Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(127)



Cuando terminó, sentía un nuevo respeto por el proceso de programación. Habían hecho un trabajo impresionante con él. No había una, sino seis claves de encriptación integradas en el estrato inicial; un peligro tras otro. De no haber sido tan diestro, podría haber activado cualquiera de ellas varias veces.

Aquello hizo que se preguntara por Sascha y por Faith. Lo de Sascha tenía una explicación fácil: el Silencio nunca había hecho buenas migas con ella. Su don era tan opuesto que había hecho imposible el condicionamiento. Pero Faith había estado inmersa en el Protocolo y, por lo que tenía entendido, había roto el Silencio durante un arrebato emocional. Ella jamás había mencionado factores agresivos, como claves de encriptación y granadas psíquicas destinadas a detener el funcionamiento del cuerpo y de la mente.

Esos hechos apoyaban su teoría previa: que la programación se alteraba para adecuarse a las necesidades de cada ni?o. El había requerido de unos controles extremadamente severos debido a sus habilidades de tq-cel. No podía culpar a sus instructores por ello. Pero tenía la sospecha de que dichos controles habían sido reforzados a causa de su futuro como Flecha. No habían querido perder a su mejor sicario.

El peligro más grave apareció en el tercer nivel: líneas de condicionamiento ligadas directamente a su habilidad para matar solo con el pensamiento. Después de examinarlas durante varios minutos, abrió los ojos. El rostro preocupado de Brenna fue lo primero que vio.

—?Qué sucede? —Su mano le apretó el brazo.

—Ahora es cuando tengo que elegir qué partes del Silencio eliminar y cuáles dejar operativas. Si dejo activas demasiadas, la disonancia continuará intentando incapacitarme. Si son pocas, eliminaré los sistemas de segundad que me impiden matar de forma accidental. —Igual que había matado a Paul, de ocho a?os, un nombre que jamás olvidaría, un rostro que le atormentaría en sue?os para siempre.

—?Por qué no te tomas un descanso? —Brenna le retiró el cabello de la frente, una costumbre que tenía—. Has estado ausente casi una hora.

Judd se permitió acariciarle la mejilla con los nudillos.

—No. Es mejor que lo haga todo de una vez. Si lo pospongo, podrían reiniciarse algunos de los protocolos integrados.

Brenna se frotó contra sus dedos.

—De acuerdo. Haz lo que tengas que hacer. Pero recuerda una cosa: si te matas, te vas a meter en un buen lío.

Tras asentir, Judd cerró los ojos y regresó al interior de su mente. Y encontró una reserva oculta de emociones. El condicionamiento estaba arraigado en la culpa, el miedo, el instinto protector y un feroz deseo de mantener a la gente a salvo. Habían utilizado sus propias emociones para encadenarle. Parte de él valoraba la eficiencia, pero otra estaba tan furiosa que una capa de hielo cubrió su alma.

Sin embargo no tenía tiempo para la ira. No ese día. Sosegó de nuevo su mente y comenzó a desamarrar los tentáculos de control. Paso a paso, de manera pausada. Pareció que pasaban horas. Entonces se encontró de repente en el núcleo, donde tenía que tomar una decisión. La razón entró en conflicto con su necesidad de ser libre. Necesitaba el sistema de alarma, pero no que este le incapacitara. Desmontó la estructura entera.

Le llevó su tiempo, pero al final lo logró. Sus poderes de psi estaban libres, sin nada que los contuviera. Pero esa libertad no era buena. Del mismo modo que Tai tenía que aprender a controlar su fuerza física, Judd tenía que mantener ese control sobre sus habilidades psíquicas. La única diferencia era que Judd no podía permitirse el lujo de cometer ningún error.

Le llevó un buen rato encontrar una solución y, una vez más, fue su adiestramiento como Flecha lo que acudió en su ayuda.

—Estoy instalando un detonador —dijo en voz alta sabiendo en su fuero interno que Brenna estaba muerta de preocupación por él.

—?Qué activará?

—Anulará mi don si intento utilizarlo para matar. —Para cualquier otra cosa que no fuera la rabia asesina, tendría que confiar en sus habilidades para regular las emociones. Eso podía hacerlo.

Se sucedió un breve silencio.

—?Eso no te perjudicará?

—No. Puedo desactivar el detonador en una fracción de segundo, y mis otras habilidades continuarán funcionando durante ese tiempo.

—Una fracción de segundo.

Judd recordó la forma en que ella le había besado para impedir que acabara con la vida de Dieter.

—Es todo cuanto necesito. —Un instante de claridad para tomar la decisión de matar en lugar de contener su oscuro don.

No, pensó Judd, no era completamente oscuro. Le había ayudado a salvarle la vida a Andrew; había una manera de poder utilizarlo para hacer el bien. Antes del Silencio, los tq-cel atrapados por sus emociones descontroladas ignoraban ese detalle. Y después del Silencio, jamás se les había dado la oportunidad de ser otra cosa que asesinos autorizados. Pero ahora él tenía esa oportunidad, esa elección.

—Funcionará.

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