Caricias de hielo (Psy-Changeling #3)(122)



Todos ellos habían estado bajo su cuidado. Era cierto que le habían borrado de los archivos oficiales, pero siempre había existido para Walker, Sienna, Marlee y Toby… y para Kristine. Ella había sido su hermana y la madre de la poderosa joven que tenía frente a sí. Pero a diferencia de su tenaz y testaruda hija, Kristine había roto el Silencio de manera irrevocable.

El rostro de Sienna se tornó desgarradoramente frágil. Se echó bruscamente hacia delante antes de detenerse. Y gracias a Brenna, Judd supo por qué. Haciendo caso omiso del da?o que podría causarle, la estrechó entre sus brazos. Sienna se quedó inmóvil durante largo rato y luego supo que estaba llorando. Mientras la abrazaba sintió cosas y sus escudos casi quedaron reducidos a cenizas. Cari?o, afecto… el amor protector de un hermano por la hija de su hermana. Sienna se parecía muchísimo a Kristine, pero hasta ese momento no había reconocido el dolor que eso le causaba. La disonancia era una atroz sinfonía de ensordecedores tambores dentro de su cabeza.

—?Duele? —preguntó, consciente de pronto de que eso podría explicar el comportamiento de Sienna. A diferencia de Faith y de Sascha, ella tenía dotes marciales igual que él. Basándose en todo lo que sabía sobre las otras dos psi que habían roto el Silencio, estaba casi seguro de que a las mentes marciales se las condicionaba de un modo único… sobre todo en lo tocante a la potencia de la disonancia—. La desintegración del Silencio, ?duele?

Ella asintió de manera pausada.

—No puedo ser como era antes, pero es como si mi mente quisiera obligarme a ello. —Su voz sonaba amortiguada contra el pecho de Judd, pero pudo percibir el intenso dolor que la te?ía.

Aquello decidió de forma categórica la resolución que había tomado en las oscuras horas previas al alba después de dejar a Brenna, muy consciente de que no podía darle lo que necesitaba para sentirse a salvo y feliz. Fallarla de ese modo hizo que algo en él se rompiera.

—Hallaré un modo de desarticular las respuestas dolorosas asociadas.

—Sabes que no podemos —susurró Sienna—. Tú y yo… necesitamos que el dolor nos recuerde que debemos mantenerlas bajo control.

?Mantenerlas.?

Sus habilidades, diferentes, aunque igualmente destructivas.

—Quizá podamos hacer nuevas reglas para una nueva vida.

—?Y si no funciona? —murmuró—. ?Y si hacemos da?o a gente?

Imágenes de cuerpos ensangrentados y retorcidos se sucedieron en su mente.

—No lo haremos.

Judd solo esperaba poder mantener su promesa… y que Brenna no pagase caro el haber escogido entregar su corazón a una Flecha rebelde.





39



Estaba sudando. Había tardado dos horas en regresar a la guarida después de que Riley le hubiera enviado a una falsa sesión de entrenamiento. Una vez que Brenna hubiera muerto, regresaría a donde se suponía que debía estar sin que nadie se enterase. La coartada perfecta.

Echó un vistazo a su reloj y luego miró la puerta de Brenna. D'Arn estaba apoyado contra la pared, pero el asesino no cometió el error de dar por hecho que el otro soldado no fuera consciente de todo cuanto le rodeaba. Las imágenes, los sonidos y los olores. Por eso mismo había elegido aquel escondrijo, en la dirección opuesta para que las corrientes de aire no pudieran transportar su olor.

Lo único que necesitaba eran tres segundos con esa puta que se resistía a morir.

Volvió a echar una ojeada a su reloj sabiendo que jamás se le presentaría una oportunidad mejor. El psi se había marchado, y si D'Arn se tragaba la maniobra de distracción, Brenna estaría sola al menos durante un crucial minuto.

Cinco, cuatro, tres, dos… uno.

D'Arn se puso alerta de inmediato cuando la alarma sonó por toda la guarida. Clasificada por sonidos, su ruido ensordecedor avisaba de que algo había sucedido en la guardería, algo lo bastante grave como para requerir que fuera declarado un estado de emergencia.

El asesino sonrió. Había colocado la bomba casera para maximizar el caos, derrumbando la entrada de la guardería, pero había intentado asegurarse de que ninguno de los lobeznos resultara herido. No era un monstruo.

D'Arn echó a correr hacia la guardería y luego vaciló. Brenna abrió la puerta.



—?Ve! —gritó ella—. Te sigo. Formo parte del equipo de comunicaciones.


El asesino lo sabía, había visto la lista de turnos de emergencia. Brenna entraría de nuevo en su apartamento para coger el equipo de comunicaciones de emergencia antes de correr rumbo al centro de mando para dirigir las operaciones dentro de la guarida.



—?Muévete!


Cerró la puerta, pero el asesino sabía que ella no se habría parado a echar la llave. Si lo había hecho, la atraparía cuando saliera con la mente puesta en otras cosas.

D'Arn se marchó a toda velocidad, su instinto de proteger a los jóvenes se impuso a todo lo demás. El asesino había contado con ello. Los psi tenían razón: las emociones volvían débiles a los cambiantes, hacían que fuesen fáciles de manipular.

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