Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(132)



La razón de su actual salud era que, incluso en estado latente, el vínculo de pareja había filtrado parte suficiente de la sobrecarga, dispersándola a través de los canales psíquicos de Judd, como para que no se derrumbase. Pero ahora él podía regular la presión de manera consciente, reduciéndola y protegiéndola hasta que ella aprendiera a hacerlo por sí misma. Sería complicado, pero no imposible…, no con la fuerza de voluntad que Brenna poseía.

—Eres la mujer más cabezota y hermosa que conozco.

—Oh… ?cómo voy a seguir cabreada contigo si me dices cosas como esa? —Dio un fuerte pisotón en el suelo, pero sus labios esbozaron una sonrisa—. Tú también eres hermoso. —Su sonrisa se ensanchó al verle adoptar una expresión torva—. Pero eres el hombre más exasperante que jamás he conocido.

—Es una lástima. No puedes librarte de mí.

Brenna se puso de puntillas y habló contra sus labios:

—No deseo librarme de ti.

Judd estaba a punto de besarla, cuando ella se zafó.

—?Quieres un beso? Ven a por él —le dijo. Una provocación, una invitación, el juego de dos amantes.

Judd nunca había jugado demasiado, aunque tenía la impresión de que aquello estaba a punto de cambiar.

—Deberías saber que no se debe desafiar a una Flecha.

—Eres un charlatán, Judd Lauren. —Se marchó con tanta rapidez que fue como un borrón.

Mientras sentía que el pulso se le aceleraba, Judd corrió tras ella. Conseguiría ese beso… y más. Utilizando el vínculo que los unía, le envió imágenes explícitas del premio que pretendía reclamar.

—No es justo —respondió Brenna, jadeante—. Ahora estoy cachonda y húmeda.

Judd se tropezó.

—Lo has hecho a propósito.

—De eso nada. Si hubiera querido tomarte el pelo, te habría contado mi fantasía de tenerte a mi merced.

Aquello intrigó a Judd.

—?Y qué harías conmigo?

—Esto.

Una avalancha de imágenes desfiló por la mente de Judd; afectuosas, lujuriosas y tan increíblemente eróticas que se encontró luchando contra el deseo de su cuerpo de dejarse llevar por aquellas sensaciones.

—?Dejarás que haga todo eso?

Judd estaba acostumbrado a guardarse las espaldas, a no entregarle el control de su cuerpo ni de su mente a nadie.

—Soy tuyo. —Aquella fue su rendición definitiva.

Sascha no daba crédito a la diferencia que se había operado en Brenna cuando la vio al día siguiente después de acudir a la guarida para hablar con Lara acerca de otro tema.

—Es feliz, se ha recuperado —le dijo a Lucas de camino a casa, en sus oídos repicaba aún el sonido de la risa de la cambiante de los SnowDancer—. Y Judd… no lo habría creído de no haberlo sentido con mi don empático. Puede que en apariencia no haya cambiado, pero la ama. —Tanto y tan profundamente que casi dolía. Sascha lo sabía bien; amaba a Lucas de esa forma.

—Entonces, ?por qué pareces tan triste, gatita? —La miró con preocupación antes de centrar de nuevo la atención en la carretera de monta?a llena de baches.

—Fue traicionada por uno de los suyos —susurró Sascha, consternada—. Creía que el clan era seguro, que era una familia. Si no puedes confiar en el clan, ?en quién puedes confiar?

Lucas detuvo el coche en medio de la nada y atrajo a Sascha para sentarla sobre su regazo.

—El clan es seguro. El clan es la piedra angular de lo que somos.

—Entonces, ?por qué? ?Cómo? —acurrucó la cabeza debajo del mentón de su compa?ero—. Dieter era un soldado de los SnowDancer, pero está corrompido. —Incluso pasar por delante de su celda había hecho que se le revolviera el estómago. De su alma emanaba algo pútrido, infecto.

Lucas le acarició la espalda.

—El animal que mora en nuestro interior nos protege de muchos pecados, pero incluso los cambiantes engendramos criaturas malvadas.

Sascha pensó en aquello durante prolongados minutos.

—Para que haya luz, debe existir la oscuridad. —Eso era lo que Faith había dicho después de escapar de la Red. Pero solo en esos instantes Sascha comprendió su verdadero significado—. Si intentas alcanzar la perfección, te conviertes en algo igual a los psi. —Una raza fría y robótica carente de la capacidad de reír, de amar y de sentir aprecio.

—Ninguna raza es perfecta. —La acarició con la nariz—. Y tú me gustas, con tus defectos y todo lo demás.

Sascha se sorprendió sonriendo de nuevo.

—Sí. La perfección está sobrevalorada; si se midiera el índice de satisfacción de la raza de los psi, los resultados serían sin duda negativos.

—Dios mío, te pones muy sexy cuando hablas como una psi.





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Caminas de un modo raro —dijo Lucy con una sonrisa de oreja a oreja.

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