tenía el control.
El levantó por fin la mirada hacia ella, las motas doradas prácticamente centelleaban contra el oscuro color chocolate de los iris.
—Ahora voy a moverme.
Aquel fue el único aviso antes de que su amante comenzara a embestirla con fuertes acometidas que le hicieron arquear la espalda y arrancaron un grito de su garganta. Se sintió invadida por las sensaciones, eclipsando la anticipación y derramándose dentro de su mente… un relámpago blanco que recorrió de un extremo a otro del vínculo para crear un infierno sensual.
De macho a hembra. De psi a cambiante. De compa?ero a compa?era.
Brenna pasó por encima de una rama rota para recoger sus braguitas.
—Cielo, te quiero, pero cuando vayamos a comprar muebles, quiero aleación de titanio. —En los meses transcurridos desde que se habían emparejado, ya habían acabado con el mobiliario de madera. Cuatro veces. En esos momentos no tenían mesa, ni sofá ni sillas—. Gracias a Dios que las paredes son de piedra y que la cama tiene el bastidor metálico.
El humor burlón de Brenna hizo que Judd se desperezara, medio desnudo, indolente y a gusto sobre el suelo del bosque.
—Si te estuvieras quieta yo estaría bien. —Salvo que a Judd no parecía entusiasmarle demasiado la idea de que ella se quedara inmóvil.
Dándose la vuelta hacia él, se cubrió la carne desnuda con los pantalones guardándose las braguitas en el bolsillo. Brenna contaba, sin la menor duda, con toda su atención.
—?Qué gracia tendría eso? —Sonriendo de oreja a oreja, se dejó la camisa desabrochada y se acercó para arrodillarse junto a él. El abdomen de Judd era puro músculo duro bajo sus dedos—. ?No vas a levantarte?
Judd le puso una mano sobre la redondeada cadera en un gesto posesivo que ya se había vuelto familiar.
—No. Practiquemos más sexo.
—Eres insaciable. —Le besó, encantada con que confiara lo bastante en ella como para permitir que le viera sin ningún tipo de barrera. A los ojos del resto de la guarida, Judd seguía siendo el Hombre de Hielo. No podían comprender por qué se había emparejado con él. Pero, con respecto al clan, se había ganado su puesto, de modo que se encogían de hombros y aceptaban el emparejamiento—. Un poco más de sexo y expiraré. ?No tienes una reunión con Hawke?
Profiriendo un gru?ido, Judd se dignó a levantarse. Luego la besó cuando también ella se puso en pie y se abrochó los pantalones. La camisa seguía abierta y, por su expresión, estaba más interesado en contemplar cómo ella se abotonaba la suya.
—?Y tú? ?Prácticas de tiro con Dorian? —preguntó después de que ella hubiera terminado.
—Dice que me estoy volviendo muy buena. —Aunque eso no compensaba lo que Enrique le había hecho, lo que le había robado, le ayudaba saber que podría defenderse, así como proteger a aquellos que le importaban.
—Oye. —Su compa?ero le retiró el cabello de la cara—. No estés triste. Puedo sobrellevarlo.
Brenna sabía que él hablaba de forma literal. Judd seguía teniendo dificultades para procesar ciertas emociones, pero estaba aprendiendo.
—Lo que sucede es que… —le asió la cintura con una mano—, es solo que deseo poder transformarme en lobo de nuevo. —Pero entonces sonrió y lo hizo de verdad—. Ahora soy feliz y he recuperado las fuerzas, aunque siempre echaré en falta esa parte de mí. Igual que tú echas de menos la Red. —Judd nunca se quejaba por su pérdida, no obstante comenzaba a comprender la magnitud de a lo que él había renunciado para salvar a su familia. Aquello debió de ser como cortarse una extremidad.
Judd la besó.
—Eres la loba más sexy que conozco. —Una descarga de amor recorrió el vínculo de pareja. Intensa, franca, y explotó como una bomba dentro de ella.
Estaba a punto de responder cuando surgieron sus garras haciendo sangrar a Judd. Brenna se apartó con brusquedad.
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